Buena parte de la mejor narrativa española contemporánea es poco conocida, o directamente desconocida entre nosotros. Nos llegan, sí, esos autores best-seller de nacionalidad española que alimentan la industria peninsular. Los grandes mercados no funcionan sin best-sellers propios. España, que como sabemos, funciona como la Metrópoli en torno a la lengua castellana (las casas centrales de las grandes multinacionales de la edición en español funcionan allí, organizadas con un sistema que recuerda al de la colonia, con sucursales –virreinatos– en cada capital de América Latina al que le llegan los títulos de esos best-seller españoles –y extranjeros– a los que hay que imponer en todos los territorios) España, digo, a mediados de los años 80 registró que no tenía best-sellers autóctonos. Y un mercado grande sin best-sellers propios, es decir, solo importando best-sellers extranjeros, no puede funcionar. Pues, desde entonces la industria y el mercado español se propusieron lanzar sus propios best-sellers. Décadas después, allí están los Cercas y Pérez-Reverte, las Almudena Grandes, los Aramburu y el chiste sin gracia de Carmen Mola, entre muchos y muchos otros.
Pero de gran parte de la buena narrativa contemporánea, en Buenos Aires ni noticias (o muy pocas). Los libros de, por dar solo unos pocos nombres, Mercedes Cebrián, Natalia Carrero, Julián Rodríguez, Elvira Navarro o incluso Belén Gopegui apenas si circulan entre nosotros (o directamente no circulan). Supongo que debe ser a causa de que el sistema virreinal de la edición multinacional española supone que esos autores (y otros igualmente buenos), tal vez por causas comerciales, no ameritan ser publicados en ultramar. Tampoco las editoriales independientes locales lo hacen demasiado (quizás a causa de que los autores firmaron contrato para toda la lengua, pero a no ser distribuidos fuera de España). Por eso es bienvenida la iniciativa de la editorial Marciana de publicar a Eloy Tizón, buen escritor español. La soledad, los viajes, el deseo compila una selección de cuentos originalmente publicados en tres libros publicados por Páginas de Espuma (Velocidad de los jardines, Parpadeos, y Técnicas de iluminación). El libro abre con un relato (“Fotosíntesis”) escrito “acompañando a Robert Walser”, referencia que da el tono de la prosa y las tramas de Tizón: caminatas, rodeos, digresiones, pero también hijos muertos o llantos de pájaros. De un lado al otro, Tizón despliega una sintaxis que, detrás de su aparente sobriedad, esconde una leve vocación meta-textual, una ironía solapada, una desubicación entre los personajes y el contexto. O mejor dicho: una inadecuación. Porque la inadecuación es una preocupación o una cualidad que reaparece en casi todos los cuentos. Hay en sus textos un vanguardismo discreto, una sensación de estar ajeno al ruido de la época (la frase es de Ramos Sucre), un juego con lo paródico que nunca es de trazo grueso u obvio. La de Tizón, entonces, es una escritura del desplazamiento, no minimalista, sino como un encogimiento: el sentido se encoge, se repliega sobre sí mismo, hasta que, bajo el efecto de lectura de un cuento a otro –el efecto de acumulación– percibimos que esa sobriedad y hasta cierto preciosismo que parece exhibir La soledad… en realidad encubre una risa –o una sonrisa socarrona– que salta de palabra en palabra.