Los kirchneristas y luego sus sucesores, los cristinistas, se aferran a la ilusión de una década triunfal, decisiva, como si hubieran revertido una historia de decadencia y desastres. Es un espejismo de algo que quiso ser pero se puso empeño en que no fuera. Seguramente, siguiendo a Cesare Pavese en su Arte de vivir: “El equívoco ya estaba en un comienzo y no lo supimos ver”. Embretados en los problemas nacionales y capitalinos, en 2003 el periodismo no investigó como correspondía qué había sucedido en las gestiones de Kirchner en Santa Cruz, en sus porfías, en sus amistades, en sus gustos políticos, en su visión del poder, en su carácter autoritario, duro y por momentos caprichoso. Se esperó un tiempo prudencial para presenciar la verdadera naturaleza de la gestión. Pero ya era tarde. Un autoritarismo y una suma de veleidades, una historia formateada a medida, que el matrimonio repitió desde la Casa Rosada.
Junto con ello, sacaron de la galera, sin militancia previa, la defensa de los derechos humanos del pasado, que atrajo a generaciones de militantes que no se habían realizado y estaban derrotados políticamente desde los años 70. Esa nostalgia de aquel pasado hizo mal. No se puso límite. Porque fue confusa y poco clara. Exaltaron como héroes a militantes armados dispuestos, en democracia, a un cambio a través de la violencia de las armas. De los nuevos e imprescindibles derechos humanos, ni hablar. Derecho al trabajo, es decir al empleo digno, derecho intocable al salario, derecho a la salud y a la educación, sin dobleces. Y derecho a la seguridad, que cada día está más ausente en medio de los crímenes y violencia cotidianos. En medio del crecimiento del tráfico y el consumo de drogas, de la complicidad policial y de importantes funcionarios del gobierno en la delincuencia, sus admiradores siempre han mostrado, como corresponde, uno de los rostros de su gestión, caracterizado por el facilisimo populista, los gastos en promoción de obras inexistentes y una ritualidad donde el subsidio –que ayuda superficialmente porque el problema subsiste–, y no la imprescindible transformación, selló el tiempo transcurrido. La realidad fue ocultada, grave enfermedad que se acentuó.
El primer año y medio de gestión generó esperanzas pero enseguida, junto con el crecimiento basado en el tipo de cambio alto, el cuidado de las cuentas públicas, las buenas condiciones de exportación, una sostenida demanda internacional, el país creció y hasta se dio el lujo de reacomodar, como se pudo aunque sin darle solución, la deuda externa. Parte de la sociedad que se había hundido en el marasmo con el desastre económico-político y financiero de 2002 volvió a consumir. Pero el consumo por el consumo mismo bien puede ser pan para hoy y hambre para mañana si no se crean condiciones para que la desgracia no retorne.
¿Cuánto duró el optimismo? ¿Tres, cuatro años? ¿Hasta la 125? Pero en todo ese tiempo y después, ellos, los que se autodefinían como “progresistas”, presenciaron que los sectores que más se beneficiaban era el bancario y la industria automotriz. Porque, como crecimiento no es lo mismo que desarrollo, nada cambió en los diez años, desde el punto de vista de la calidad productiva. Más: la matriz productiva es la misma que la de los años 90. Los autos siguen teniendo el 75% de sus componentes extranjeros. Los celulares y los televisores que inundaron el país son ensamblados en Tierra del Fuego. Decir que son argentinos es una fantasía costosa. La industria retrocedió, gran parte de todo dependió de la soja y de los logros del campo. Pero los dirigentes que representan al campo no son escuchados. En la Casa Rosada lo único que se escucha son los aplausos de los aduladores, ubicados en puestos bien remunerados. En medio de la recesión en la que ahora nos debatimos, los oídos sordos del Gobierno y su testarudez se potenciaron.
De ahora en más, las condiciones económicas no serán las mismas que las que tuvo el país hasta 2002. El país va a vivir de la demanda internacional. Si ésta merma, Argentina se achicará. Habrá que olvidarse del proteccionismo, se necesitarán inversiones en catarata y no por goteo. Sin una reforma impositiva a fondo, producir de manera constante será un milagro. Y si no se regulan las cuentas del Estado, se seguirá tirando nafta a la hoguera de la inflación.
¿Cómo salir de esta encrucijada? ¿Los políticos que se presentan a la sucesión están generando una esperanza o agudizan el escepticismo? ¿Hay perspectivas para que se respeten las instituciones, para frenar todo abuso de poder, para tener una Justicia digna, para facilitar el trabajo y la producción, para evitar funcionarios improvisados que siempre cargan con las mochilas de la mala praxis, alguien acabará con “los empresarios amigos del poder” que dañan las reglas del juego capitalista, se crearán las condiciones para una competitividad perfecta en un mundo cada vez más exigente y demandante?
*Periodista y escritor.