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simbólico

Diferencia y repetición

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Qué sutil alegría nos invade cuando algo nos devuelve a una pasión que creíamos perdida. Fui al cine a ver Alien: Romulus. A diferencia de otras entregas de las grandes franquicias, la película de Fede Álvarez es inteligente y recupera con gran sabiduría los motivos narrativos de las precedentes (dejo de lado los bodrios como Predator, porque son otra cosa que no tienen nada que ver con la saga original). Tal vez la nacionalidad (la extranjería) del director le permitió escapar de los condicionamientos de la industria respecto de los cuales otros directores hubieran sido más obedientes (las deceptivas entregas últimas del universo Star Wars son el ejemplo más a mano).

Muy bien contada, Romulus es capaz de esquivar la repetición mecánica y recombina con elegancia los elementos viejos para producir algo novísimo, que liga muy bien con nuestro tiempo, cuarenta y cinco años después de la brillante Alien: el octavo pasajero.

Justo es decir que mi fidelidad a ese universo flaqueó un poco con Resurrection (1997) y se quebró completamente con Covenant (2017), una porquería inexplicable. Así que no esperaba demasiado de una película que me llevó al cine solo por inercia y porque la sociabilidad en el lugar en el que vivo tiende al cero absoluto.

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Por supuesto, Romulus recupera no solo motivos sueltos, sino la matriz simbólica que sostiene toda la saga, que es una interrogación (más o menos trascendentalista, según las entregas) sobre los límites de la humanidad y sus agenciamientos con la técnica, por un lado, y sobre el lugar de la mujer en los regímenes patriarcales, por el otro. Ripley, la estrella absoluta de Alien, pasó por la violación, la maternidad, el aborto y la sororidad. La paternidad había asomado en Prometheus (2012) y vuelve aquí con toda su fuerza de mandato y su potencia de cuidado respecto de la protagonista. En cuanto a la técnica, Romulus recupera de las anteriores una ecología tecnocapitalista (que llega aquí al colonialismo y la explotación brutal de los trabajadores) que permite interrogarnos sobre el sentido del desarrollo y de su asociación con las inteligencias artificiales que, si son realmente inteligentes, son malas  (deshumanizadas, asesinas) y si son tontas, son buenas (y paternalistas).

Brutales como suelen ser los campos simbólicos en el cine chatarra (del que Alien es un lujoso exponente), sin embargo Romulus nos fuerza a desear (¡más, más!), a despreciar el desarrollo insensato y a pensar en las relaciones de semejanza entre imágenes. No es poco en un mundo tan empastillado.