La libertad es una dirección y la libertad total un imposible que solo puede conducir a la locura. Lean si no la novela de Pablo Katchadjián. Intentamos ampliar los límites de nuestra libertad hasta que, un buen día, nos encuentra el amor y decidimos subsumir algo de esta, al amor. ¿Vale la pena algo semejante? Ya Barthes se lo preguntaba en Fragmentos de un discurso amoroso. ¿Por qué elegimos consensuar lo que, solos, haríamos de otro modo?
Amar no es cálculo y la libertad no es total. ¿No resulta loco, acaso, un mundo en busca de libertades basadas en aislar bloques, países e individuos? Todos contra los demás, abrazados a supuestos lugares merecidos o ganados con sudor.
La libertad sincronizada con el amor, en cambio, plantea motivos por los que vale la pena limitarse. De este modo, es saludable una salida inteligente a estados que se parecen a la libertad, pero no lo son, como la avaricia, la gula, el narcisismo, la ambición desmedida.
Amar implica siempre a un otro, o a un conjunto de otros, y hacerlo se parece a surfear una ola: algo difícil, trabajoso, motivo de un equilibrio inestable. Un delicado huracán. El orden meticuloso de un estallido que se expande. Nada queda en su lugar cuando amamos, y no podemos estar solo en nosotros si queremos alimentar ese amor.
Asumir los límites autoimpuestos del deseo de amar puede parecer masoquismo –sobre todo en un tercer mundo libertario–, pero es una búsqueda que resiste la inercia y nos desafía.
La conciencia constante de nuestra finitud, y de lo imposible e impermanente de casi todas las cosas, nos invita a modificamos. En el amor, la necesidad del otro es a la vez el sabernos necesitados por ellos, es entrar en sintonía con la verdad.
Una interacción, un diálogo fluido, dejarse llevar por la cosa común, que ya no es lo que “me” hace bien, sino lo que “nos” hace. Si educamos nuestra mirada, podremos comprender que no se trata de perder libertades porque amamos, sino de ganar en amor porque acotamos nuestra autocomplacencia. Es un trabajo interior que insume tiempo y esfuerzo. No hay que temer a los cambios de la vida en común. Hacer comunidad es, siempre, perder para crecer, dejarse atrás para renovarse.