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Desinteligencia real

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Algo parece advertirme de la cercanía de los 50 años. El algoritmo lo sabe porque me envía ofertas y señales. Sus mensajes insinúan qué debería hacer. El entorno completa la lista cual coro de tragedia griega. Un viaje sola al Tibet u otro lugar que resulte ampuloso y exclusivo, una travesía en 4x4 por la alta montaña, pasear por una cordillera europea, visitar la meca o muro de los lamentos, el camino de san tal, o san cual. ¿Qué tan inteligente es la inteligencia artificial que alimenta al bot que le dice al algoritmo a qué estaría propensa mi tarjeta de crédito? ¿De qué hablo frente a los micrófonos de mi celular? ¿Estoy dando señales erradas?

Elegir es una ilusión de época. Optar es la palabra apropiada en estos tiempos. No somos libres. Somos apenas agentes de opción (y los bots nunca las ofrecen todas). Soy el ente que no puede tildar la opción correcta porque esa opción no suele estar en el menú. A mi costado crítico le gusta esto.

Creer que sabemos qué queremos no es más que eso: una creencia. Hacemos lo que se nos presenta o, a lo sumo, lo que más nos gusta de ese puñado de ofertas disponibles. Pero entre la comodidad y la inmediatez que signan la época, no suele ser simple que alguien sostenga algo que quiere, incluso que luche por aquello que no le queda tan a mano. Menos aún cuando eso que se elige implica asperezas, caminos sinuosos o ensamble de vidas y mochilas que cargar. Por supuesto, en las excepciones se erige la maravilla. Eso también hay que decirlo.

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Cada vez se nos presentan más opciones amoldadas a deseos apenas expresados en voz alta o enunciados sin premeditación, deseos que no son deseos sino ganas, ideas de cosas a adquirir, experiencias efímeras o que no vienen a saciar necesidad real alguna.

¿Digo muy en voz baja que prefiero la equidad a las desproporciones o que deseo un escenario más estable para desplegarme? ¿Por qué no escuchan los micrófonos mi deseo de no recibir correo spam o de que la inteligencia artificial no se meta en mi whatsapp o mis redes sin aviso?

Nuestra época será recordada como la era de la estupidez. Miles de necesidades reales y concretas ahí afuera, y el algoritmo señalándonos un zapato, un recital, un cerco para el jardín, o un etc, etc, etc. Lo que hizo Juan, lo que hará Andrés, y nosotros en medio, solo mirando. “Las mejores cosas que podemos tener no son cosas”, decía una pequeña postal colgada en uno de los consultorios de algún analista que tuve. Cierro con eso.