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ser artista

Cuando la creatividad se volvió ‘prompt’

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Cultural digital. “Surge la fascinación, pero también la resistencia. ¿Dónde queda el estilo?”. | cedoc

En estos días, las redes se llenaron de gatos samuráis, escenas oníricas, dragones de colores pastel y todo tipo de personajes salidos de una película que, en realidad, nunca existió. Fue como si todos estuviéramos dirigiendo nuestro propio film de Studio Ghibli… sin haber aprendido jamás a dibujar.

ChatGPT ahora genera imágenes, y con eso abrió un nuevo capítulo en la cultura digital: el de la imaginación tercerizada. Solo hace falta escribir una idea, un personaje, una escena, y en segundos aparece algo que parece salido de un storyboard profesional. Lo probé yo también. Todos caímos. Es divertido. Es mágico. Y también es incómodo.

Así como el texto generado por IA nos descolocó (y todavía lo hace), ahora se viene la etapa visual. Para muchos, marca un antes y un después. Para quienes trabajamos con creatividad, esto se parece mucho a lo que fue ChatGPT 3.5: un acceso masivo a una potencia que hasta hace poco era exclusiva. Un salto que emociona y amenaza al mismo tiempo.

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Surge la fascinación, pero también la resistencia. ¿Dónde queda el estilo? ¿Quién es el autor? ¿A quién se le paga si la estética es de Miyazaki, el motor es de OpenAI y la idea fue tuya? El copyright entra en terreno pantanoso. Lo mismo que la originalidad. Ya no se trata solo de crear, sino de elegir bien el prompt. De aprender a dirigir sin tocar la cámara.

Y ahí aparece una nueva figura: el creador sin oficio, una persona que nunca estudió animación ni diseño, pero logra generar piezas que parecen de Pixar o Ghibli. Lo que antes tomaba meses hoy se resuelve en minutos. Lo que antes era técnica ahora es interfaz. El oficio se diluye, o al menos cambia de forma.

Esta transformación nos obliga a revisar nuestros criterios. ¿Qué valoramos de una imagen? ¿El trazo? ¿El tiempo invertido? ¿La idea? ¿El impacto? En un mundo donde todos podemos hacer algo visualmente increíble con una buena descripción, ¿cómo se mide el talento?

No es un fenómeno nuevo. Ya pasó con la fotografía digital. Con los filtros. Con los textos automáticos. Pero esta vez la escala y la estética elegidas –Studio Ghibli como símbolo de lo humano, lo artesanal, lo sensible– nos enfrenta a una contradicción más profunda: estamos emulando lo más cálido de la animación con lo más frío de la computación.

Y ahí entra algo más complejo: la apropiación estética. Porque la IA no crea desde cero, sino desde los datos que le dimos. Desde lo que ya vio, lo que ya aprendió. El estilo Ghibli, como otros estilos consagrados, está siendo usado como molde, sin autorización ni participación de quienes lo construyeron.

¿Es esto democratización o extractivismo cultural? ¿Expansión de la creatividad o desaparición del autor?

Algunos celebran que ahora cualquiera pueda imaginar. Otros advierten que estamos desmantelando el ecosistema del trabajo creativo. Ambas cosas pueden ser ciertas. Lo que está claro es que ya no hay marcha atrás. La IA generativa llegó a las imágenes con la misma violencia con la que antes llegó al lenguaje. Y no vino a pedir permiso.

Mientras tanto, las redes se llenan de escenas que no existen, obras sin firma, mundos con estética robada. Y nos hipnotizamos. Porque lo que se ve es bello. Aunque lo que hay detrás nos incomode.

No estamos discutiendo solo sobre derechos de autor. Estamos discutiendo sobre el sentido de crear. Sobre qué significa ser artista. Sobre si el proceso todavía importa. Y sobre qué nos pasa cuando una máquina imita mejor que nosotros lo que nos emocionaba de nosotros mismos.

El problema no es que haya magia. El problema es que ya nadie se pregunte de quién era el truco.

*Autor y divulgador. Especialista en tecnologías emergentes.

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