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Catecismo woke

Milei Temes
Javier Milei participó de una cumbre ultraconservadora organizada por el partido Vox de España. | Pablo Temes

Jon Kent es hijo de Clark Kent y de Luisa Lane. El nuevo de Superman tiene 17 años, un novio varón y es bisexual. El joven superhéroe se enfrenta al racismo y a la xenofobia, lucha contra el cambio climático y participa en protestas contra la deportación de refugiados, a la vez que se preocupa por el medioambiente y por la justicia social. La historia que lanzó recientemente DC Comics en los Estados Unidos es la de un personaje que expresa los valores de inclusión social y de diversidad sexual, con los que se identifica buena parte de la opinión pública occidental en la segunda década del siglo veintiuno: Jon Ken es el símbolo de la cultura woke que impulsa la  izquierda moderna. Pero el heredero de Superman también representa el rechazo que promueve otra parte esa misma sociedad: Jon Ken es la encarnación del odio de la extrema derecha antiwoke.

La polarización en torno a la cultura woke viene creciendo en todo el mundo. Y también en la Argentina desde que las Fuerzas del Cielo irrumpieron en este país. El hijo de Superman por caso, sintetiza todo lo que Javier Milei repudia. El Presidente así lo demostró esta misma semana cuando inició un nuevo capítulo de su batalla cultural, en este caso, contra el periodismo.

Horas antes de que se informara que el Gobierno restringirá el acceso a los pedidos de información sobre la actividad de los funcionarios de la Libertad Avanza, en lo que representa el más importante atraso en términos de censura, acceso a la información y libertad de expresión en décadas, Milei eligió volver a cuestionar a los periodistas que “perdieron el monopolio del micrófono” a manos de las redes sociales que expresan a “la gente”.

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En ese particular género de entrevistas-sin-preguntas que habitualmente le realiza Luis Majul para LN+, Milei dijo: “Lo que pasa es que se acostumbraron mal, a que antes tenían el monopolio del micrófono. Y que el archivo lo manejaba un tipo que manejaba el archivo. Hoy el archivo es instantáneo gracias a la red social X. Yo he escuchado a un impresentable, que se jacta de defender la libertad de expresión pero se queja de que la red X ahora es un espanto. La red X ahora es libre. Antes había censura. Es decir, si usted no recitaba el catecismo woke, lo censuraban. Pero ahora es libre”.

Muchos argentinos quizá no comprendieron el mensaje del Presidente. Porque el debate en torno a la cultura woke no está aún muy presente en la discusión mediática local. Pero se trata de una referencia que engloba gran parte del debate ideológico de los últimos años en los Estados Unidos y Europa. Con esa palabra se inició en la última década el movimiento político y cultural que inquieta a la extrema derecha en todo el mundo. Y también en la Argentina, claro está, desde que surgió Milei.

Todo comenzó en 2014, cuando un policía blanco estadounidense disparó por la espalda en Missouri al joven afroamericano Michael Brown, que estaba desarmado y no había cometido ningún delito. Brown había sido acusado por el policía, del que luego se supo que militaba en organizaciones de supremacía blanca, de haber robado en un supermercado. Pero el uniformado se había confundido de persona y el asesinato puso en marcha una serie de masivas protestas antirracistas en los Estados Unidos.

Los manifestantes llevaban carteles que alertaban contra la violencia y la represión policial: “stay woke” (mantente despierto) contra las fuerzas de seguridad. Dos años después de la muerte de Brown otro afroamericano fue asesinado por un policía blanco, al asfixiarlo con su rodilla sobre el pecho porque pensaba que quería sacar un arma, cuando en realidad estaba buscando su billetera para identificarse. Las nuevas protestas masivas que se iniciaron tras el asesinato de George Floyd se agruparon bajo el lema Black Lives Matter (las vidas negras importan) y potenciaron aun más a la cultura woke.

El movimiento woke inquieta a la extrema derecha en todo el mundo.

La expresión se popularizó inmediatamente en Twitter y se viralizó como un meme de Internet, utilizándose con frecuencia por personas que no eran afroamericanas, pero querían manifestar su apoyo a las protestas del Black Lives Matter. Con el tiempo, el término se vinculó también a otras causas progresistas, como la lucha del movimiento LGTB, la prédica de los ambientalistas y la defensa de los derechos humanos y sociales. En síntesis, la cultura woke encarnó en pocos años los ideales de la nueva izquierda en el nuevo milenio.

Como una reacción a ese movimiento sociocultural, los sectores ultraconservadores y de extrema derecha en varios países occidentales empezaron a usar el término woke como un insulto despectivo contra la ideología de izquierda, a los que acusaban de iniciar una “cultura de la cancelación” contra todo lo que no sea woke. El movimiento woke se convirtió así en un fenómeno de alta polarización política: para el progresismo representó el avance de los valores que enaltecen a la humanidad y para el antiprogresismo expresó la denigración de esa misma humanidad.

Entre los críticos de la cultura woke se encuentra, por ejemplo, Pablo Abascal, fundador del partido de extrema derecha español Vox. Abascal estuvo esta semana en Buenos Aires para inaugurar el III Foro de Madrid, una iniciativa auspiciada por Vox para “frenar a la izquierda en Latinoamérica”. El Foro de Madrid surgió para enfrentar una “agenda común de la libertad” entre los aliados de Iberoamérica y Europa para hacer frente “a la influencia criminal del Foro de San Pablo, el Grupo de Puebla y la Internacional Progresista”, según se puede leer en su site oficial. Y se concentró en Argentina para reunir a “las fuerzas patrióticas iberoamericanas y europeas que se oponen al socialismo y defienden la libertad”. Milei estuvo en el cierre del III Foro de Madrid que se realizó en el ex Centro Cultural Kirchner, rebautizado Palacio de la Libertad para este evento.

El discurso de Vox no difiere del de la derecha extrema en cualquier lugar del mundo: rechaza la inmigración, está en contra de la diversidad sexual, cuestiona al feminismo, descree del calentamiento global y postula un inflamado discurso contra el comunismo, como si el Muro de Berlín no hubiese caído hace ya varias décadas. Abascal además reivindica a la dictadura de Franco y se opone a las políticas de reparación de la memoria. “Los buenos somos los que defendemos la libertad en todos los órdenes, somos los que defendemos el derecho a la vida de los niños en el vientre materno, los que defendemos la propiedad privada, los que estamos en contra del crimen organizado del socialismo –sostuvo Abascal en Buenos Aires–. Y nuestros enemigos son aquellos que imponen agendas globalistas, como la agenda woke”.

Que Milei haya sido el primer dirigente argentino en mencionar esta palabra es sintomático. Porque el relato antiwoke se erige sobre una nueva forma de hacer política en este país. Ha quedado atrás la discusión sobre neoliberalismos y populismos. El debate ya no gira en torno a “la defensa de la República” o “el rol del Estado”. Lo que los argentinos de bien ahora reclaman es un nuevo enclave discursivo contra lo políticamente correcto: una incorrección política que llevó a Milei a la presidencia y que, por ahora, lo sostiene. Es que Milei no impulsa un debate de ideas, lo que promueve es una lucha cultural: una guerra contra el “catecismo woke”.  Una nueva Cruzada.