Se acaba 2024. Esta es la última columna de un año muy especial por lo que significa en la Argentina la emergencia de Milei al frente del Poder Ejecutivo. Y está por comenzar otro año muy especial –2025– por lo que significa la segunda presidencia de Trump en Estados Unidos, esta vez con mayorías y controles sobre los otros dos poderes.
El best seller de geopolítica del año lleva como título Prisioneros de la geografía: todo lo que hay que saber de política mundial a partir de diez mapas, del analista internacional Tim Marshall. No agrega nada nuevo, la geografía –el espacio– ha sido siempre determinante, desde Henry Kissinger diciéndole a Galtieri en la Guerra de Malvinas que nunca nada importante en la historia de la humanidad había sucedido en el hemisferio sur porque el 70% es agua (en el hemisferio norte el 80% es tierra), hasta el papa Francisco asumiendo el 13 de marzo de 2013 diciendo que venía “del fin del mundo”.
Quizás el mejor libro de geopolítica económica siga siendo el clásico del Premio Nobel de Economía Paul Krugman Geografía y comercio. Dicho sea de paso, vale citar dos párrafos de su columna de despedida del New York Times tras un cuarto de siglo de ser su columnista: “Si bien el resentimiento alcanza para llevar a alguien al poder, a la larga no alcanza para que lo conserve. En determinado momento, la gente se dará cuenta de que la mayoría de los políticos que apuntan contra las élites en realidad son una élite a todos los efectos prácticos, y empezará a hacerlos responsables de sus fracasos y promesas incumplidas. Y llegado ese punto la gente tal vez quiera escuchar a quienes no le discuten desde una posición de autoridad ni le hacen falsas promesas, sino que le hablan con la verdad lo mejor que pueden. Tal vez nunca recuperemos la fe que supimos tener en nuestros dirigentes, esa convicción de que quienes estaban en el poder generalmente decían la verdad y sabían lo que hacían. Y tampoco deberíamos. Pero si nos plantamos frente a la caquistocracia, ‘el gobierno de los peores’ que está surgiendo en este mismo momento, tarde o temprano encontraremos el camino de regreso a un mundo mejor”.
Del otro lado del Atlántico el espectacular filósofo italiano Franco “Bifo” Berardi, autor entre tantos libros de El tercer inconsciente. La psicoesfera en la época viral, con el tradicional pesimismo peninsular, dice en el reportaje largo de PERFIL de esta edición: “Hoy el fascismo de Trump, Meloni o Milei es un fascismo de impotentes. Muchos jóvenes votan por Milei o por Meloni, son jóvenes que no tienen ningún futuro y lo saben. Impotencia significa la incapacidad de determinar políticamente nuestro futuro. La voluntad es la facultad cognitiva que nos permite decidir en la historia del mundo”, en síntesis: hacer un mundo mejor.
El historiador más crítico de la visión globalizadora y las tendencias antiestatales y ultraliberales, Quinn Slobodian, explicó en el reportaje largo del domingo anterior que las reglas económicas funcionan de otra manera en Estados Unidos por el tamaño de su mercado interno (la escala a la que se refiere Krugman en Geografía y comercio): por ejemplo, para la primera potencia económica mundial exportar no es prioridad, como puede ser para otros.
La escala es el resultado del tamaño del territorio y también de su población. China tiene la misma cantidad de kilómetros cuadrados de Estados Unidos pero cuatro veces más población, y su boom económico, que comenzó con exportaciones, al convertirse en la factoría del mundo está generando ya su propio mercado interno.
La política argentina, lo que vale tanto para Milei como para Cristina Kirchner, sigue prisionera de categorías del mundo del siglo XX muy especialmente latinoamericanas: antinorteamericano o pronorteamericano, propias de la Guerra Fría. Peor hoy, cuando en Estados Unidos los responsables para nuestro continente elegidos por Trump son los descendientes de los cubanos exiliados de Fidel Castro, quizás el mayor anacronismo vivo del planeta.
Estados Unidos sigue siendo la principal economía del planeta pero ya no es más la potencia hegemónica de la posguerra. China, con sus 1.400 millones de habitantes, logró en cincuenta años erradicar absolutamente la pobreza. ¿No merece algún reconocimiento ese éxito que no logró ningún país de Occidente?
Rusia no es más la contrapotencia hegemónica de Estados Unidos tras “el mayor desastre geopolítico de la humanidad”, como calificó Putin la disolución de la ex Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, pero sus 17 millones de kilómetros cuadrados de territorio, el mayor del mundo, casi el doble del de Estados Unidos y China, no la relegará nunca a un papel marginal. Lo mismo que los dos verdaderos emergentes del orden internacional que son India, por su población similar a la de China, y Brasil, por su territorio y población similares a los de Estados Unidos.
El BRIC es una realidad económica mundial objetiva que solo la ignorancia libertaria asocia a la militarización de la Guerra Fría, siendo tanto China como Brasil nuestros dos principales mercados.
Me disculpo con el lector por abusar de este espacio para transmitir reflexiones particulares. No tuve el imperativo de vivir en Europa pero sí en Estados Unidos y en la mayoría de los los BRIC. Viví en Nueva York, viví dos veces en San Pablo, fui secretario de la Cámara Ruso Argentina de Comercio durante un lustro y tuve una editorial de revistas en Shanghai con setenta periodistas chinos. Tanto a Estados Unidos como a Rusia, a China y a Brasil, no solo los viví sino que produje en esos países contenidos y los entendí no solo intelectualmente. Los del BRIC nos deben interesar especialmente por lo diferentes que son a nosotros (“riqueza es diversidad en armonía”: Robert Nozick), mayoritariamente descendientes de europeos (“españoles que hablan italiano, educados por ingleses y deseando ser franceses”, decía Borges).
Me pone muy feliz que el Mercosur pueda tener un acuerdo con la Unión Europea porque finalmente Latinoamérica y Europa, con la complejidad de ser un conjunto de naciones y heterogeneidades, somos geopolíticamente los que quedamos fuera de los tres grandes mapas del mundo: Estados Unidos, China y Rusia (esos son los tres primeros capítulos del libro Prisioneros de la geografía: todo lo que hay que saber de política mundial a partir de diez mapas). Pero me entristece la miopía libertaria de boicotear el Mercosur, sobreactuar innecesariamente una oposición a los BRIC y fundamentalmente perder la tradición diplomática multilateralista que caracterizó a Argentina y la hizo merecedora del primer Premio Nobel de Latinoamérica para el diplomático Carlos Saavedra Lamas, quien presidió la Asamblea de la Sociedad de Naciones, antecesora de la actual ONU, y en 1933 promovió el Pacto Antibélico de No Agresión y Conciliación, firmado por 21 países, condenando la resolución de disputas mediante la fuerza. Otra de las tristezas de este gobierno es su embate contra la universidad pública y especialmente la Universidad de Buenos Aires, de la que Saavedra Lamas fue rector entre 1941 y 1943.
Como escribió Paul Krugman en su última columna, Estados Unidos y una parte significativa de Occidente, que nos incluye, prometen en este 2025 ser una caquistocracia (kakistos en griego es peor), “término utilizado en análisis y crítica política para designar a un gobierno de los Estados controlado por las personas más ineptas, incompetentes y cínicas”. El mundo no se reduce a los países cuyos gobiernos adhieren a la Conferencia Política de Acción Conservadora (CPAC). El mundo es mucho más complejo, amplio, diverso e interdependiente de lo que imagina Milei, de la misma forma que la economía es mucho más que equilibrio financiero y silogismos numéricos con los que simplifica su representación de la realidad y evidencia su debilidad epistémica.
El Consejo Argentino para las Relaciones Internacionales (CARI) acaba de publicar Asuntos globales, dedicado al análisis de las potencias medias. Argentina junto con Brasil son los únicos dos países sudamericanos que integran el G20 y, junto con México, los únicos dos hispanoparlantes. Brasil y México son parte de las diez mayores economías del mundo. Si la década ganada fue impulsada por el crecimiento de los precios de nuestra producción agrícola, la tercera década de este siglo nos encontrará con el aporte de los minerales de la electromovilidad y la energía. Esperemos llegar a 2030 con presidentes que no hagan merecer a Argentina y Estados Unidos ser incluidos en la categoría de caquistocracia de Paul Krugman. Y mientras tanto, cuidar el Mercosur del ánimo destructor de Trump y Milei.