La gigante de los químicos Bayer AG se tambalea, luego de que un juez adjudicara US$2.000 millones en daños a personas que aseguraban haber contraído cáncer tras años de usar Roundup, un popular herbicida fabricado por la filial de Bayer Monsanto Co. Es probable que Bayer no pague los US$2.000 millones completos. Hay más de 100.000 casos pendientes, lo que preocupa tanto inversionistas como a agricultores que dependen del herbicida por ser barato y efectivo.
Es posible que el cáncer solo sea una parte de la historia. Estudios realizados durante la última década sugieren que el glifosato —en ingrediente activo de Roundup— contamina las fuentes de agua, permanece en el suelo por más tiempo del que se esperaba anteriormente y daña los suministros alimenticios humanos. Tanto en EE.UU. como en Europa, los límites supuestamente seguros para la ingesta humana se basan en ciencia bastante pasada de moda. La investigación también señala consecuencias adversas serias para el medio ambiente, y hay indicios de que el glifosato puede causar enfermedades en mamíferos, incluso varias generaciones después de la exposición inicial.
El glifosato no es tan seguro como sus fabricantes quieren que creamos, y la reducción de su uso probablemente debió ocurrir hace mucho tiempo. Monsanto patentó el glifosato a principios de la década de 1970, y rápidamente se convirtió en el químico predilecto para el control de las hierbas, bajo la forma del producto comercial Roundup. Los ejecutivos de Monsanto promocionaron el uso de Roundup diseñando semillas genéticamente modificadas de maíz y otros cultivos que pudieran tolerar el glifosato.
Los fabricantes de glifosato —entre los que ahora se cuentan muchas compañías alrededor del mundo, ya que la patente de Monsanto expiró en 2000— argumentaron por mucho tiempo que el glifosato es totalmente seguro para los humanos, los animales, y en realidad cualquier forma de vida que no sea vegetal. Funciona impidiendo el trayecto biológico que las plantas necesitan para crecer, y los animales no comparten el mismo trayecto, lo cual es tranquilizador hasta cierto punto. Pero eso solo significa que el glifosato no debería matar de hambre a los animales, como lo hace con las plantas. Los químicos pueden tener efecto en los organismos de muchas maneras.
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No es fácil interpretar la evidencia sobre el cáncer, porque diferentes paneles han llegado a conclusiones opuestas usando procedimientos diferentes. En 2015, el Centro Internacional de Investigaciones sobre el Cáncer (CIIC), parte de la Organización Mundial de la Salud, concluyó que el glifosato probablemente es cancerígeno. Sin embargo, la Agencia de Protección Ambiental de EE.UU. (EPA) y la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA) se abstuvieron de hacer lo mismo. Tanto la EPA como la EFSA se basaron en investigación proporcionada por investigadores vinculados a la industria y consideraron estudios proporcionados por la industria que no fueron revisados por pares ni se hicieron públicos. El CIIC se basó únicamente en investigación revisada por pares y disponible para el público.
Un equipo internacional de biólogos reviso los estudios del CIIC y la EFSA, y concluyó que los de la última tenían falencias significativas y se alejaban de las prácticas estándar para la evaluación de riesgos.
Hay muchas otras razones para preocuparse por el glifosato. En 2016, un grupo independiente de biólogos intentó aclarar lo que en realidad sabemos sobre el químico. Su artículo es una lectura sombría. Señala que los estudios de la década pasada encontraron rastros significativos de herbicidas basados en glifosato en agua potable y aguas subterráneas, lo que probablemente expone a millones de personas en todo el planeta al químico.
Los estudios de toxicidad en roedores han encontrado que el glifosato puede dañar el hígado y los riñones, incluso en dosis consideradas relativamente seguras para los humanos. Los cerdos jóvenes alimentados con granos de soja contaminados con residuos de herbicidas de glifosato han mostrado malformaciones congénitas, no muy diferentes a los defectos de nacimiento observados en personas que viven en y cerca a regiones agrícolas con un uso intensivo del glifosato.
El estudio señala muchos otros hallazgos perturbadores, desde el impacto del glifosato en la señalización hormonal de los mamíferos hasta la manera en que el químico se aferra a metales como el zinc, el cobalto y el manganeso, lo que reduce los suministros de estos micronutirentes esenciales para las personas, los cultivos, otras plantas y la vida silvestre. La mayoría de estos efectos probablemente no serían detectados por las pruebas de toxicología tradicionales favorecidas actualmente por los reguladores de los pesticidas.
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En abril, un estudio diferente encontró otro efecto preocupante: el glifosato podría perturbar las funciones biológicas por generaciones. Uno de los temas más candentes en biología en los últimos años ha sido la epigenética: el estudio de cómo los hijos no solo heredan los genes de los padres, sino también ciertos patrones de actividad genética escritos en esos genes por otras moléculas señalizadoras. Este es un medio por el cual los factores ambientales que afectan a un organismo durante su vida pueden pasar a las siguientes generaciones.
En experimentos con ratas alimentadas con glifosato, Michael Skinner, de la Universidad del Estado de Washington, y sus colegas, encontraron que los efectos malignos del tratamiento no se manifestaban en el organismo alimentado con glifosato, o ni siquiera en sus hijos, sino en las dos generaciones posteriores. Estas ratas, sin haber estado expuestas al glifosato jamás, mostraban una marcada tendencia a la enfermedad prostática, la obesidad, la falla renal, la enfermedad ovárica y las anomalías de nacimiento.
Evidentemente, el glifosato no es un herbicida que no genere preocupaciones, dejando de lado su relación con el cáncer. Puede causar muchas otras perturbaciones a la biología humana, y a los organismos y las plantas en el ambiente, invisibles para los anticuados sistemas regulatorios actuales. Ya es hora de que nuestros reguladores actualicen su ciencia.
(*) El autor es un físico y autor estadounidense. Anteriormente, fue editor de la revista internacional Science Science y de la popular revista científica New Scientist. Ha sido columnista invitado del New York Times y actualmente escribe una columna mensual para la revista Nature Physics