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Campañas electorales del nuevo tiempo

La política elitista está en crisis. En la Argentina, la imagen de casi todos los partidos y líderes de la oposición es mala. Como pasó en México, la reunión de muchos políticos antipáticos de la oposición, más que dañar, puede beneficiar al Gobierno. Hubo un antecedente durante la manifestación de defensa del financiamiento de las universidades: la imagen de Milei venía en baja, pero con la aparición de dirigentes con altas cuotas de imagen negativa, la del Presidente mejoró. Pero la gente vota más por rechazar a algo o a alguien. El discurso conservador que dio en Davos hirió al voto joven. Y es posible que, aunque sus líderes sean rechazados, un frente anti-Milei tenga una buena performance si hasta el día de las elecciones la imagen del Presidente se desmorona y una mayoría decide votar en su contra.

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| Pablo Temes

Hasta la aparición de la televisión, lo que más distraía a la población eran los espectáculos políticos y religiosos. Cuando apareció la radio, mucha gente oía las discusiones del Congreso, los discursos de los políticos y los sermones de los curas. Si comparamos la oferta de placer de ese entonces con la que tenemos hoy, podemos decir que la vida era aburrida.

Cuando Hitler pronunciaba sus discursos en un escenario apocalíptico, rodeado de fanáticos con uniformes y estandartes, no había en Alemania otro espectáculo que pueda competir con el suyo. Los discursos de Perón en la Plaza de Mayo, de Lázaro Cárdenas en el Zócalo, o los de Velasco Ibarra en los balcones de su país paralizaban a las ciudades y atraían a multitudes que concurrían con el mismo entusiasmo con el que los latinoamericanos asisten actualmente a los partidos de fútbol. No los lleva nadie, van porque les gusta, se entusiasman, gritan, golpean a los hinchas de otros equipos, tienen las mismas actitudes de los antiguos frente a los actos políticos.

Actualmente todo cambió. Hemos asistido, en las últimas décadas, a manifestaciones y cierres de campaña realizados con el antiguo estilo. Los líderes se suben a la tarima y reeditan un rito que ha perdido novedad, y no puede competir con una exposición de perros o un programa cómico de la televisión, pero algunos políticos creen que es indispensable realizar. Ocurre lo mismo con otros eventos como las caravanas, la distribución de folletos, las tarimas, los locales partidarios en los barrios, que han sido reemplazados por la cibermilitancia. Fueron importantes cuando no había nada que hacer, y tampoco herramientas mejores para comunicarse, pero ahora solo atraen a partidarios decididos del candidato o a personas que vienen por una paga o buscando un bocado de comida. Su papel de seducir a nuevos votantes se ha debilitado.

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Mauricio Macri ganó todas las elecciones en que participó o en las que patrocinó a un candidato desde 2005 hasta 2019, en la Ciudad de Buenos Aires, la provincia y el país. Algunos lo criticaron porque no daba discursos ni organizaba grandes concentraciones. Lo discutí con políticos, periodistas y dueños de medios de comunicación que decían que así no es posible ganar las elecciones, que necesitaba insultar a Cristina Fernández, que debía ganarse a sangre y fuego el sitial de líder de la oposición.

Macri instaló una forma de hacer campaña distinta, sin repetir las formas de una política que suena falsa de tanto repetirse y aburre a los electores. Decenas de campañas exitosas del PRO usaron herramientas atractivas, novedosas, sin gente acarreada para que aplauda a los candidatos, sin tarimas, juntándose con los vecinos. En el cierre de la campaña para jefe de Gobierno de 2007, en vez de llevar a miles de porteños para que lo aclamen en un parque, Macri recorrió durante veinte y cuatro horas seguidas los barrios de la Ciudad de Buenos Aires, hablando de propuestas que tenían que ver con la vida cotidiana de los porteños. Con eso comunicaba que estaba con la gente, que compartía sus sueños y sus necesidades.

Dejaba ver algo que era importante para conseguir su voto: que no se parecía a los viejos políticos, sindicalistas y activistas políticos, de los que la sociedad estaba cansada. Esta forma de cerrar la campaña no le dio el triunfo, pero fue parte de una estrategia que lo presentó como un líder de los nuevos tiempos.

El PRO fue eje de una amplia coalición de personas que formaron una alternativa al peronismo, no porque se pusieron de acuerdo en teorías, sino porque, en la práctica, fue capaz de reunir una base heterogénea, que tenía discrepancias, pero estaba unida por el deseo de cambiar el país.

Todos los candidatos del PRO fueron gente nueva. Pasados los años parecen políticos de gran trayectoria, pero Gabriela Michetti, María Eugenia Vidal, Horacio Rodríguez Larreta, Francisco de Narváez, Esteban Bullrich no habían sido ministros, o funcionarios del alto nivel hasta que consiguieron sus victorias. De Narváez derrotó a Néstor Kirchner y Bullrich a Cristina Kirchner, en la provincia de Buenos Aires; Rodríguez Larreta es el único jefe de Gobierno que ha sido elegido en una sola vuelta.

Néstor Kirchner cerró la campaña de 2009, en un escenario imponente, en el mercado de La Matanza, acompañado de funcionarios, líderes sindicales, intendentes y una corte. Pronunció un discurso que muchos oyeron, pero no escucharon. Ha pasado el tiempo en el que los oradores publicitaban en dónde harían su concentración para que la gente vaya. Es ese caso, la llegada de los manifestantes fue tan artificial, que hasta la víspera, nadie sabía a qué hora tendría lugar, ni en dónde, excepto los choferes de los camiones contratados para trasladar a las masas “espontáneas”.

Algunos canales de televisión cortaron la pantalla en dos. En un lado se veía a Kirchner y a sus oradores, pronunciando sus intervenciones desde un podio, mientras que en el otro aparecía De Narváez, entre risas y saludos de gente común, repartiendo boletas de votación. La pantalla permitía apreciar el contraste entre la vieja política del aparato y la nueva política de los candidatos mezclados con la gente.

Lo previsible es que el escándalo de $LIBRA siga siendo tema de conversación

Los cierres de campaña, con discursos que repiten las mismas frases pronunciadas decenas de veces a lo largo de los años, no interesan mucho. Todos darán seguridad, empleo, lucharán en contra de la corrupción. Asisten a esos actos empleados públicos, beneficiarios de obras sociales o miembros de sindicatos u organizaciones que les toman lista al terminar el acto. Ni a los oradores les interesa lo que dicen, ni los asistentes escuchan. Es un espectáculo antiguo que sobrevive por fuerza de la costumbre y del dinero que ganan los que hacen emparedados, alquilan camiones o acarrean gente. Son recuerdos de una época que murió.

La política elitista está en crisis. He conversado en estos días con varios dirigentes de la política argentina, que discuten acerca de la necesidad de que la oposición se una para enfrentar a Milei. Una pregunta similar se han hecho en varios países y la respuesta ha sido diversa.

En México todos los partidos antiguos se unieron para enfrentar al gobierno de Morena e impedir la elección de su candidata. Tanto el PRI como el PAN, como el PRD tenían un “nunca votaría” por un candidato que auspicien, de más del 70% de los mexicanos. Ocurrió lo previsible: la candidata de unidad, Xóchitl Gálvez, obtuvo el 27% de los votos. Tenía elementos para hacer una campaña de outsider, con una estrategia adecuada, pudo tener mejores resultados sin el cinturón de plomo que significó el apoyo de los partidos tradicionales.

En cambio, en Brasil Lula da Silva ganó con el apoyo de un amplio frente en que unió a casi todos los partidos políticos del país, para detener la reelección de Jair Bolsonaro. Para un líder de su talla fue un triunfo magro, obtuvo el 51% frente al 49% de su oponente.

En el caso ecuatoriano, existiendo 16 candidatos, la elección se polarizó entre dos: la candidata de Correa y Daniel Noboa, político distinto a los antiguos. Los votos de doce de sus contendores, a pesar de que algunos de ellos eran personas valiosas, sumaron solo el 4% de los sufragios. Entre ellos estaban los candidatos de los partidos que manejaron la política ecuatoriana de las últimas décadas.

En Argentina la imagen de casi todos los líderes y partidos de la oposición es mala. Si lo vemos desde una perspectiva, podría pasar lo de México: que la unión de tanto partido antipático ayude a un triunfo del Gobierno. Pasó ya cuando se produjo la manifestación en respaldo a las universidades: la imagen de Milei, que venía a la baja, se recuperó cuando asomaron algunos dirigentes de oposición con altas cuotas de imagen negativa.

Pero nada es eterno y menos en la política. En el paradigma que armaron los fundadores de la consultoría, era imposible que un candidato con más del 40% negativos gane las elecciones. Todos los candidatos norteamericanos de los últimos diez años han tenido más de 50 negativos y pudieron ganar. Con estudios realizados en varios países de América Latina, hemos comprobado que casi no existe un dirigente con más opiniones positivas que negativas.

La gente vota más por rechazar algo o a alguien, que porque cree en una persona o sus propuestas. Es posible que, aunque sus líderes tengan una imagen negativa, un frente anti-Milei tenga buena votación, si hasta el día de las elecciones la imagen del Presidente se desmorona tanto cuantitativa como cualitativamente, y una mayoría decide votar en contra de Milei.

A diferencia de otros presidentes que experimentaron variaciones importantes en sus índices de popularidad, Milei ha mantenido una imagen relativamente estable. Desde que inició su gobierno ha tenido una imagen favorable, con un saldo de dos a cinco puntos, que cayó en agosto por el problema con los jubilados y se recuperó en septiembre.

En las últimas semanas, al adherir al extremismo de Trump, Milei sufrió una caída, acentuada con el escándalo de la criptomoneda Libra. Argentina es un país más liberal que los Estados Unidos. La base de sustentación de Milei es un electorado que no está organizado en sindicatos ni asociaciones, ni en un partido político. La mayoría son jóvenes. El discurso conservador que dio en Davos empezó a herir a ese grupo objetivo, al que también llega más el escándalo de la criptomoneda. Mientras más joven es el elector, más conoce sobre el mundo virtual y sus mañas.

Lo previsible es que el escándalo continúe, aparezcan nuevas noticias, verdaderas o falsas en contra de Milei, pero el tema estará en la conversación de la gente un buen tiempo. Técnicamente, el Gobierno tiene estrategia, hace lo que describimos en nuestro libro El arte de ganar: manda el pliego de Lijo, logra que un periodista acuse a otro, que estalle todo conflicto posible, para bajar el protagonismo de un tema que parece inmanejable.

Hay que ver cómo le afectarán estos problemas y las brutalidades de Trump hasta el día de las elecciones.