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Curry, salsa teriyaki y resentimiento

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Leer el final de los libros, spoilear, querer saber del otro aquello que ni el otro todavía sabe. La ansiedad de la época nos empuja a vínculos débiles e inestables. Sería lindo googlear la fecha de nuestro último día en la tierra o que un bot responda con su inmediato menú de opciones cuál será nuestro nuevo empleo, nuestro nuevo amigo o el valor del dólar futuro. Pero la vida, aunque la percepción del tiempo se acelere, sigue teniendo sus sanos delays. Días de 24 horas, años de 365 noches, gestaciones de nueve meses, tránsitos astrales de 40 años. La lógica absurda de los calendarios tiene bastante para decirnos de nuestros modos de habitar el tiempo. 

Una decisión importante no se toma como si se eligiera un combo de comidas o un lugar de vacaciones. Cuesta acomodar intereses y agendas, deseos y ocupaciones cuando se vive en comunidad. El apuro va a estar, porque viene de afuera, aunque también puede habitar nuestro interior. Pero la respuesta podría evadirse. Si sabemos desobedecer la aceleración del tiempo, ya habremos ganado la primera batalla: esa que se libra contra la cultura de la inmediatez.

Hace dos siglos, Nietzsche habló de una moral del resentimiento. El otro condimento de esta época. Curry, full fight, salsa teriyaki y resentimiento. El profesor Esteban Di Paola explica que una moral del resentimiento se realiza cuando el otro es siempre definido como el mal, y agrega que la pregunta por el mal está siempre mal planteada al suponer algo originario que sería el bien. “En la definición de lo otro como el mal, la pulsión reactiva promueve el carácter negativo de su ejercicio como represión para refrendar un orden que se representa como natural”.

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Apuro y curiosidad. Ansiedad y resentimiento. La comida quemada del siglo XXI. ¿Cómo se escapa a ese desenfreno? Los hijos crecen y tratarlos como adultos implica respetar sus tiempos, hacer lugar a sus inquietudes. En mi fantasía, a veces les digo que vengan de inmediato y ellos acceden como cuando iban a la escuela. Hoy cada uno anda en su universidad, su deporte, su hobbie, sus amistades, y la respuesta no siempre sucede en los tiempos que yo espero. Las formas de la época nos tocan de cerca. Incorporar a los otros a nuestra vida implica darles un lugar, priorizar sus cuestiones, crear momentos y renunciar a otros. Guardo en mi corazón la alegría que me da escuchar sus reflexiones. Cuando eso sucede, no digo nada, solo les hago más preguntas. Dejo que estallen en mi interior las mil flores del poema, esa especie de orgullo inmostrable. Hablan como adultos y argumentan con inteligencia. Quizá algún día lean esta nota o sepan que todo lo que esperaba de la maternidad ha sido sobradamente colmado.

No sé adónde nos conduce esta moda veloz de los contactos inmediatos, ni cómo inventar tiempo de calidad. Sí prefiero ser una ciudadana atípica a hacerme al estilo que se impone. El tiempo no crece por más que te apures. La respuesta no puede llegar antes de que enunciemos la pregunta. Es imposible contar lo que todavía no sucedió. El sujeto del rédito no para. Como también canta la Bersuit: E o tempo não para.

Quiero no saber hacia dónde voy y que respete mi camino, mi tiempo, mi duda. Quiero que no importe tanto qué haré, cómo, de qué modo, cuánto vale. Quiero que mi mundo interior atraiga más que mis problemas materiales. Que preocupe mi proyecto de escritura, mi salud, los árboles que plantamos, el ataque a las moscas que estamos planeando. Quiero caminar sobre las arenas movedizas de una realidad lenta y difícil, que el resultado nunca llegue, que cueste todo y que elijamos seguir haciéndolo. Quiero hacer según nos haga bien cada día, que la mañana dure veinte horas y la noche cuatro. Que el fuego esté siempre encendido. Quiero que el amor sea el único combustible. Pagar con caricias, deber abrazos. Quiero ir por la ruta escribiendo, recitar poemas, enseñar a perder el tiempo, hacer pan, soñar libros y cantar. Quiero que vuelva a casa y que me mire como el primer día. Leerle cuando maneja. Que me lea algunas noches. Quiero verlo volar por encima de las dificultades. Su sonrisa no tiene velocidades ni cupos. Sus manos son el manantial que nunca se evapora.