La Catedral de Notre Dame sella el fracaso de la literatura y el éxito de las imágenes
Macron resignó su mayor anhelo: la alfabetización. Debilitado internamente y cuestionada su política exterior, ¿por qué puso todas sus fichas en la reconstrucción de la Catedral de París? El faltazo del Papa Francisco y lo que perdemos para siempre en una sociedad con redes, pero parecida a la Edad Media.
Existe una prueba irrefutable de que Emmanuel Macron ha sido y es un gran lector y amante de la literatura -o amante en todos los sentidos. Rastreando los orígenes de la relación con su actual esposa, Brigitte Macron Trogneux, hasta la época en que ella era su profesora de francés, en la escuela La Providence d’ Amiéns, y él, uno de sus alumnos en el aula, una periodista francesa descubrió algo interesante.
Según investigó Sylvie Bommel (Acababa de cumplir 17 años, J.C. Lattès), a los 16 años Macron ya era no sólo un lector de fuste, gracias a la influencia de su abuela Manette, sino también el más apasionado de los alumnos. Tanto es así que Macron, que nació en Amiens el 21 de diciembre de 1977, se presentó en el prestigioso Concurso General de Literatura del año 1994, bajo la consigna Leer, sin duda, pero ¿por qué releer?
Su trabajó, estuvo entre los ganadores. En él citó no menos de 32 autores (Colette, George Sand, Virginia Woolf, Georges Duhamel, François Mauriac, George Orwell, Victor Hugo…) pero se detuvo especialmente en una novela de Gustave Flaubert, Madame Bovary.
Y no fue una casualidad. Emma, la protagonista, se había casado con un boticario aburrido de provincia y encontraba dos maneras de evadirse de su realidad para sentirse una verdadera mujer: leer apasionadamente y frecuentar amantes para reencontrarse con la llama amorosa ya extinguida.
La literatura
Esa novela de 1856 era la favorita de la profesora Brigitte, casada desde 1974 –hacía 20 años- con el banquero camerunés André-Louis Auzière, padre de sus tres hijos. Este matrimonio continuaría bastante tiempo, aún después de que Brigitte hubiera redescubierto la primavera viviendo un idilio fogoso con Emmanuel Macron.
“Cuando se ama un libro, se lo apreciará siempre. La mayoría de las personas que releen una obra buscan reencontrar el mismo momento de exaltación que ha acompañado su primera lectura”, explicó Emmanuel Macron en su ensayo ganador de 1994.
Un libro revela qué une a Emmanuel Macron con una mujer 25 años mayor que él
“Ellos [los lectores] aman identificarse de nuevo con los héroes cuyos destinos han visto tal vez como los suyos. Si las personas nunca han vivido tan intensamente como Emma las aspiraciones románticas, en Madame Bovary de Flaubert, muchos han tenido tal vez un día en el fondo de ellos mismos, solamente una inclinación por el bovarysmo”, prosigió un Macron enamorado.
Y si quedaban dudas de la pasión con que el amor y la literatura se habían fundido en él, agregó: “Como dice [Albert] Camus, la novela crea un destino a su medida. Algunos lectores ven, como Emma Bovary, un medio de evasión a través de los libros”.
Notre Dame: la Catedral de París volvió a abrir sus puertas
Macron era por entonces no sólo un alumno notable en materias como literatura y teatro –ambas dictadas por Brigitte- sino también en latín, a juzgar por su comentario non plus ultra del esnayo de 1994: “la palabra leer significa etimológicamente ‘recibir con los ojos’, del latin ´legere (oculis)’. ¿Se puede recibir dos veces una flor arrancada de la tierra’ ”, dixit el poeta Emmanuelle Macron.
Es decir, ¿cómo explicar la magia sin arruinarla?, se habrá preguntado.
Macron, Notre Dame y la literatura
Y la respuesta la dio el mismo Macron, el 7 de diciembre pasado, cuando una tormenta negra de requiem dejó caer sus gruesas lágrimas en Francia y las campanas de Notre Dame resonaron a las 19 horas en punto, en todo París. Casi cinematográficamente, el arzobispo de la ciudad, monseñor Laurent Ulrich, golpeó tres veces a la puerta de madera de la Catedral de Notre Dame y –casi como un milagro- el portal se abrió “solo” y todos los asistentes más distinguidos hicieron el ingreso triunfal.
La catedral medieval que el 15 de abril de 2019 sufrió un incendio que desplomó el tejado de madera, derribó la aguja y carbonizó muchos bienes y objetos, renacía 2063 días más tarde, tras la intensa entrega de los bomberos y, luego, de los saberes concatenados de arquitectos, ingenieros, arqueólogos, carpinteros, techistas, obreros, restauradores, vidrieros…. Cientos de personas que conformaron lo que Macron denominó con orgullo el Club de “compagnons”.
Esa no fue la primera señal de alerta de la fugacidad del arte: hace 150 años, el 24 de mayo de 1871, otro incendio voraz también había hecho gemir de ardor los 5.500 metros cuadrados de la Dama de París. Esas llamas del siglo XIX derritieron las piedras góticas repletas de historia y varios vitreaux se fundieron en la muerte, como si les hubiera llegado su Apocalipsis.
En esa reconstrucción, liderada por el arquitecto Eugène Viollet-le-Duc, algunos ventanales originales se perdieron para siempre: se reemplazaron por obras contemporáneas, tremendo contraste.
Como si la mano de Dios los hubiera protegido de la fiebre con paños fríos en la frente, ni entonces ni en el incendio de 2019, los tres rosetones medievales y emblemáticos de Notre Dame sufrieron daños. Se salvaron y siguen siendo una maravilla del arte cristiano.
Notre Dame y el poder de las imágenes
El rosetón del Oeste se encuentra por encima del órgano mayor desde 1220, cuando todavía vivía San Francisco de Asís; el del Norte, de 1250, y el del Sur, de 1270, son simétricos.
Lo que importa en ellos no es tanto su ubicación ni sus dimensiones sino que permitieron el paso de la luz al interior de la casa terrenal y penumbrosa de la comunidad cristiana medieval. Y si había luz, había contrastes que permitían la lectura de imágenes que era imperioso conocer en una sociedad profundamente religiosa, espiritual y analfabeta, cuya única escolarización era la impartida por ese despliegue pictórico de la Casa de Dios.
Así, sus contemporáneos pudieron comprender que el rosetón central del Oeste, dedicado a la Virgen con el Niño, estaba rodeado por los 12 profetas menores que anunciaron la Encarnación de Jesús; además le seguían las 12 virtudes, los 12 vicios y, en la parte baja, los 12 signos del zodíaco, asociados a las faenas del campo.
“El número 12, producto de 3 por 4 (tres, símbolo de la Trinidad; cuatro, símbolo de lo terrestre) simboliza la Encarnación”, sigue explicando como hace doce siglos, el sitio oficial Cathédrale Notre-Dame de Paris, portal que desde luego no es de origen medieval y cuya virtualidad le impide encarnar algo.
Con predominio de color morado –el del adviento- las representaciones de los vitraux del ala Norte hablan desde mediados del siglo XIII de la esperanza en la llegada de Jesús. Hay profetas, reyes, jueces, sumos sacerdotes y, nuevamente una Virgen con el Niño, prueba de que lo que el dogma promete, se cumple. Y de que el poder de conceptualización del laborioso aprendizaje lingüístico puede ser superado por una sucesión de imágenes dogmáticas.
Con mucho rojo y 24 medallones dentro de círculos mayores, el rosetón Sur está dedicado al Nuevo Testamento, los apóstoles, mártires, obispos e incluso un Cristo del Apocalipsis (creación posterior de Viollet-le-Duc).
Esas imágenes conmovedoras, elevadas y desbordantes de colores y luminosidad no inspiraban sino silencio y aceptación en una sociedad europea patas para arriba. En amplio contraste, el instrumento de salvación que proponía la Iglesia, a pesar de la cantidad de sectas y herejías que le hacían competencia -o querían destronarla-, seguía siendo prestigioso, intangible, incuestionable.
Los relatos y cosmogonías bíblicas que despliegan los vitraux de Notre Dame de París son, desde el 1200, la fundamentación metafísica de la existencia del mundo. Sus figuras planas, casi incorpóreas, solemnes y hieráticas, con su indiferencia por la materialidad de los cuerpos y la fuerza de la naturaleza expresan un arte –y una época- que cree más en las ideas que en las formas. Desde luego, todos los ventanales perdidos y reconstruidos se rehicieron siguiendo muchas veces otra estética, como los de la nave, de los años 60 del siglo XX, que se van de “tono” con su inspiración abstracta.
Las representaciones originales no son realistas; nada ni nadie se sentirían representados por esas imágenes forzadas y mayormente sin perspectiva en donde lo solemne tiene que ver con la frontalidad; y el tamaño, con la jerarquía espiritual.
Esa épica hagiográfica tenía que ser más informativa que naturalista.
En la sociedad feudal que el capitalismo burgués comenzaba a dinamitar, la gente, que en su inmensa mayoría era iletrada y se regía por sentimientos básicos como la ira, el rango y el temor, tenía pavor a perder a su señor y caer en la ruina. Por eso, depositaba sus esperanzas en los mesiánicos mensajes del Más Allá.
Aunque de trazos simples, había otro Señor. El arte del vitreaux era la tiza y el pizarrón de la obra educativa de la Iglesia.
Los magníficos 113 vitreaux de Notre Dame (que por cierto no son los mayores de Francia, ya que la catedral de Chartres, con 146, los supera) presentan a Jesús y los personajes que los rodean como seres superiores, ejemplares y solemnes, pero el portador de este mensaje era una institución eclesiástica que se había vuelto rica y poderosa. Aun así, era -y otra vez vuelve a serlo- la que tiene las llaves de ese reino de promesas.
Toda esta postal del Medioevo y la Baja Edad Media se revela hoy, sin decirlo con palabras ni literatura, apenas se escribe el tag Notre Dame de París. La impresionante repercusión mundial que tuvo la reciente reinauguración de las obras de reconstrucción de la catedral francesa significa más que lo dicho hasta ahora.
Notre Dame, fracaso de la escritura
En junio de 2021, el presidente Emmanuelle Macron, de formación jesuita, movilizó a todos los franceses con una convocatoria que decretaba a la lectura la “gran causa nacional” durante 12 meses (¿la "encarnación del verbo"?).
Este plan en realidad, había comenzado en 2017 y Brigitte Macron había sido la gestora entre las sombras: el gobierno francés destinó € 40 millones para solventar bibliotecas regionales. No del todo satisfechos con los resultados, cuatro años más tarde volvieron a la carga inyectando € 7 millones más, complementándolo con la operación “Jóvenes en las librerías”, el desafío de sensibilizar a los adolescentes acercándolos a los circuitos de la industria textual.
“Con el Pass Culture, todos los jóvenes de 18 años se benefician con € 300 para descubrir las actividades culturales, verdadero motor para el desarrollo de la lectura”, informó en su momento el sitio web de la presidencia de Francia.
¿Funcionó? No.
“En Francia continúa existiendo el grupo BoBo (bourgeois-bohème) el de los burgueses bohemios que culturalmente representan una clase más alta que, junto a Macron, siguen teniendo mucho interés en mantener viva la cultura y la lengua francesa heredadas. Hay una enorme presión social sobre los padres para crear el hábito de la lectura en los hijos, desde muy chicos. Eso está allá más presente que en Argentina y por eso esto crea mucha diferencia con otros grupos sociales en los que esta conciencia es inexistente. Lo que nosotros estudiamos es cuánto influyen esos hábitos en la infancia”, detalla Cintia Indarramendi, una socióloga argentina especializada en educación y radicada en París desde 2007.
Pantallas y adicciones: el lado oscuro de las redes sociales
“Cuando llegan a la escuela esos nenes, a quienes sus padres les leyeron un cuento todas las noches, a la par de otros que no tuvieron ese privilegio y se dormían con pantallas, las desigualdades son enormes. Los primeros, llegan con un vocabulario mucho más enriquecido y, en primer grado, ya saben identificar palabras; el resto, nada”, describe la investigadora.
“En Francia está muy mal visto que los chicos tengan un televisor en su cuarto y lo miren antes de dormir. La adicción a las pantallas y el predominio de las imágenes en la vida cotidiana son problemáticos incluso en niveles superiores. Eso trae consecuencias en el aprendizaje”, agrega la Lic. Indarramendi, docente e investigadora del Departamento de Ciencias de la Educación de la Universidad París 8, equipo CIRCEFT ESCOL.
“Hay muchos trabajos que analizan que una vez que los chicos ven que pueden comunicarse por whatsapp, no sienten interés por seguir aprendiendo a escribir, conocer palabras que nunca van a usar en una en una lengua como el francés, de sintaxis y morfología muy compleja”, agrega. Y si se tiene presente que muchos neologismos que los franceses han ido adoptando en la vida cotidiana provienen de comunidades inmigrantes africanas, se comprende el prurito de los academicistas y su urgencia por fomentar lecturas literarias.
“En términos de Pierre Bourdieu, eso sigue siendo un útil de distinción social. Porque escribir bien, en Francia, sigue siendo muy importante. Para saber de qué medio proviene una persona, se le pide que escriba. Entonces, en las clases sociales más elevadas el manejo de la lengua se considera una formación superior, una herramienta de distinción social. Allá todavía viajás en un transporte público con gente que lee un libro impreso al lado tuyo; cada vez menos, pero todavía se ve, más que en Argentina”, resume la socióloga.
De todos modos, todos los profesionales de la educación, en Francia, escriben ríos de tinta para manifestar su alarma por el ritmo acelerado de la pérdida de la escritura. Mientras en la provincia de Buenos Aires, un alumno del nivel secundario no sabe dividir en sílabas, ni distingue diferencias entre un verbo y un adverbio, clasifica “eramos” como adjetivo y no puede escribir un texto sin pedirle a ChatGPT que lo haga por élm en el país de René Descartes y Michel Houellebecq las aulas dedican cada vez menos tiempo a la escritura.
¿Cuántos analfabetos está produciendo nuestro sistema educativo?
“Escribir en clase es cada vez más reducido, sobre todo en los establecimientos con población estudiantil más heterogénea. Cuando se compara cuánto tiempo pasa escribiendo un chico de un barrio desfavorecido y uno de una clase social más privilegiada, hay una diferencia abismal. En realidad hay una pedagogía cada vez más constructivista que busca motivar a los chicos y reforzar la autoestima. Se cree que una vez que eso suceda, el aprendizaje será espontáneo”, sostiene Indarramendi y se le escapa una sonrisa.
Perdidas la escritura y la literatura, aún quedan las imágenes más icónicas de la Cultura de Occidente. “Y están en París”, pensó Emmanuel Macron.
La última vez que la capital de Francia fue la ciudad más visitada del mundo fue en el año 2022; en 2023 ese lugar lo ocupó Estambul y París pasó al quinto puesto. Si hay algo que no puede negársele al actual presidente de Francia es su cintura política para reaccionar velozmente y contratacar sin ceder territorio, como lo demostró en las elecciones de este año para conformar la Asamblea Legislativa.
El mundo pide imágenes
Hoy, como en el 1200 vivimos los tiempos característicos de una sociedad ágrafa. Si la literatura aún no ha muerto, al menos está en picada. Desde luego, la producción escrita continúa, pero para un público cada vez más selecto y reducido. Lejos de esa elite isleña, no sólo en Francia sino en gran parte de Occidente, crece el continente de los cultores de la imagen.
Y sin dudas, ahora más personas se sumarán a los 14 millones de curiosos lectores de imágenes que cada año solían visitar Notre Dame, hasta que se incendió, la pandemia los recluyó y la lectoescritura, los perdió.
Sin embargo, la resignación de las lecturas a favor del imperio de las imágenes, promovidas incluso desde el Estado, encubre más pérdidas que ganancias.
“Los adolescentes son una generación que ‘aprende’ a través de contenido audio-visual: Youtube, TikTok, reels. Esto, a nivel cognitivo es un cambio fundamental, puesto que la palabra escrita activa el pensamiento abstracto-conceptual. Por ejemplo, escribo ‘libertad’ y pienso en ‘imágenes de libertad’; mientras que los contenidos audio-visuales reemplazan ese tipo de pensamiento porque ya ‘imprimen’ la imagen en nuestra cognición. En consecuencia, se pierde la competencia (habilidad puesta en práctica) de redacción: no saben redactar, o sea, son incapaces de comunicarse a través de la escritura”, evalúa Facundo Odasso, Profesor Superior Universitario por la UCA sede Rosario, Licenciado en Ciencia Política por la UNR.
"Lo que nos sorprenderá a todos es el asombro ante el rubio de la piedra, el brillo de los colores, el mobiliario artístico, la iluminación que resalta toda la arquitectura", expresó en éxtasis Philippe Jost, el jefe de las obras de restauración de Notre Dame, minutos antes de que las puertas se abrieran, el 7 de diciembre pasado, para ver “una catedral como nunca antes la habíamos visto” feliz de "mostrar" al mundo entero “un gran éxito colectivo y un motivo de orgullo para toda Francia".
Y tanto asombro por la proeza visual tiene su explicación. “Durante siglos, la escritura fue una cuestión de la elite eclesiástica. La comunicación de la Iglesia hacia el pueblo se hacía a través de las imágenes, los ritos y la palabra hablada, mientras que la escritura se reservaba para los ‘designados por Dios’ ”, amplía el Prof. Odasso.
Tanto empeño en recuperar esas imágenes sin duda significa. “Hoy ya estamos en una sociedad ágrafa: los adolescentes, los jóvenes hasta 40 años e incluso muchos adultos nos comunicamos masivamente a través de emojis (imágenes que reemplazan la palabra escrita). Una imagen nunca puede captar el significado simbólico de una palabra. ¿Qué emoji puede aludir al sentimiento de angustia -no de nervios o de felicidad?”, pregunta el experto en ciencias políticas.
Notre Dame, a punto
La puntillosa restauración de la icónica Casa de Dios medieval costó cinco años de trabajo arduo y casi € 700 millones. Un milagro posible sin que el Estado de Francia pusiera un euro, a pesar de que estos no son tiempos de hidalguías. Es más, hubo saldo a favor: € 846 millones.
Contribuyentes de 103 países diferentes –incluidos judíos y musulmanes- hicieron posible que Notre Dame luciera otra vez tan resplandeciente como solía ser. No debería omitirse que de cuentas bancarias radicadas en Estados Unidos se transfirieron un total de € 57 millones y desde luego, Elon Musk y Donald Trump no quisieron pasar por los avaros de Molière.
También hubo muchos ciudadanos sensibles que hicieron transferencias a la Fundación Notre Dame, administradora de los fondos de 340.000 donantes. Hubo 300.000 “pequeños donadores” de €1.000. Unos 9.000 vecinos de París aportaron en total € 7,8 millones, lo que representó el 16% de las contribuciones nacionales que provinieron de otras regiones de Francia.
En varios casos, el aporte no fue solo monetario ya que los esperanzados en un mundo mejor contribuyeron por ejemplo con maderas de 2000 árboles procedentes de toda Francia para fabricar un nuevo techo para la catedral.
Muchos otros donantes “devotos” emergieron de las fauces del capitalismo haciendo buenas obras con la mirada posada en el futuro, qué duda cabe.
Para ellos, durante la inauguración, hubo ubicación preferencial: el multimillonario Bernard Arnault (€ 200 millones); la familia Meyers-Bettencourt, dueños de L'Oréal (€ 200 millones); el esposo de la mexicana Salma Hayek, François Pinault (€ 100 millones); la empresa Total Energies (€ 100 millones); y otros más modestos J. C. Decaux (€ 20 millones), Bouygues (€ 10 millones), y Axa (€ 10 millones) por citar solo algunos de los más arriesgados en este tour de force .
El éxito de las imágenes
Emmanuel Macron se dio el gusto de recibir a 50 jefes de Estado, incluidos la star Donald Trump y algunos presidentes africanos, los más perdidos en la pompa ceremonial.
No faltó el brillo del jet set, con actrices como Salma Hayek y Carol Bouquet, damas de compañía de sus esposos; ni cantantes -Carla Bruni-, también junto al suyo, Nicolas Sarkozy, cuya aparición pública en Notre Dame fue el tiro de gracia antes de la condena judicial; y desde luego, François Hollande, más en desgracia aún que el anterior, a juzgar por el saludo gélido que le destinaron Brigitte y Macron.
La mancomunidad del suceso no hubiera sido igual sin al menos algunos representantes de monarquías en bostezo, como los reyes de Bélgica, el príncipe Alberto de Mónaco, el príncipe heredero William de Gran Bretaña (¿no debería haber ido el rey Carlos III?), los de Marruecos y Jordania, etc.
Volodimir Zelensky fue aplaudido de pie cuando ingresó al templo y eso termina de explicar porqué no estuvo el gran ausente de la velada, el Papa Francisco. A pesar de que tuvo el motivo perfecto (debía reunirse con 21 cardenales), los argentinos sabemos que Jorge Bergoglio es el jugador número 12 de la Selección Nacional y, por tanto, su especialidad es estudiar el campo de juego y trazar en su mente todas las posibles jugadas.
Si la hiperpublicitada reinauguración de la Catedral de Notre Dame quiso ser un puente de paz tendido desde Occidente hacia Oriente, ¿por qué el presidente que se involucra en el conflicto de Medio Oriente, en la Guerra de Ucrania, y repudia el acuerdo Mercosur-UE firmado por Ursula Van der Leyen, debe ser el maestro de ceremonias de un hito cultural que recupera un espacio de pedagogía católica, consagrado por la Santa Sede ?
Si es el arte sacro de Notre Dame, el que tendrá sobre sí la enorme responsabilidad de reconciliar a los penitentes con su identidad occidental y cristiana, ¿por qué una figura política sedienta de la popularidad que confiere el imperio de las imágenes es el gran maestro de ceremonias?
Para reconquistar a su electorado, para ajustarse a los tiempos que corren y porque constató que nadie puede regalar dos veces una flor, que acaba de arrancarse a la tierra.
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