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Alberto, como Capote

Alberto Fernández
Alberto Fernández. | Cedoc

“No hay que pegarle al que está en el piso”, repetía papá en mi infancia. Yo me preguntaba por qué insistir con algo que no iba a suceder, dado que jamás me agarraba a piñas. Habida cuenta del uso metafórico, de grande, busco ponerlo en práctica por lo que intentaré no defenestrar a Alberto Fernández, sino agradecer los resultados de su infortunio.

Como cosplayer de Capote en su incursión amistosa por la aristocracia neoyorquina con el fin de desnudar miserias mediante la literatura, Alberto pareció jugarla de topo en el movimiento de mujeres, para terminar por dejar en medio bolas a los feminismos que lo apoyaron. Ante el panorama luctuoso que abrieron las denuncias de Fabiola, es difícil no preguntarse cómo hizo para que tantas activistas ejercieran bajo su ala pedagogías destinadas a derribar el patriarcado. Las hipótesis de complicidad e interés económico suenan tan mal como declararse víctima del engaño ¿No es el feminismo la herramienta para no caer en las trampas de los varones? Algunas referentes intentan disimular su aporte a las políticas de un tipo que hoy se descubre más machirulo que Macri, marcando diferencias que no tallaban cuando todo iba viento en popa. Otras niegan, pese a la evidencia en contra, que haya sido un gobierno montado sobre consignas de minorías alejadas del sentir popular y restricciones pandemiales que corrían solo para la gilada. Un grupo más reducido experimenta con justificaciones que van y vienen al ritmo de la causa.

Se puede conjeturar que haber sido designado por una mujer contribuyó a que no haya comprendido (como yo con lo de darle al caído) lo que había de metafórico en el “yo te creo hermana”; o que fue cínico, o que, como muchas, Fabiola miente, pero lo concreto es que Alberto visibilizó, a través del propio sacrificio, lo que hay de objetable en el punitivismo selectivo que busca llevarse puesta la presunción de inocencia. Por subirse a la avanzada irrestricta de la perspectiva de género, logró, sin siquiera proponérselo, cuestionarla, favoreciendo nuevos debates.

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Plegarias atendidas, la novela en la que Capote saca a relucir las bajezas de los ricos que habían sido sus amigos, está inconclusa y miles de fans esperan la aparición de lo que falta. A Alberto, por supuesto, no le quedan fans y probablemente su lista de amigos se haya reducido mucho, pero aún puede confiar en las plegarias. A las feministas que le creyeron o lo apuntalaron imaginando que adherirse a un hombre del poder era una buena estrategia, les queda algo mejor: la oportunidad superadora de no vender más gato por liebre.