Es indispensable visitar el campo de exterminio de Auschwitz-Birkenau. En ese infame lugar, y en otros centros satélite como Treblinka, el régimen nazi construyó la más eficiente maquinaria de la muerte que haya existido sobre la faz de la Tierra. Lo hizo para luego aplicarla de lleno en contra de los judíos europeos solo con la intención de eliminarlos completamente.
La eficiencia de este complejo industrial dedicado a matar fue tal, que pueblos y regiones enteras fueron liquidadas en días, a veces semanas, llevando a que unos seis millones de judíos fueran acribillados en unos pocos años. Fueron asesinados dos de cada tres judíos europeos bajo las órdenes del Reichsfuhrer de la SS Heinrich Himmler, máxima autoridad de implementación de la “solución final al problema judío”.
A 80 años de llamada liberación del mayor campo de concentración y exterminio (no estaba en los planes del Ejército Rojo cuando llegó al lugar y se tropezó con el infierno), y a días de la muerte del papa Francisco, que rindió sus respetos en una visita en 2016, resulta fundamental repasar el significado sociohistórico de Auschwitz-Birkenau.
El contexto global lo implora: la guerra vuelve a tocar la puerta de Europa continental con la prolongación de la invasión de Rusia a Ucrania. En Medio Oriente, Israel enfrenta brutalmente a Hamas y al resto de los satélites iraníes luego del ataque terrorista del 7 de octubre de 2022. Y a nivel global, las dos mayores superpotencias –Estados Unidos y China– chocan cabezas en una escalada que va in crescendo, exacerbada por la imprevisibilidad que le agrega Donald Trump desde la Casa Blanca. En este contexto, una delegación argentina organizada por el Museo del Holocausto de Buenos Aires y liderada por Marcelo Mindlin viajó a Polonia para participar de la Marcha por la Vida.
Visitar el lugar donde se pertetró el mayor genocidio ilustra sobre la condición humana
El grupo se encontraba en el cementerio judío de Varsovia, en las afueras del famoso gueto, cuando se anotició de la muerte del papa Francisco. Fue un momento de tensión y adrenalina, en especial para el contingente de periodistas que había sido invitado a participar y cubrir la Marcha. La delegación recién comenzaba el itinerario que la llevaría por Varsovia y Cracovia para aprender del contexto urbano y social de los judíos antes y durante la guerra, como también a los campos de Treblinka y Auschwitz-Birkenau para ver de primera mano la fábrica de muerte.
El grupo contaba con la presencia estelar de Rosa Rotemberg, sobreviviente de la Shoah (como los judíos se refieren al Holocausto), que se había salvado gracias a que sus padres la contrabandearon a un orfanato cuando tenía menos de un año de edad. Rosa contó la historia de cómo fue recuperada por su padre, Salomón, al finalizar la guerra cuando, habiendo pasado por tres campos de trabajo forzoso, emprendió la dura misión de encontrar a su hija. Sentada en el interior del orfanato Kzendza Boudena, explicó que cuando su padre finalmente la identificó, ella tenía cuatro años y había sido criada bajo el nombre de Wanda Darlewska. En ese momento la madre superiora le informó a su padre que no tenía forma de constatar el vínculo familiar. Desesperado pero sin bajar los brazos, Salomón estuvo varios días hasta que se le ocurrió cómo convencer a la madre superiora del parentesco: un ojuelo en la oreja derecha que Rosa tenía desde que nació. Casi 80 años después, Rosa volvía al orfanato, del cual dice no recordar nada, en busca de los últimos pasos de su madre, a quien nunca conoció. Días antes de la marcha, logró finalmente encontrar su tumba, en el campo Bergen Belsen, en la ciudad alemana de Hamburgo.
Este tipo de historias atraviesan las calles de Varsovia y Cracovia, como también los campos de concentración. Constituyen un tejido humano que ayuda a definir la identidad judía, en especial para los familiares de sobrevivientes. Con el correr de los años, quedan cada vez menos personas que pueden contar de primera mano una historia como la de Rosa, por eso organizan la Marcha por la Vida, que aglomera jóvenes judíos y de otras religiones de múltiples países para poder preservar la memoria del horror y la barbarie que se vivió durante la Shoah.
Visitar los lugares donde se perpetró el mayor genocidio de la historia ilustra algunas de las más profundas facetas del ser humano, intensamente. La eficiencia extrema del complejo sistema de la muerte estructurado por Himmler tenía el objetivo final de cumplir con la concepción racial de Adolf Hitler que requería “limpiar” el mundo de judíos, comenzando por Europa. Fue llevado a cabo por meros seres humanos, muchos de ellos de un sadismo brutal, quienes aprovecharon la oportunidad de dejar salir lo peor de sí.
En Treblinka, un centro de exterminio en las afueras de Varsovia, asesinaron a unas 900 mil personas, prácticamente erradicando la población judía de la capital polaca. Eran unos cincuenta oficiales alemanes de las SS con el apoyo de aproximadamente cien guardias ucranianos. Ellos se ocupaban de arrear a los condenados que llegaban en trenes de ganado de sesenta vagones. Cuando arribaban a Treblinka, se cruzaban con una falsa estación de tren, una farsa que los nazis habían construido para engañar a sus víctimas y generarles esperanzas de que no estaban a punto de morir. Se les indicaba y pedía que dejaran sus pertenencias en el andén para luego pasar a una ducha y ser higienizadas tras haber soportado las brutales condiciones de vida en el gueto. Luego, se les pedía que se desvistieran y se las llevaba a un gran sótano de cemento sin ventanas. Con unas 300 personas adentro, se cerraba y sellaba la puerta.

La cámara de gas funcionaba a base de motores diésel de tractores o tanques. Estaban conectados los caños de escape. A los pocos minutos de encendidos, hombres, mujeres y niños yacían muertos por doquier luego de haber ingerido monóxido de carbono. Fue posteriormente, cuando tuvieron que maximizar todavía más cada segundo para poder exterminar judíos, que los nazis empezaron a usar el gas Zyklon B en cámaras que albergaban más de mil víctimas. En ese momento entraban los sonderkommando, judíos esclavizados obligados a recoger los cuerpos de sus paisanos y llevarlos a unas parrillas externas para quemarlos íntegramente. Antes de eso, los “dentistas” buscaban dientes de oro y otros pequeños tesoros entre las víctimas. No se desperdiciaba nada.
Aunque era rudimentario, el sistema de Treblinka fue increíblemente eficiente: no pasaba más de una hora y media entre que los condenados habían sido arrastrados de los vagones de tren hasta que sus cuerpos habían sido convertidos en cenizas. Hubo momentos en los que el crematorio estuvo en operación 24 horas al día. El sistema de aniquilación nazi era holístico, no solo buscaba asesinar a los judíos, sino extraerles cada gota de energía –en los campos de trabajo forzoso– y despojarlos de sus pertenencias tanto en la vida como en la muerte. Pero también había espacio para el sadismo, ejemplificado por la falsa estación de tren de Treblinka donde el reloj siempre marcaba las 4.15. Los nazis utilizaban el poder de la esperanza humana para mantener a los judíos controlados: el que cree que puede llegar a sobrevivir no se arriesga a perder la vida en un amotinamiento.
Es por eso que no debería llamar la atención que la mayoría de los alzamientos en los campos de exterminio nazis fueron protagonizados por los sonderkommando, que no solo veían el horror sino que estaban obligados a participar de él. Prácticamente no había chances de sobrevivir en Auschwitz-Birkenau, donde más de un millón de personas fueron asesinadas entre 1942 y fines de 1944. El 10 de octubre de 1944, un escuadrón de sonderkommando detonó una bomba casera que reventó el acceso al crematorio IV. Robaron armas y granadas de los aturdidos oficiales nazis, a quienes mataron, e inutilizaron los hornos de cremación para luego darse a la fuga. Durante meses, un grupo de prisioneras que estaban asignadas a trabajos forzosos en una fábrica de municiones aledaña habían robado pólvora en pequeñas cantidades escondidas en su cuerpo, la cual llegaba a los sonderkommando a través de la cadena de contrabando. Este acto de resistencia fue brutalmente aplastado por los nazis, que cazaron a los sonderkommando que habían logrado huir y luego buscaron hasta el hartazgo a las responsables del contrabando: Ester Wajcblum, Ella Gartner, Regina Safirsztain y Roza Robota. Fueron llevadas al notorio edificio del bloque 11, donde sufrieron las peores de las torturas para luego ser ahorcadas. Dada la cantidad de pólvora necesaria para la bomba, era evidente que otras prisioneras habían participaron del contrabando, pero las acusadas nunca las delataron. Fueron las últimas judías asesinadas en Auschwitz-Birkenau a semanas de la llegada del Ejército Rojo.
Hasta en los tiempos más oscuros existen estos pequeños actos de resistencia que iluminan el alma de los desdichados. David Olesker había sido dibujante antes de ser llevado al campo de exterminio y convertido en sonderkommando. De alguna manera consiguió papel y un pedazo de lápiz, y dibujó con lujo de detalle todo el proceso de aniquilación, mientras que Salman Gradovsky hizo lo mismo con palabras. Escondieron sus obras en distintos lugares del campo, probablemente sin saber bien por qué, pero hoy son la base de la reconstrucción histórica de cómo funcionaban las fábricas de la muerte de Himmler.

El extremo de la barbarie nazi en conjunto con las constantes instancias de resistencia, en la gran mayoría de los casos simbólica, obliga al observador a considerar críticamente el dilema ético del libre albedrío y la decisión de los actores involucrados. ¿Hasta qué punto pueden los oficiales de las SS nazis decir que solamente estaban cumpliendo órdenes cuando se observan tantos detalles sádicos en su comportamiento? ¿Qué nivel de colaboración se les puede asignar a los sonderkommando y los kapos –prisioneros judíos que capitanean barracas y otros espacios en nombre de los nazis a cambio de pequeños beneficios individuales–? ¿Qué tanta utilidad tiene un acto de resistencia heroica como el levantamiento del gueto de Varsovia o la detonación del crematorio IV que terminan inevitablemente en la muerte de los involucrados y varios más? De Primo Levi a Viktor Frankl, varios intelectuales de la Shoah coinciden en que aferrarse con las uñas a las más mínimas instancias de humanidad disponibles representa un acto de resistencia fundamental. Oponerse a la marcha silenciosa y quebrada hacia el crematorio y, por ejemplo, decidir lavarse la cara con agua de la letrina y “limpiarse” el atuendo era una necesidad para poder sobrevivir. Algo que muy pocos lograron. Sobrevivir, o intentar hacerlo, era una decisión, no una coincidencia.
En una visita a Auschwitz-Birkenau es muy común que a cada rato las personas se encuentren en silencio, sin palabras para tratar de describir lo que están experimentando. Esa misma sensación transmitió el papa Francisco cuando estuvo en el complejo de la muerte, en julio de 2016. Visitó la celda número 18 en el bloque 11, donde fue asesinado el cura franciscano Maximilian Kolbe. Luego de que un prisionero polaco próximo a su liberación fuera parte de un grupo seleccionado para ser ejecutado para castigar a un pabellón por el robo anónimo de algo de comida, Kolbe pidió clemencia a los guardiacárceles y finalmente lo reemplazó para morir de hambre. Este es el tipo de crueldad sin sentido que se germinaba en Auschwitz-Birkenau y que llevó a Francisco a transcurrir esas dos horas de visita en silencio. El Papa, que se involucró en varias de las mayores problemáticas del siglo XXI, como el calentamiento global, la migración, la desigualdad y el conflicto armado, entendió la importancia de recordar lo que pasó durante el Holocausto.
¿Es justo comparar nuestros días con los más oscuros de la humanidad? Es muy preocupante
Vivimos en una época en la que reina la sensación de que estamos cada día más cerca del precipicio, llevando a muchos a compararla con los años previos a la Segunda Guerra Mundial. Por esos años, un excéntrico outsider que las élites miraban cómicamente logró ser designado canciller de la República de Weimar por el presidente Paul von Hindenburg, en 1933. Adolf Hitler se comió el sistema político alemán desde adentro para luego llevar a Europa a una guerra mundial, que incluyó a Estados Unidos y Japón, en la cual murieron más de 80 millones de personas. La Segunda Guerra Mundial no fue solamente el marco de la “solución final” de Hitler, sino el del lanzamiento de dos bombas nucleares contra poblaciones civiles que demostraron que los humanos habían adquirido la capacidad para aniquilarse como raza por primera vez en la historia.

¿Es justo comparar nuestros días con los más oscuros de la humanidad? Parece exagerado, pero hay señales preocupantes, como el surgimiento con fuerza de movimientos de la “nueva derecha” que profundizan al extremo la polarización. Varios líderes de esas corrientes ideológicas expresan su rechazo a las normas democráticas y comienzan a mostrar tendencias autoritarias. Es llamativo que en Estados Unidos Trump haya logrado volver a la Casa Blanca luego de incentivar una insurrección que incluyó un ataque al Capitolio que buscaba revertir su derrota electoral de 2021. Es un precedente peligroso que ya fue imitado internacionalmente. Su modus operandi puede envalentonar dictaduras como la de la Rusia de Vladimir Putin y la China de Xi Jinping, que ya han demostrado apetito para la expansión territorial. En el Medio Oriente, los cobardes atentados terroristas del 7 de octubre de 2023 fueron respondidos por el gobierno de Benjamin Netanyahu con la destrucción casi total de Gaza, causando una grave crisis humanitaria y decenas de miles de muertes civiles que podrían haberse evitado. Las situaciones tanto en Europa como en el Medio Oriente podrían escalar rápidamente y convertirse en guerras mundiales, mientras que un error de cálculo entre Estados Unidos y China podría llevar a un conflicto armado entre superpotencias.
En este difícil momento, el Holocausto debería servir como un mensaje de alerta de lo que podría suceder si se siguen abanicando las llamas del odio. El legado del papa Francisco podría ser el de indicarnos cómo evitar otra Shoah, en este caso a través de la empatía y el diálogo. Para que el mensaje quede claro, es indispensable que todos visiten el centro de exterminio Auschwitz-Birkenau.
*Desde Polonia