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Apuestas online: un bombardeo publicitario y psicológico

Peripecias para ver la Eurocopa y la Copa América en una industria contaminada por las gigantes del juego, que multiplican su publicidad mientras la sociedad se hunde en la ludopatia y la crisis económica y social.

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Omnipresencia. Las casas de apuestas, en todos lados. | afp

Una secuencia de julio de 2024: entrás a futbolivre para ver la Eurocopa, porque tenés cable en tu casa y además pagás Netflix, Max (HBO), Amazon y hasta Apple TV porque querías ver a Messi en la MLS, pero no tenés Disney+ y algunos partidos de la Euro solo se ven ahí. Puteás, maldecís y te preguntás para qué pagás todo eso si cuando te interesa ver algo no podés. Entonces recurrís a futbolivre, clickeás en Francia-Bélgica, pero lo primero que te sale no es el partido, sino el sitio de Codere y un menú de apuestas. Cerrás y lo intentás de nuevo: la ventana que emerge es la de Betsson. Cerrás, y de vuelta: ahora es la de Betano. Te das por vencido: al final no ves el partido, solo publicidad spam que no querías ver.

Betano te resulta familiar: es la empresa a la que la AFA le vendió el nombre de la actual Liga Profesional, en una de las tantas contradicciones que tiene la gestión de Claudio Tapia: ¿no es acaso priorizando la salud de la población la mejor manera de hacer valer la función social del fútbol y frenar el embate de las SAD?

Pero en estas semanas, Betano es también la que aparece en el recuadro que indica el tiempo y el resultado en las transmisiones de televisión de la Euro (las que sí podés ver). Está ahí, en el margen superior izquierdo como un imán, estimulando tus ganas de consumir o, en este caso, de apostar. Betano es también la que aparece en la publicidad estática de las canchas. Y uno de los sponsors principales de la Copa América de Estados Unidos. La que te invita a apostar gratis con un código promocional.

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Betsson, otra evidencia de cómo las apuestas dominan el fútbol

Otra secuencia de este mismo mes, de este mismo año: te cambiaste a DirecTV porque querés ver todos los partidos de la Copa América. Y en cada partido, a cada rato, las casas de apuestas asoman en zócalos, en los carteles del contorno, en las pantallas gigantes de los estadios shopping de Estados Unidos. Estímulos y más estímulos. En todos lados.

Luego de que España las prohibiera en las camisetas en plena pandemia por el descontrol que causaban en los segmentos más jóvenes, las casas de apuestas se trasladaron a nuestra región. Boca y Racing tienen Betsson. River, Codere. Central y Newell’s, CityCenter Online. Vélez –reivindicado por el Congreso en estos días porque decidió cambiar a BPlay por Saphirus– es la excepción que confirma la regla. El daño, a esta altura, ya es difícil de mensurar: solo basta con ir a algún recreo de escuela y ver cómo los alumnos están pendientes de lo que apuestan.

Apuestas online: de la publicidad en las camisetas al riesgo de la ludopatía

Si la Euro y la Copa América solo son la excusa, en Argentina, a esa excusa le podemos sumar otra: la crisis económica, que hace crecer otras crisis más profundas y que pueden resultar imparables si esto sigue. Las otras crisis: la ludopatía juvenil, la desregulación que milita el Estado nacional, la ineficacia de las políticas públicas de los gobiernos provinciales y la divulgación sin control de periodistas y medios, que cobran por publicidades tradicionales y de las otras: hagan la prueba de guglear Betano o BetWarrior o Codere para advertir las “opiniones y reseñas” que hacen algunos portales masivos. 

Por suerte hay excepciones, como siempre, como con todo. Esta semana, el periodista Ariel Senosiain dijo en su programa de radio en DSports: “Ver un partido de fútbol se ha tornado insoportable con las casas de apuestas. No les importa la salud, les importa solo el lucro. Tienen su derecho, pero esas empresas tienen que tener un marco que les recorte el impacto en la sociedad: no es una joda”. 

En algún futuro no muy lejano, cuando alguien quiera saber el preciso momento en que se desmadró todo, al menos tendrán el testimonio de Senosiain como guía. O como alerta no escuchada. Eso, en definitiva, era lo que hacían los periodistas antes de convertirse en voceros publicitarios de contenido dañino para la salud pública: contar su época, ser la primera versión de la historia.