COLUMNISTAS
prohibiciones

A callar se ha dicho

Pierre Macherey se ocupó, en su momento, de elaborar la noción de lo “no dicho”: aquello que habita, silenciado, al interior de lo que un texto sí dice. Lo no dicho queda definido por aquello que se dice, no es apenas un agujero o una falta (pero también eso que falta se define en lo que hay, también un agujero existe por lo que lo rodea). Ocurre como en la música: no solamente se escriben las notas, también los silencios se escriben.

Hay, sin embargo, otra manera de pensar lo no dicho, bastante más elemental, pero bastante más extendida, que no lo ubica en el interior de lo dicho (eventualmente como un error o una omisión), sino en el infinito afuera. Así planteada, la cuestión se vuelve fatal; cada vez que alguien dice algo, deja necesariamente innumerables cosas sin decir; cada vez que alguien habla de un tema, no habla de otros muchos innumerables temas.

El mecanismo es básico, pero funciona y es eficaz en un mundo que propende a lo básico. Si alguien dice A, se le objeta que no diga B, y entonces ya no se habla de A; si alguien dice A y B, se le objeta que no diga C, y entonces ya no se habla de A y B (el abecedario tiene un tope, pero esta artimaña no: después de Z vendrán A’ y B’, y después A’’ y B’’, y así siguiendo indefinidamente). Como el que habla de una cosa no habla de tantísimas otras, se echa mano de esas otras para anular esa que dijo. No se trata de un cambio de tema (ese arte en el que brillan maestros como César Aira), porque el cambio de tema amplía el desarrollo de los textos y estimula los intercambios; esto otro es bien distinto, es incluso lo contrario: es lo que sirve para impedir que se hable y se discuta.

Esto no les gusta a los autoritarios
El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.
Hoy más que nunca Suscribite

Se agrega a la vez otro factor, no menos notorio y frecuente: la utopía del vigilante total, que pretende saber de manera absoluta lo que el otro dijo o no dijo a lo largo de su vida entera, de tal modo que se considera facultado a establecer, por ejemplo, que ese otro “no abrió la boca” durante el gobierno de X o “cerró el orto” cuando ocurrió Y, y que por ende ahora que habla no tiene que hablar más: tiene que hacer silencio y se tiene que quedar en el molde. Porque, previsiblemente, el vigilante por vocación suele traer consigo a un censor por vocación, que se complace sin disimulo en hacer callar a los demás.

No en todas partes ocurre eso. En el ámbito educativo, por ejemplo, las cosas son bien distintas. Aunque ahora que el gobierno nacional ha prohibido que allí se diga lo que se piensa, el panorama también luce complicado.

Disfrutá nuestra newsletter
Recibí en tu email todas las noticias, coberturas, historias y análisis de la mano de nuestros periodistas y editores especializados.