El terremoto y posterior tsunami del 27 de febrero de 2010 en Chile liberó más energía que el bombardeo atómico a Hiroshima y Nagasaki en 1945. Los datos y comparaciones numéricas son impactantes: fue 31 veces más fuerte que el terremoto de Haití, ocurrido un mes antes, y fue el octavo más fuerte registrado por la humanidad.
Sin embargo, las consecuencias de todo tipo que provocó tal vez sea lo más llamativo. Desde las trágicas muertes y desapariciones, hasta las fugas de presos.
Las cárceles destruidas tuvieron que trasladar reos, y otros se escaparon. Aprovechando los daños estructurales y que la policía estaba dedicada a tareas de emergencia propias de la catástrofe, decenas de detenidos huyeron de las comisarías. Así como también el caos fue el escenario para que aumentaran los robos y saqueos a tiendas y viviendas. Además, quince días después del terremoto, se produjo un corte generalizado de energía eléctrica en el país.
A 15 años del terremoto mortal de Chile, Daniela Isabel Muñoz, que trabaja desde hace –justamente– 15 años en Médicos Sin Fronteras (MSF), recuerda cómo fue su primera tarea de rescate: el terremoto y tsunami de Chile de 2010.
Muñoz, que coordina las operaciones logísticas para los proyectos de América Latina de MSF, además es arquitecta, y desde aquel primer voluntariado ha ayudado a resolver crisis alrededor del mundo, como una de los más de 69 mil trabajadores y trabajadoras de la organización que provee asistencia a personas en contextos de crisis, víctimas de catástrofes, sea de origen natural o humano, epidemias o residentes de lugares remotos o de difícil acceso. Muñoz trabajó en Siria, Yemen, Tanzania, Congo y Filipinas, entre otros.
—¿Qué recuerda de ese día?
—Recuerdo la confusión, porque no sabíamos exactamente qué es lo que había pasado y cuál era la magnitud de la catástrofe. Sabíamos que había sido un terremoto muy grande, pero la noticia de que también hubo un tsunami llegó después. Además, muchas zonas muy afectadas se quedaron sin comunicaciones y esa falta de información creó más incertidumbre. Y, por supuesto, cuando hay mucha incertidumbre se empiezan a crear rumores. Fue difícil saber qué era verdad y qué no dentro de ese caos.
—Años después y a la distancia, ¿cómo evalúa el trabajo de asistencia realizado?
—Lo evalúo muy bien. El terremoto fue a las 4 de la mañana y a las 10 recibí una llamada de colegas de España que me dijeron que ya había equipos que se estaban organizando para ir a Chile; gente que viajaba desde Argentina, desde Francia y desde Suiza también. Entonces, creo que la respuesta fue muy rápida. En las primeras 24 horas había un equipo con mucha experiencia en respuesta a emergencias y con medios para llegar a lugares remotos donde pudimos tener en claro cuáles eran las necesidades en el terreno. Quizá con mucha más rapidez y mucha más flexibilidad que las autoridades. En medio de ese caos es muy difícil saber qué priorizar, porque todo es importante y todo hay que hacerlo inmediatamente.
—Expertos han explicado que la ayuda de voluntarios puede llegar a entorpecer las operaciones de rescate porque, por ejemplo, al mover alguna estructura sin conocimiento se puede producir un derrumbe. ¿Cree que la asistencia civil puede ser contraproducente en casos de emergencia?
—Con los desastres hay mucha ayuda espontánea de gente que con la mejor de las voluntades quiere apoyar, pero hay veces que muchas manos sin experiencia pueden ser contraproducentes. Hay mucha gente enfocándose en lo mismo, se duplican esfuerzos y se saturan lugares, dejando de lado otras necesidades. Por eso la ayuda siempre, siempre, tiene que ser coordinada. Si no, se crean riesgos adicionales. Gente que llega a zonas donde no hay una estructura para que puedan dormir, donde no hay suficiente comida. Y ni hablar de los casos en los que hay peligro de derrumbe.
—¿Cree que Chile estaba listo para enfrentar semejante desastre?
—Yo creo que Chile sí está preparado para catástrofes de esa magnitud. Chile es un país largo que está unido por una gran columna que es la carretera que va de norte a sur. Ese día esa carretera quedó completamente destruida, entonces el mayor desafío fue averiguar cómo hacer llegar los equipos a esos lugares que lo necesitaban. Trabajé para el grupo que coordinó los materiales para trasladar a las zonas afectadas. Como Santiago no estuvo afectado, teníamos acceso a compras, a transporte y a camiones para poder mandar lo necesario al sur. Pudimos coordinar desde un lugar donde las comunicaciones funcionaban bien y desde donde pudimos enviar lo necesario en avión y en helicópteros. Hay países como Haití a los que les ocurre una emergencia detrás de la otra, con sistemas públicos absolutamente debilitados, donde incluso una pequeña emergencia les afecta mucho más que una emergencia a nosotros. Comparar es bastante difícil, pero si en este caso comparamos con otros lugares, creo que Chile tiene un buen sistema de respuesta.
—¿Y estaba también preparado para el tsunami?
—En Sudamérica no esperamos un tsunami. Estamos más acostumbrados a un terremoto y sabemos cómo reaccionar frente a ese desastre, pero no para un tsunami, que nos toma por sorpresa. Además, es un tema que no conocemos mucho. Perderlo todo después de un tsunami quizás es un poco diferente que perder cosas después de un terremoto, porque un tsunami se lo lleva todo, no tienes absolutamente nada. Después de un terremoto quizá quedan algunas ruinas, se pueden reconstruir ciertas cosas, pero un tsunami se lleva todo sin ningún aviso.
—¿Qué recuerda sobre la comunicación de ese día?
—Hubo problemas para conectar con la séptima y la octava región, que fueron las más dañadas. Hay que recordar que en 2010 no teníamos WhatsApp, que ahora estamos muy acostumbrados y es una forma rápida de vincularse. Logramos coordinar, de alguna u otra forma, con SMS y con teléfonos satelitales, los equipos que estaban haciendo las exploratorias y que llegaron a los lugares más aislados. Y por correo electrónico también. Para enfrentar los apagones, se coordinó inmediatamente llevar generadores y las herramientas más básicas para que nuestros equipos, especialmente los equipos médicos, pudieran trabajar. Al final, a eso es a lo que nos dedicamos nosotros como logistas: crear todas las condiciones y proveer las herramientas básicas para que nuestros equipos puedan trabajar.
—¿Cómo es trabajar con personas desesperadas?
—Trabajar con personas en estado de desesperación es bastante estresante, pero quizá la adrenalina ayuda a que el objetivo se cumpla. Eso compensa un poco el estrés que tenemos: salvar vidas y ver los resultados del trabajo día a día. Y, por supuesto, hay que escuchar las historias de cada persona que lo ha perdido todo. Entonces, siempre hay un balance. También al terminar cada intervención hay que dedicar un minuto a nuestra propia salud mental y a descansar para recuperarnos.
—¿Cómo iniciaste tu carrera en Médicos Sin Fronteras?
—Un poco por casualidad. Un amigo chileno que trabajaba en Médicos Sin Fronteras me llamó el día del terremoto porque recordó que yo estaba en Chile en ese momento. Me dijo que ya había equipos organizándose para venir desde Europa y Argentina y quería ver si yo lo podía ayudar, si sabía si estaba abierto el aeropuerto, si podíamos alquilar autos, si tenía contacto de helicópteros, de lugares para comprar materiales, generadores, productos de higiene y empezar a ver lo que estaba pasando en Chile. Y cuando los equipos llegaron, seguí trabajando y ayudando con las compras y con contactos acá en Chile. Esa fue la primera vez que trabajé con Médicos Sin Fronteras. Empecé de a poco, como voluntaria. Mi primera misión oficial fue el mismo 2010, en junio, que fui a Sudán del Sur. Estuve nueve meses ahí. Yo soy arquitecta así que empecé construyendo y reconstruyendo hospitales de campaña en lugares aislados. Y desde ahí seguí, hace 15 años.
—¿Cómo impactó tu vida esta experiencia?
—A partir del terremoto, me sumé a Médicos Sin Fronteras. Luego estuve en una unidad de emergencia y ahora estoy trabajando en la coordinación logística para las respuestas en Sudamérica, especialmente para Brasil, Venezuela y Haití. Desde ese momento, hace quince años, me fui especializando en otras áreas logísticas: en electricidad, en seguridad, y en biomedicina.