Escuché completo el discurso de Cristina en la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA, potenciado en el contexto de haber sido prohibida su entrada a los Estados Unidos por el gobierno de Trump y su Che Milei justo un día antes.
Citó estar leyendo el libro El cuarto giro: lo que los ciclos de la historia nos dicen sobre el próximo encuentro de Estados Unidos con el destino, de William Strauss y Neil Hove, escrito en 1997, del que se desprenderían pronósticos del surgimiento de Trump y la derecha radical.
Simplificadamente, los autores apelan a cierta circularidad de la historia en períodos de 80 años (medio siglo antes el economista Nikolai Kondrátiev, citado recurrentemente en estas columnas, escribió sobre los ciclos largos de la economía: alrededor de los 60 años) divididos en cuatro estaciones: Éxito, siempre poscrisis, el primer giro, con estabilidad, sentido de logro colectivo y apreciación de lo perdido durante la crisis anterior. Lo sigue el segundo giro: Despertar, allí el ánimo se orienta hacia la rebeldía y un tránsito del colectivismo al individualismo. Continúa con Desmoronamiento, el tercer giro, donde se potencia el distanciamiento entre las personas que se vuelven cada vez más individualistas. Para concluir en el cuarto giro: Crisis. Ejemplos del cuarto giro del pasado y pronóstico de actual según el libro:
“La década de 1760 fue seguida por la Revolución estadounidense, la de 1850 por la Guerra de Secesión, la de 1920 por la Gran Depresión y la Segunda Guerra Mundial. Todas estas épocas de desintegración fueron seguidas por crisis devastadoras, tan monumentales que, al final, la sociedad estadounidense emergió de una forma completamente nueva”.
“En algún momento antes del año 2025, Estados Unidos pasará por una gran puerta en la historia, comparable a la Independencia, la Guerra Civil y las emergencias gemelas de la Gran Depresión y la Segunda Guerra Mundial”.
Cuando los autores publicaron su libro, consideraban que en 1984, con la hegemonía de las ideas de Reagan y Thatcher (protolibertarias) se transitaba el tercer giro para desembocar en el cuarto en la primera década de este siglo: “La historia es estacional y el invierno se acerca”, se pronosticó.
Y escribieron: “Lo que hace especial a una crisis es la disposición del público a dejar que los líderes lideren incluso cuando flaquean y a permitir que las autoridades ejerzan su autoridad incluso cuando cometen errores (allí) líderes mediocres pueden conseguir un apoyo popular inmenso; se puede lograr que las malas políticas funcionen (o, al menos, que se perciba que funcionan)” .
El libro luce entretenido con una metafísica por momentos esotérica (en Hegel también hay una cuestión de fe), por ejemplo hasta arriesga el carácter de los protagonistas de cada época: los profetas en el primer giro, los nómades en el segundo, los héroes en el tercero y los artistas en el cuarto. Vale notar que William Strauss fue dramaturgo y director de teatro (falleció e 2007) y con Neil Hove, quien sí cuenta con un posgrado en Historia y se dedicó a la consultoría, son los padres de “La teoría generacional”, una teoría pseudocientífica que describe un ciclo generacional recurrente. Juntos publicaron también en 1991 Generations y en 2001 Millennials Rising: The Next Great Generation.
Sobre El cuarto giro, sus críticos dijeron que “elaboraron un horóscopo histórico que nunca resistirá el escrutinio académico” criticando su teoría por “ser excesivamente determinista e infalsable”. No obstante, “el mago del Kremlin” de Trump, Steve Bannon, antes de convertirse en el jefe de la estrategia de la Casa Blanca, impresionado por El cuarto giro, en 2010 escribió y dirigió Generation Zero, una película de Citizens United (la organización conservadora) sobre la teoría del libro. Hay algo metafísico y más aun místico en estos magos del Kremlin porque Santiago Caputo hasta tatuó en su espalda parte de la obra de Benjamín Solari Parravicini el “Nostradamus argentino”, quien según su interpretación habría pronosticado la llegada de Mielei al poder como “el hombre gris”.
Pero para comprender lo que está pasando ahora realmente en Estados Unidos con Donald Trump y sus votantes resulta más útil leer al verdadero historiador egresado del Trinity College de Cambridge, doctorado en Gobierno de la Universidad de Harvard, profesor asociado de Asuntos Internacionales en la Universidad de Johns Hopkins y asesor principal del Protect Democracy: Yascha Mounk, experto en el auge del populismo de derecha extrema y crisis de la democracia. Autor de libros como El pueblo contra la democracia; La trampa de la identidad: una historia sobre las ideas y el poder en nuestra época; y El gran experimento: por qué fallan las democracias diversas y cómo hacer que funcionen.
Yascha Mounk es el entrevistado del reportaje largo de hoy en PERFIL, que permite comprender cuánta similitud podría caberle a la figura de Cristina con la de Hillary Clinton: “Estamos asistiendo a una oscilación pendular entre dos fuerzas políticas que a veces se consideran hostiles entre sí, pero que en realidad se ayudan enormemente. Y es esta forma de identitarismo de izquierdas por un lado y el populismo de derechas por otro: lejos de ser hostiles entre sí, uno es el yin y otro es el yang. (…) Fue, en parte, el crecimiento de esta ideología identitaria en universidades, espacios activistas, algunas instituciones, lo que llevó a Hillary Clinton a adoptar algunas posiciones políticas bastante impopulares el año de su campaña, y fue explotado muy hábilmente por Donald Trump en su campaña presidencial. (…) Cualquiera que se atreviera a criticar esas ideas podría entonces ser fácilmente sospechoso de favorecer secretamente a Donald Trump, lo que nadie quería. Y así, la elección de Trump es una de las grandes razones por las que la izquierda cayó de lleno en la trampa de la identidad”.
También, el porqué de que Trump haya elegido para canciller al antidiplomático Marco Rubio, hijo de exiliados cubanos, y este haya promovido la prohibición de ingreso a Estados Unidos de Cristina Kirchner y su familia: “Los votantes latinos fueron una de las grandes fuerzas que pusieron a Donald Trump en la cima. Los demócratas creían que siempre iban a ganar la gran mayoría de los votos latinos, en parte porque pensaban en términos muy simplistas y homogéneos. Consideraban que Estados Unidos está dividido en blancos por un lado y gente de color por otro. Y todos los latinos, ya sean argentinos de origen italiano que llegaron a un país hace veinticinco años, o indígenas de Guatemala, o inmigrantes negros de Brasil, estarían todos naturalmente en el mismo lado del espectro político. Y lo que vimos concretamente en estas elecciones es que los latinos que acabaron pasando de la columna demócrata a la republicana no eran los que tenían opiniones muy izquierdistas sobre cuestiones culturales. Eran los latinos más moderados y socialmente más conservadores que se habían sentido más bienvenidos en el Partido Demócrata en el pasado, que votaron a los demócratas, aunque en muchas de esas cuestiones sociales no estuvieran totalmente de acuerdo. Pero a medida que el Partido Demócrata se fue radicalizando en esas cuestiones culturales, esos votantes pensaron: ‘No, voy a votar en función de mis creencias, de mi ideología’, y se pasaron al Partido Republicano. Por eso, un estado como Florida es ahora tan sólidamente republicano, y por eso Donald Trump ganó estas elecciones”.
O por qué Silicon Valley se transfugó a la derecha: “Estos líderes tecnológicos sentían que eran una especie de buenos miembros de la izquierda, de la élite estadounidense de centro, que fueron a cenas de caridad costosas y dieron mucho dinero a causas y gastaron mucho dinero en el Partido Demócrata. Y eso les dio una cierta cantidad de respeto y un trato decente. Pero luego, después de 2016, cuando ocurrió lo de Facebook y Cambridge Analytica, los bots rusos en Twitter, y así sucesivamente, fueron culpados por la derrota de Hillary Clinton, todo cambió. Y de un momento a otro, pasaron de ser el tipo de héroes celebrados de América a ser, como ellos lo percibieron, los villanos” y por eso Elon Musk compró Twitter.
Y por qué “la autenticidad es más fácil de conseguir en este momento en la derecha que en la izquierda” lo que en el caso argentino se traduciría en: por más “Che Milei” que Cristina Kirchner use, termina sirviéndole electoralmente a la La Libertad Avanza.