El pasado miércoles 22 de enero murió la escritora Juana Emilia Molina, conocida como Milita Molina (Santa Fe, Argentina, 1951). Según allegados, luego del fallecimiento de su pareja, el artista plástico Javier Maiza, que ocurrió el 29 de mayo de 2024, su estado de ánimo decayó, no podía superar la ausencia. Por eso mismo eludía la entrevista que desde PERFIL Cultura queríamos realizar por la salida de su último libro en España. Ni por escrito, ni por cámara web, las postergaciones provenían del desgano que expresó en un mensaje telefónico.
Profesora de Letras para la enseñanza media y superior (Universidad Católica de Santa Fe), fue profesora de literatura del siglo XIX en la Facultad de Filosofía y Letras (Universidad de Buenos Aires), investigadora de los Equipos de Ubacyt y en 2006 se convirtió en profesional principal del Conicet hasta su jubilación. Tradujo los Prefacios de Henry James para la llamada Edición de Nueva York de 1905 (Santiago Arcos Editor, 2002) y Recordando a Beckett (Editores Argentinos, 2017). Otros autores que tradujo: William Burroughs, Jack Kerouac y Raymond Federman.
Incursionó en el ensayo sobre literatura dedicándoles artículos a Edgar Allan Poe, Friedrich Hölderlin, Marina Tsvietáieva, Leónidas Lamborghini, Sergio Chejfec y Oscar Masotta. Estos estudios se compilaron en un libro titulado La misma música. En 2017 publicó su ensayo Nicolás Rosa (Universidad Nacional del Litoral). Pero su obra es más extensa, como la llanura misma que habitamos, acaso desconocida, menos reconocida.
Entre 1988 y 1991, participó en una polémica con Sergio Chejfec en las páginas de la revista Babel. La discusión fue en torno a la obra de Osvaldo Lamborghini, al que no solo leyó, sino que encarnó en su propio estilo como lectora/escritora. Comenzó a publicar en 1993, con Fina voluntad (Beatriz Viterbo), dos novelas cortas que entusiasmaron a críticos y lectores. En 1998 el sello editorial Perfil publicó Una cortesía.
En la editorial Santiago Arcos publica Los sospechados (2002), primero de la colección Parabellum donde la misma editorial publicaría Aventuras de un novelista atonal de Alberto Laiseca, seguido de autores como Oscar Steimberg, Leónidas Lamborghini, David Viñas, Néstor Perlongher y Héctor Libertella. Los sospechados cuenta con prólogo del escritor y psicoanalista lacaniano Germán García, y en él se lee: “Los sospechados es un libro solitario, pero no está solo en la literatura que Macedonio Fernández instaló entre nosotros como poética de la extrañeza”. En 2008 publica Melodías argentinas en la editorial Letranómada.
En Trilogía (Editores Argentinos, 2021), publica tres libros, uno de ellos con el título Destreza del desesperado. Con este título y subtítulo Textos escogidos, en 2024 se edita en España (Córdoba), bajo el sello Editorial Cántico. Forman parte del volumen: Los sospechados, Melodías, Mi ciudad perdida (últimos bodrios), Los envolventes y el texto que da título al libro.
El prólogo a este último, firmado por Agustina Pérez y Miguel Vega Manrique, enfatiza: “Su escritura es inseparable de un estar en el mundo leyendo y anotando, escuchando, repicando, rajando hasta el tímpano abierto, hasta el doloroso decir basta. Existe una línea secreta iniciada en la Modernidad y el último Baudelaire, en los Poemas en prosa y Pobre Bélgica, que a partir de Los sospechados Milita Molina rescata y acomete de lleno en caída, concentrada caída en la lengua”.
La maravilla que surge de la lectura de Destreza del desesperado es que esta se anticipa para ser escrita por otro que ríe de lo que debería entender del texto. Esto hace trama, con el desubicado mirando el aparatito contemporáneo en la tormenta de palabras. Es el lector que ha quedado, un mísero candor sin padre Brown. ¿Mal de época o época del Mal?
Los alientos de este libro son singulares por impares: aparece la repetición, pero está malversada, evadidos sus efectos e intenciones. Más que destreza, habita aquí una certeza: nada está dado más que la convención para normalizar. ¡Y aquí, al leer, no hay nada de eso! Está viva la diferencia. De hecho, inquieta la cita: “El sonidito de los besos de los gusanos en las tumbas es el origen del lenguaje” (Edith Sitwell), instala un siniestro pendiente. Quiero decir, lo poético deriva capricho del escucha, por eso un óyeme mi oíme lamborghiano, que viene de la provocación: aquí me pongo a cantar. ¿Y el que cuenta? ¿Cómo debe contar? ¿De atrás para adelante o en el desorden del decir?
Entender es un verbo cuestionado por la prosa de Milita Molina. No es para eso, un bien utilitario. No es ni bien ni herramienta, porque al escribir invoca al goce, el paso a perder el tiempo para morir leyendo. ¿Qué epitafio torpe estamos escribiendo? ¿Es toda una vida leyendo para cerrar los ojos sin testigos?
En esta selección y recorte, hay un recorrido con veinticinco años de escritura. Incluye saltos temporales, un intercalado, como si la progresión fuera un chiste, que en nada hace a la obra, porque la noción de eso mismo es la contradicción de lo estable. Es así el estilo, como un abandono circunstancial a la enumeración de páginas.
Así como aquí existe un desafío a la crítica, a la trascendencia que supone ser un escritor publicado (y leído, resonando, festejado), lo que más ataca es a la ubicuidad de lo mediocre, la filtración de lo incomprensible como condena a la pulsión del texto. ¿Qué más hay ahí? Oh, ay, qué más… Vivimos una reimplantación del mensaje, de la esquela, algo sospechosa y urgente. ¿Quién escribe a quién en este siglo XXI? ¿Qué es ser escrito por la propia prosa? Interrogantes de Milita. Y también: que a la literatura argentina le pesa el futuro.