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Accidentes geográficos

Me gusta pensar a Latinoamérica bajo la figura de la excentricidad. Pero no excentricidad como un rasgo de carácter.

Leí Aforismos cultura y valor, de Wittgenstein (Espasa Calpe, colección Austral, Madrid, 1995, traducción Elsa Cecilia Frost). Tiene un prólogo muy interesante de Javier Sádaba, de quien, hace muchos años, había leído el aún más interesante Religión, magia o metafísica. El otro Wittgenstein (Madrid, Libertarias, 1984), más algunos artículos sueltos sobre temas afines, siempre en el mismo registro de interés. La edición de Espasa Calpe retoma la traducción de Elsa Cecilia Frost (excelente traductora mexicana, muerta hace unos diez años, a quien le debemos, entre otras, traducciones de Werner Jaeger, y también un buen libro propio: El arte de la traición o los problemas de la traducción) que publicó originalmente Siglo XXI en México. Cuando se refiere a ese punto, Sádaba escribe: “la primera traducción al español, por cierto, se hizo en 1981, lo que quiere decir que la editorial sudamericana se dio prisa por ofrecer al lector de habla castellana las páginas de Wittgenstein”. Pero, ¿Siglo XXI de México es una editorial sudamericana? ¿México queda en Sudamérica? Repitan tras de mí: “Al sur de Panamá comienza Sudamérica. Entre Panamá y hasta México es América Central. Y desde México hacia el norte es América del Norte”. Podría decirse que la de-sorientación geográfica de Sádaba es un error menor, y de hecho lo es. Pero es un error significativo que nos permite pensar varios temas, en especial uno: el carácter lateral, periférico, anómalo, de América Latina. En España, para generar sensación de unidad de la lengua, se usa la expresión “Hispanoamérica”, término absurdo que jamás se usa de este lado del océano. Ni siquiera “Latinoamérica” nos expresa con exactitud, porque nuestros territorios están hechos de una diversidad, por momentos, insalvable. Me gusta, entonces, pensar a Latinoamérica bajo la figura de la excentricidad. Pero no excentricidad como un rasgo de carácter (como sinónimo de raro), ni como un modo de la personalidad (como semejante de extravagancia), ni mucho menos como un prejuicio moral (como una tara), sino simplemente excentricidad como un punto en la topografía: como lo alejado del centro. Y entonces, ahí sí, como lo alejado del centro, del poder, y de los mandatos hegemónicos la literatura (porque de eso estaba hablando, de literatura) se vuelve rara, excéntrica y extravagante. Es esa la mejor tradición latinoamericana. Tradición que, es evidente, se encuentra amenazada ante el llamado de las luces del centro. Cada vez más la literatura que se escribe en esos lares fue perdiendo rareza para convertirse en literatura temática for export. Las grandes multinacionales nos explican que hay un “gótico andino” (y supongo que también habrá otro rioplatense), “narrativas ecofeministas”, y decenas y decenas de nichos más para ocupar en el mercado global. Recordemos algo: Borges fue traducido profusamente recién en la década del 60, cuando ya tenía 60 años: la mejor literatura latinoamericana es indiferente al mercado. O lo era: hoy vemos a los escritores publicar un primer librito y salir corriendo a buscar a un agente, festejar que les lleven sus libros al cine o al teatro (situación que tiene mucho más de horror que de alegría) y etc., etc. La figura del emprendedor neoliberal se encarna en muchos de los escritores (y escritoras) progresistas de la Latinoamérica de hoy.

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