Como quien medio despierta de un mal sueño, restablecemos ante la urgencia algún grado de relación con la realidad. Una realidad penosa y terrible que nos sacude, por eso mismo, por penosa y por terrible, de la modorra en la que habíamos caído. Algo aturdidos todavía, pero tratando a la vez de despejar el entendimiento, dejamos que vuelvan a nosotros algunas evidencias conocidas, sabidas hasta la obviedad, pero que en raptos de aflicción o de fastidio, en rachas de ofuscamiento visceral, habíamos de alguna manera desatendido.
Por ejemplo, y por lo pronto: que es bueno y es necesario que se haga obra pública en el país. Que no es cierto (y hasta fue un poco idiota creerlo) que, si existe una determinada necesidad social, entonces la propia gente querrá y podrá pagarla de muy buen grado de su bolsillo, y entre demanda y oferta se formará espontáneamente una vez más una hermosa pareja, y vendrá el privado y resolverá esa necesidad social para satisfacción de todos y perjuicio de nadie.
No fue una buena idea eliminar la obra pública en la Argentina y todo indica que nos equivocamos al ponerle “jajaja” a las imágenes alusivas, a los recortes y a los despidos. Que quitarla de cuajo, porque había corrupción, equivale a reconocer que se está incapacitado para eliminar la corrupción, para hacer obras sin ella. Que estaba bien que el gobierno nacional construyera o mejorara puentes, escuelas, hospitales, rutas, canales de drenaje, y que informara todo eso que hacía en los medios de comunicación. Podemos preguntarnos tal vez en qué estábamos pensando al favear los anuncios de que ya no informaría nada, porque ya no haría nada; o al plegarnos a la homologación falaz de los fondos empleados para dar a conocer esas obras, acción lícita, con la acción ilícita de sobornar periodistas para que repitan ciertos guiones dictados por el poder estatal, formulen preguntas pautadas, retiren preguntas de incordio, propendan a la celebración general del daño autoinfligido.
La del sueño es una metáfora habitual para indicar que se tienen proyectos, ideales, utopías, ambiciones. Pero también puede remitir a otra cosa, de otra índole: al adormecimiento, al letargo anestesiado, a la turbiedad del sopor, al apaciguamiento de inercia. Y aun para la primera variante, la más apreciable, la más prometedora, propuso Benjamin una dialéctica del despertar. Para la segunda, entonces, ni qué decir.