El algoritmo, que sabe más de mí que yo misma, me complace en un mismo día con dos reels a medida de mis mejores aspiraciones. Una entrevista a la actriz y escritora española, exiliada en Francia, María Casares, hecha por el gran Joaquín Soler Serrano, y otra del mucho menos atrayente Antonio Carrizo, con Borges. A María Casares la amo por tres razones: sus papeles con Robert Bresson y Marcel Carné, sus ojos muy parecidos a los de Gloria Swanson y, sobre todo, por haber tenido una infancia muy parecida a la de mis tías abuelas gallegas. A Joaquín Soler Serrano lo envidio por haberse sentado a hablar con quienes yo nunca podré, pero lo que más me fascina de él es su manera de decir “maestro”. Cuánta emoción le pone a una sola palabra, cuán convincente suena al decirla con esa voz de fumador, no importa si enfrente tiene a Onetti o al Indio Fernández. A María no le dice “maestra”, solo la hace hablar de su novela autobiográfica ambientada en La Coruña y alrededores, y de sus romances, incluidos por supuesto los 16 años que pasó con Albert Camus. Ella habla y habla mientras fuma un cigarrillo atrás de otro. Como el reel dura pocos minutos, quise ver la nota entera. Cuando terminó, una fue llevando a la otra, como los cigarrillos de Casares. Caí en un revisionado de horas (no por nada el programa se llamaba A fondo). Fumaron a cámara Puig, Mastroianni y Cortázar, divagó Dalí.
Entrevistando, Carrizo tenía otro estilo, medio detestable. Hacía cosas imperdonables, como no permitir a Tita Merello explayarse sobre su experiencia como prostituta para preguntarle cualquier pelotudez. Pero frente a Borges está encendido, la quiere jugar de picante y le expone, tras acusarlo de tener “algunas fobias literarias”, una lista de autores que el maestro desprecia, para que los defenestre. Primero cae Horacio Quiroga, a quien sin embargo Borges reconoce habilidad para contar historias inolvidables. Sobre Alfonsina Storni y Pablo Neruda dirá más o menos lo esperable. Con Gabriela Mistral se manda un soliloquio que podría ser un posteo de algún influencer anti cancel culture, cancelador del wokismo. “Profesionalmente chilena, profesionalmente sudamericana, por eso gustó en Suecia, porque responde a la idea de una escritora de Sudamérica, con sangre india. Tiene que escribir de un modo sentimental y ser morena. Ella cumplió con esos requisitos, nada más, pero la obra es bastante floja”. Con su hate y con su filo, con Carrizo acicateándolo como hoy haría un tuitero, Borges probó, otra vez, que hay preocupaciones que son más viejas de lo que parecen.