En el espacio de una hora, el presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump, instó a absorber Canadá, no descartó utilizar la fuerza militar para apoderarse del canal de Panamá y Groenlandia, exigió a los aliados de la OTAN que gasten el 5% del PIB en defensa y prometió que “se desatará el infierno” en Medio Oriente si Hamás no libera a los rehenes israelíes antes de que él tome posesión.
Y prometió rebautizar el golfo de México como golfo de América. “Qué hermoso nombre, y es apropiado”, dijo Trump en una conferencia de prensa el martes en su resort Mar-a-Lago en Florida.
No explicó cómo se cumpliría ninguna de estas improbables promesas, más allá de amenazar con imponer aranceles a las naciones que no cooperen, incluida Dinamarca. Pero la incoherente sesión borró cualquier duda de que Trump planea llevar la política exterior a niveles sin precedentes cuando asuma el cargo en menos de dos semanas.
Panamá prometió no renunciar al canal y Dinamarca dice que no tiene planes de ceder el control de Groenlandia. Trump no mencionó que EE.UU. no ha gastado el 5% del PIB en defensa desde los años ochenta. (La cifra actual ronda el 3%).
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Pero toda la retórica encaja con una postura mucho más envalentonada, para decir y hacer casi lo que quiera dado el mandato que cree haber recibido para su segundo gobierno tras ganar tanto el voto popular como el electoral.
Si el enfoque de la política exterior de Trump en su primer mandato coqueteaba con provocar al resto del mundo, esta vez lo está llevando a un nuevo nivel, e incluso mucho antes de que comience su segundo mandato.
Las posturas maximalistas resultan atractivas para un presidente que ha expresado abiertamente su respeto por autócratas como el presidente ruso, Vladímir Putin, y el presidente chino, Xi Jinping.
Si esta vez existe o no una estrategia sigue siendo una interrogante.
“Yo no presumiría de tener ninguna claridad de si solo está diciendo cosas para llamar la atención o si realmente piensa que estas son políticas prácticas que va a promulgar”, dijo Kori Schake, directora de defensa y política exterior del American Enterprise Institute. “Sí creo que probablemente quiere decir lo que dice”.
Ningún presidente estadounidense ha expandido el territorio del país desde 1947, cuando el presidente Harry Truman supervisó la adquisición de varias pequeñas cadenas de islas del océano Pacífico a Japón tras la II Guerra Mundial.
A mitad de su conferencia de prensa del martes, Trump llamó al estrado a su enviado designado para Medio Oriente, el inversionista inmobiliario y compañero de golf Steve Witkoff.
“Si no están de vuelta para cuando yo llegue a la presidencia, se desatará el infierno en Medio Oriente”, dijo Trump sobre los rehenes retenidos por Hamás.
Witkoff dijo a la multitud que planeaba partir hacia la región el martes por la noche e indicó que las negociaciones ya estaban en marcha. señaló que tenía “muchas esperanzas de que para la toma de posesión tengamos algunas cosas buenas que anunciar en nombre del presidente”.
En medio de las especulaciones sobre Groenlandia, su hijo Donald Jr. voló a Nuuk, la capital del territorio, para lo que describió como nada más que una excursión de un día. Pero Don Jr. llevó consigo al jefe de personal presidencial designado de Trump, Sergio Gor, y al popular podcaster de derecha Charlie Kirk.
“Necesitamos seguridad, nuestro país la necesita y el mundo entero la necesita”, dijo Trump telefónicamente a un grupo de residentes de Nuuk. “Están estratégicamente situados”.
Las respuestas no se hicieron esperar.
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“Mi mensaje al presidente entrante Trump es que, ante todo, Canadá nunca será el estado 51° de EE.UU.”, dijo Pierre Poilievre, legislador conservador canadiense que podría convertirse en el próximo primer ministro del país, en un vídeo publicado en X. Y el primer ministro saliente, Justin Trudeau, tuiteó que “no hay ni la más remota posibilidad de que Canadá pase a formar parte de EE.UU.”.
En Dinamarca, la primera ministra, Mette Frederiksen, rechazó el deseo de Trump de tomar el control de Groenlandia, pero abogó por estrechar lazos.
Llegar a un acuerdo es casi irrelevante. El hecho de que líderes como Poilievre y Frederiksen incluso se ocuparan del tema subraya cómo Trump ya está dando forma a la narrativa de la manera que quiere, según Vali Nasr, profesor de relaciones internacionales en la Universidad Johns Hopkins.
“Lo que realmente está señalando es que no se atiene a las reglas del juego”, afirmó Nasr. “Sí, está provocando a estos países, pero también está poniendo realmente en jaque al establishment, y se ve que cada vez logra sacarlos de quicio”.