Si me pusieran contra un paredón y me dijeran: “Dame diez frases célebres de la bolsa de tu recuerdo o tomo tu vida”, creo que solo podría reproducir dos, a lo sumo tres. La primera, que al parecer reproduje mal en mi primera novela oriental, es de Wittgenstein, dice: “De lo que no se puede hablar, mejor es callar”. Las versiones más aceptables serían así: “Lo que se deja expresar debe ser dicho de forma clara; sobre lo que no se puede hablar, es mejor callar”. O, más cercana a mi mala cita: “De lo que no podemos hablar, debemos guardar silencio”. La segunda pertenece a Oscar Wilde, tal vez el autor más citable de la historia de la literatura occidental: “No sé por qué XXX me odia tanto, si jamás le hice el menor favor”. Aunque desde luego el justo lector podría decidirse a no elegir una de una larga lista: “La mejor manera de resistirse a una tentación es entregarse a ella”. “Las mujeres han sido hechas para ser amadas, no para ser comprendidas”. “Un hombre puede ser feliz con cualquier mujer mientras que no la ame”. “No voy a dejar de hablarle solo porque no me esté escuchando. Me gusta escucharme a mí mismo. Es uno de mis mayores placeres. A menudo mantengo largas conversaciones conmigo mismo, y soy tan inteligente que a veces no entiendo ni una palabra de lo que digo”. “No hay nada como el amor de una mujer casada. Es una cosa de la que ningún marido tiene la menor idea”. “Si usted quiere saber lo que una mujer dice realmente, mírela, no la escuche” (esta frase podría implicar alguna clase de reproche, alguna clase de cancelación). Agrego la novena: “En un principio, Dios hizo un mundo distinto para cada hombre, y es en ese mundo, que está dentro de nosotros mismos, donde deberíamos intentar vivir”. La décima, la de mi salvación, es la que nos condena a nuestro término, y la soltó un filósofo y político ruso. Dice: “La teología es una disciplina sin objeto”. Reflexionar sobre esta será el objeto de la próxima columna.
Las preguntas no son nunca indiscretas. Las respuestas, a veces, sí.
Uno debería estar siempre enamorado. Por eso jamás deberíamos casarnos.
Cínico: un hombre que sabe el precio de todo y el valor de nada.
La mejor manera de librarse de la tentación es caer en ella.