Un hombre vestido como Batman camina entre los manifestantes que van a tomar el Capitolio. No dirige nada, ni llama la atención, se saluda con otro que tiene un cartel pidiendo justicia para George Floyd. Aunque parecería que es así, ninguno de los dos está equivocado de manifestación. En estas movilizaciones no importan los contenidos, son amontonamientos de personas resentidas que quieren atacar al sistema.
Una comparsa festiva de disfrazados que parecía inofensiva ocupó el Capitolio. La policía y las autoridades se confundieron. No eran los típicos manifestantes enojados de las movilizaciones políticas, no parecía posible que desaten el caos que vino después. Un investigador que estudia la psicología de la violencia grupal y el vandalismo dijo a la BBC que encontraba extraño el estado de ánimo de “alegría” de los manifestantes. Lo atribuyó a que “la multitud sentía que sus acciones eran legítimas, porque su presidente les había pedido ir para hacerlo”.
Este es un fenómeno propio de la sociedad de la Internet al que nos hemos referido repetidamente en nuestros artículos: el descalabro de la democracia representativa de Occidente supone también una crisis de la razón cartesiana.
Conspiraciones. La turba que asaltó el Capitolio estuvo integrada en su mayoría por caucásicos que llegaron a Washington DC en aviones, viajando a veces en primera, y otros vehículos. El sindicato de sobrecargos de American denunció su comportamiento agresivo en las aeronaves. Casi todos llegaron de otros estados.
Entre los cinco muertos en los incidentes estuvieron Ashli Babbitt, una ex militar seguidora de Trump, que llegó del sur de California, y Kevin Greeson, de Alabama, militante de grupos racistas que puso en su red el 17 de diciembre “¡Recuperemos el país! ¡Carguemos nuestras armas y tomemos las calles!”. Richard Barnett, fotografiado con los pies sobre el escritorio de Nancy Pelosi fue detenido en Arkansas. De los 41 arrestados solo uno vivía en Washington.
El de apariencia más estrafalaria, que ocupó las primeras planas de la prensa fue Jake Angeli, conocido en las redes como “The Q-Shaman”. Entró al Capitolio ataviado con una cabeza de bisonte, el torso desnudo, un megáfono y una bandera. Después de tomarse muchas fotos llegó a sentarse en el sillón del presidente de la Cámara.
Angeli pertenece al movimiento Q-Anon (Q-Anónimo), que cree que Trump libra una guerra secreta contra una élite de pedófilos que adoran a Satanás y están ubicados en el gobierno, en las empresas y los medios de comunicación. Esperan que llegue pronto un ajuste de cuentas en el que dirigentes como Hillary Clinton serán “arrestados y ejecutados”.
Difunden una nueva versión de los Protocolos de los Sabios de Sión, que afirma que existe una conspiración de políticos, periodistas e intelectuales, que pretenden dar un golpe de estado contra Trump, dirigidos por Barack Obama, Hilary Clinton, George Soros y los Rothschild. Como la mayoría de los lunáticos que mantienen teorías conspirativas, son antisemitas.
Otra organización presente fue Proud Boys dirigida por el afro cubano Enrique Tarrio, condenado varias veces en Florida por robo. Tiene una tienda en que vende camisetas y objetos de propaganda de ultraderecha como camisetas con la frase “Pinochet did nothing wrong”. Otra vez la razón cartesiana en crisis: un afrocubano liderando un grupo de supremacistas blancos que persigue a negros y latinos.
El seis de enero el Congreso debía proclamar los resultados de las elecciones en una ceremonia en la que se leen las actas enviadas por los estados y se computan los resultados. En el caso de los últimos ocho presidentes norteamericanos el evento duró menos de una hora.
Trump pidió al vicepresidente del país, que evitara que se realice la proclamación y después ordenó a representantes y senadores republicanos que objeten la validez de los resultados de Arizona y Pennsylvania.
Trump. Trump llamó a sus partidarios a Washington para protestar por un supuesto fraude. Reunidos fuera de la Casa Blanca les instó a marchar sobre el Capitolio para presionar a los senadores y representantes. Dijo “Si no pelean como demonios, se quedarán sin país, dejen que los débiles se marchen. Este es un momento para la fuerza”.
Poco después Twitter bloqueó la cuenta de Trump por incitar a la violencia. En las siguientes 24 horas hicieron lo mismo Instagram, Facebook y Snapchat. Facebook anunció que la cuenta quedaba suspendida hasta que Joe Biden jure como presidente de los Estados Unidos. Trump, acostumbrado a usar las redes como si fuesen de su propiedad, quedó maniatado.
Hubo policías que se tomaron selfies con los manifestantes dentro del Capitolio. Algunos analistas quisieron encontrar aquí pruebas de una conspiración, como lo hicieron las autoridades chilenas acusando a Maduro y Cuba de promover las manifestaciones del año pasado. Nada de eso tiene sentido. La gente que tomó el Capitolio actuó por iniciativa propia, sin líderes ni ideas comunes, estimulada por un irresponsable.
En Estados Unidos los gobernadores tienen mando sobre la Guardia Nacional, lo que no pasa en el Distrito de Columbia. La alcaldesa Muriel Bowser pidió a la Guardia, que en la ciudad depende del gobierno federal, que vaya al Capitolio. Se movió con extraordinaria lentitud.
El descalabro de la democracia representativa de Occidente supone también una crisis de la razón cartesiana.
Los manifestantes entraron al Capitolio empujando a una policía desconcertada. Las imágenes son bizarras: sujetos destrozando lo que podían, derribando estatuas, holgazaneando en los escritorios de los legisladores, rebuscando en sus cajones y exhibiendo sonrientes su botín ante las cámaras. Un hombre quiso llevarse el podio de madera tallada con el sello del presidente de la Cámara, otro paseaba por los pasillos con una bandera confederada. En el colmo de las cosas, un grupo de invasores racistas persiguió a un policía negro por los pasillos.
Algunos funcionarios tuvieron la feliz iniciativa de esconder las cajas que contenían las actas electorales de los estados para impedir que las quemen. Todo esto ocurrió en un ambiente tragicómico de sesiones de fotos que terminó cuando los invasores fueron acompañados cortesmente por la policía para que abandonen el edificio.
La reacción mayoritaria fue de sorpresa y furia. Los senadores y representantes de Trump que cuestionaban los resultados de las actas se dividieron y en ambas cámaras hubo menos votos que proponentes de esa moción.
Presionado por su equipo Trump dijo a sus seguidores: “conozco tu dolor, sé que estás herido, tuvimos una elección que nos fue robada. Pero tienes que ir a casa ahora; debemos tener paz. Necesitamos tener orden público”. Terminó así un incidente, fruto del mensaje de odio de Trump a lo largo de cuatro años, de su desprecio por la prensa y la racionalidad.
Análisis. Si no se analiza seriamente los mecanismos de funcionamiento de la nueva multitud y su papel en la historia, no vamos a comprender lo que va a ocurrir en los próximos años. En América Latina el triunfo del plebiscito en Chile oculta que solo votó el 53% de chilenos, aquellos que creen en los valores de la política tradicional. Quienes provocaron el caos de octubre de 2019 son la otra mitad del país, que no pedía reformas políticas y que volverá a estallar en cualquier momento. Ocurre lo mismo con las elecciones de Perú y Ecuador, en donde la proliferación de candidatos, 23 en el un caso y al menos 16 en el otro, no impide que el más votado en las encuestas sea “ninguno”.
Así como no existe una explicación racional en la actitud de las multitudes que protestan, tampoco es racional la actitud de muchos líderes. Convencido de que su país se destruirá si no sigue en el poder, víctima de teorías conspirativas, Trump habita en una realidad alternativa que le vuelve peligroso. Muchos quisieran destituirlo, a pesar de que falta tan poco para que termine su período. Nancy Pelosi, líder demócrata de la Cámara de Representantes, pidió al Estado Mayor Conjunto que mantenga a Trump alejado de los botones nucleares hasta el 20 de enero. Anteriormente hubo ya el temor de los servicios de inteligencia de que revelara informaciones que tiene como presidente de la Unión, lo que puede poner en peligro la seguridad nacional.
Psicópata. Cuando el síndrome de hubrys del que habló Owen se conjuga con una personalidad psicopática se produce el peor de los liderazgos. Los dirigentes actúan solo en función de sí mismos y de sus supersticiones, no se interesan por los problemas de la gente. Trump nunca tomó en serio ni siquiera la pandemia que mató a cientos de miles de personas. Las relaciones internacionales, su relación con Kim Jong-Un, todo lo que hizo, fueron solo ingredientes para su lucimiento en el reality show en el que habita. América no será ni más grande ni más chica cuando Biden asuma el poder, los delirios de la conspiración pedófila solo están en su cabeza, la realidad es mucho más sencilla y hermosa que los Apocalipsis de los falsos profetas de los que habló Primo Levi.
Es difícil saber lo que pasará en el futuro con el partido republicano y Trump. En realidad él nunca fue republicano, sino un personaje que usó al partido para el culto a su personalidad. Los republicanos tradicionales probablemente se aglutinarán en torno al actual vicepresidente Mike Pence, que cumplió un papel decente en la transición. Después de haber sido incondicional con Trump durante cuatro años, acabó su relación cuando le pidió que rompa la constitución impidiendo la proclamación de Biden. Desde entonces no hablan. Condenó firmemente el asalto al Congreso y también condujo la sesión de manera eficiente para apurar la certificación del nuevo presidente.
Trump seguirá siendo un actor importante de la política del país. Es erróneo pensar que un expresidente que consiguió 75 millones de votos se puede evaporar. Si manejaba con menos delirios la campaña podría haber derrotado a un candidato aburrido como Biden.
Haber provocado el incidente en el Capitolio no afectará demasiado su popularidad. Sus seguidores le respaldan porque está en contra del sistema, porque las universidades lo rechazaban, al igual que los medios de comunicación y las ciudades más desarrolladas de los Estados Unidos. Lo ocurrido nos indigna a quienes nos formamos en la política tradicional, pero no a quienes se sienten excluidos de la sociedad posmoderna. Como dijo una abuela que había viajado desde Arkansas para participar en la protesta en una entrevista del New Yorker: “los detesto a todos ustedes. Su periódico es el demonio, pero también me dan asco Fox y CNN. Vine a sacar a patadas a todos los senadores y representantes del capitolio que es nuestra casa y no un local para que ellos hagan negocios”.
Provocador. Trump seguirá siendo el provocador de siempre, que seduce a sus simpatizantes con un estilo violento, atropellando las reglas y las instituciones. Es un revolucionario de nuevo cuño, distinto de los del siglo pasado. Los obreros que apoyan a Trump no son parte de la desaparecida revolución proletaria, sino que reaccionan ante los avances de la ciencia propios de la tercera revolución industrial.
Como me decía un intelectual argentino, la matriz política de Trump es igual a la de los populismos de cualquier color, de Bolsonaro, Maduro, Ortega o Cristina. La oposición maniquea entre enemigo y amigo, los mismos desbordes irracionales como dialogar con pajaritos, el sepelio de Maradona o la toma del Capitolio.
Trump anunció que no asistirá a la transmisión del mando. Es la culminación de su psicopatía. Su ego enfermo es tan enorme que no soporta verse a sí mismo entregando el poder a Biden. Siente que eso atenta en contra de orden del universo y desata las conspiraciones más atroces. La realidad es que no pasará mayor cosa, aunque sea el presidente del país más poderoso del mundo.
*Profesor de la GWU. Miembro del Club Político Argentino.