San Valentín: amor platónico o media naranja: ¿cuál es la mejor manera de amar?
El “día de los enamorados” suena como agenda de promesas y renovación de votos. En el arte de amar pueden convivir muchos formatos. Hoy es buen momento para preguntarse cuál de ellos ofrece la mejor fórmula para subirse a la montaña rusa del amor.
El “día de los enamorados”. Una experiencia roller coaster que desborda adrenalina y felicidad y, sin embargo, nos deja casi mudos a la hora de darle una definición -o al menos algo de calma- a esa aventura de viajar en la montaña rusa del amor.
Hagan la prueba: pregunten a quien tienen al lado si está enamorado, y no esperen por respuesta más que onomatopeyas (¡uy!), adverbios (¡sííí!) y alguna metáfora de tinte universal e impacto garantizado.
Así lo dice Fanny Ardant (Mathilde), enamorada de Gerard Dépardieu (Bernard) en La mujer de al lado (Francois Truffaut, 1981), y da en la tecla: todas las canciones de amor, en su simpleza, dicen las cosas más bellas. Y todas suenan a escritos por encargo para quienes las escuchen, aptas tanto para los amantes como para los oídos tristes sumidos en la peor de sus noches.
Del mismo modo en que se descubren tantas formas de amar que la literatura jamás logrará agotar el tema, estar enamorado es un renglón vacío que esquiva las precisiones; plurisemántico y a la vez plagado de equívocos.
En primer lugar, requiere varias decepciones sucesivas renunciar a la falsa idea de que todo ese bienestar sería inconcebible sin el contenido que le da vida, el objeto amado. Y sin embargo, parecería que es todo lo contrario.
Narciso se enamoró de sí mismo.
¿Podría el enamorado vivir sin su objeto amado? Debería en su sano juicio, o por alguna buena razón, renunciar el amante a su destino amoroso? Con increíble fuerza coral crece como estallido el “no” rotundo que viaja en minisegundos desde la vasta y recóndita soledad de los enamorados de la world wide web.
En 1822, el francés Stendhal dedicó un capítulo de De savoir-faire a explicar la génesis del sentimiento amoroso. Hábil observador, escribió:
“Deja a un amante con sus pensamientos durante veinticuatro horas y esto es lo que sucederá: En las minas de sal de Salzburgo, arrojan una rama invernal sin hojas a una de las minas abandonadas. Dos o tres meses después la sacan cubierta de un brillante depósito de cristales. La ramita más pequeña, no más grande que la garra de un pájaro, está tachonada con una galaxia de brillantes diamantes. La rama original ya no es reconocible”.
Para la ciencia, estar enamorado es una fórmula química tan exitosa como perecedera"
Y así, con esta metáfora, el autor de Rojo y negro describe el proceso del enamoramiento, que denomina “cristalización”. Cuando alguien se enamora, reviste de virtudes un objeto natural, tantas que lo convierte en algo hermoso.
El enamorado es un demiurgo que embellece con diamantes aun a la rama más fea e insignificante. Es un proceso mental que centrifuga la realidad para extraer de ella sólo los indicios que prueban de forma irrefutable que el ser amado que se ha elegido es sencillamente perfecto.
Si así fuera, ¿por qué no nos enamoramos todos de la misma persona?
Platón, la naranja y las ciencias
Para la ciencia, estar enamorado es una fórmula química tan exitosa como perecedera. Si hay algo sobre lo que nunca nos han mentido es sobre la fugacidad de la vida y el enamoramiento podría fácilmente encabezar la lista, no sólo por su magia (logra lo imposible) sino por sus trucos engañosos.
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Pero para evitar comenzar una historia por el final, sobre todo si no se trata de uno feliz, la psicología y las neurociencias –que aman los porqués- van a los principios. Y últimamente se habla de “fisiología sincronizada” para explicar esa melodía cerebral desencadenada de neurotransmisores, que ponen la energía corporal al rojo vivo cuando el ser humano se enamora y/o cree que lo experimenta.
Y a pesar de que al hablar de sentimientos se piensa en el corazón, todos agradecemos esa metonimia por ser un recurso sumamente oportuno. ¡Qué espantoso sería, cada 14 de febrero, recibir los más ricos bombones en una caja que reproduzca ambos hemisferios cerebrales unidos por el cuerpo calloso!
Platón y el amor
Por lo visto, parece que el amor está fatal y felizmente casado con el cuerpo hasta que la muerte los separe. Ningún lector de Ruben Darío podría negarlo: “Dichoso el árbol que es apenas sensitivo, y más la piedra dura porque ésa ya no siente, porque no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo, ni mayor pesadumbre que la vida consciente”.
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Sin embargo no una sino muchas veces se ha refutado la materialidad del sentimiento humano. Y uno de los primeros negacionistas fue una ilustre figura del pensamiento, Platón.
Puedo adivinar la cara de Platón si hubiera vivido para escuchar la siguiente cita del irreverente poeta estadounidense EE Cummings: “cuando piensas o crees, mucho de ti pertenece a otros; pero en el instante en que sientes, no eres sino tú mismo”.
Sí, el enamorado es un ser entusiasmado, pero no achuremos la etimología: un “entusiasmado” es un “enajenado”, alguien fuera de sí y “lleno de Dios”; por tanto, alguien que ama se olvida de sí mismo para pensar en otro; o en Otro.
Nadie dudaría del sentimiento genuino de San Francisco de Asís cuando aseguraba que estaba enamorado de Dios y que sólo se casaría con él.
“Esta divina prisión del amor con que yo vivo, ha hecho a Dios mi cautivo, y libre mi corazón”, escribió a su turno Santa Teresa de Jesús, enamorada de la misma persona in-sustancial y no por eso menos feliz.
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Si bien Platón, por boca de su “personaje” Sócrates, definía el amor como algo propio de este mundo, en su forma más pura y soberbia, no lo concebía como terrenal. Por el contrario, el mundo que conocemos a través de nuestros sentidos -el sensible-, es engañoso, oscuro y decepcionante, como desarrolla el famoso “mito de la caverna”, en República, libro VII.
Como explicó Stendhal, el enamorado busca la belleza y si no la encuentra, la recrea; no podría vivir sin ella.
“El amor como el deseo de lo bueno, lo bello y lo verdadero conduce al hombre a la inmortalidad, mediante la contemplación de la Belleza en sí”, razona Sócrates en Banquete, el diálogo platónico que más aborda el tema, subrayando una y otra vez que el amor y la fealdad se declaran la guerra.
Cuál es el verdadero signficado del amor platónico.
Sin embargo, el discípulo del malogrado filósofo ateniense del siglo V a. C. deja en claro que el amor no es una divinidad: “El amor no es un dios sino una cosa intermedia entre lo mortal y lo inmortal”, tira en pleno diálogo, luego de la borrachera.
Por tanto, enamorarse es sólo tomar envión, un impulso para sentirse “entusiasmado” (reacción explicable por la hiperactividad de la dopamina entre varios de nuestros neurotransmisores, diría un médico a-teo –sin entusiasmo ni dios- mientras se quita los guantes).
También se dirá en Banquete que “el deseo es una señal de privación”, busca aquello de lo que carece y cuanto más inmaterial sea su plasmación, mejor. Deudor de cierta línea pitagórica, al invitarnos a desconfiar de todo lo que tenemos delante de nuestros ojos, cuesta convencer a otros de que Platón no era un poquito pesimista.
¿Qué es mejor: el amor físico o el amor platónico?
Por engañoso que fuere, “todo hombre debe honrar al amor” aunque “no marcha sobre la Tierra ni sobre las cabezas”, agrega el griego ilustre y nos vuelve al alma al cuerpo. Con todo, el pensador no se priva de elogiar a quien orienta su voluntad hacia una “Afrodita celestial” que no es la “malvada” terrenal que reside en el alma de los hombres –cuya único anhelo es la satisfacción de los placeres- sino también en “otros objetos y otras mil cosas en los que se encuentra, en los cuerpos de todas las cosas, en las producciones de la Tierra”, según se completa el diálogo con el personaje Pausanias.
Y si faltaba claridad, acá está: la humanidad “debe considerar más valiosa la belleza de las almas que la del cuerpo, de suerte que si alguien es virtuoso del alma, aunque tenga un escaso esplendor, séale suficiente para amarle, cuidarle, engendrar y buscar razonamientos tales que hagan mejores a los jóvenes, para que sea obligado, una vez más, a contemplar la belleza que reside en las normas de conducta y a reconocer que todo lo bello está emparentado consigo mismo, y considere de esta forma la belleza del cuerpo como algo insignificante”.
Más por torpeza que por repechaje, el renacimiento de la doctrina platónica (neoplatonismo) fogoneada desde la corte de los Medici (siglo XV), en Florencia, simplificó excesivamente las cosas.
Fue entonces cuando se acuñó el término “amor platónico” para describir la idea del amor asexuado, sin rastros carnales, postura que en el incontrolable teléfono descompuesto de la historia devino en sinónimo de “amor no correspondido”, aunque ya sabemos que, a ojos de Platón no habría nada que menos se le parezca.
Las vueltas del amor ¿hacen que amar se parezca a una montaña rusa?
Entonces, a la pregunta: ¿qué es mejor: el amor físico o el amor platónico?, tengamos al menos claro que en ninguno de los dos casos –por distintas razones- podría hablarse de amor no correspondido.
¿O podría negársele a Narciso su condición de sujeto y objeto enamorado? Todo va en gustos.
Otra cosa muy distinta es el amor imposible, que tiene bastante de ceguera, fijación y testarudez.
Platón y la media naranja
En lides amorosas, miles dejan pasar la vida sin perder las esperanzas de encontrar “su media naranja”. Para comprender el origen de este relato semiheroico debemos regresar nuevamente al insoslayable Banquete (circa 420 a. C.).
Para hablar de Eros durante la comilona de Banquete, toma la palabra Aristófanes, un comediante ateniense conservador y contemporáneo de Sócrates, a quien burló descaradamente en Las nubes. Para definir al amor, el comensal inventó un relato desopilante que perduró con el nombre de “mito de la media naranja”.
Aristófanes narró que el rey Sphayros, soberbio y autosuficiente, gobernaba su reino poblado de tres tipos de seres humanos con una fisonomía especial: sus cuerpos eran esféricos. Algunos eran machos, otros hembras y finalmente la tercera especie era andrógina, compuesta por una esfera macho y otra hembra. Todas ellas tenían un par de genitales según su género, dos caras, cuatro brazos y cuatro piernas. Cuando caminaban, giraban.
El amor es la búsqueda de la media naranja que nos corresponde, dijo Aristófanes.
Receloso de su autosuficiencia, Zeus partió en dos cada esfera y, como si fueran gemelos separados al nacer, en ellos perduró una memoria que los hacía buscar el hemisferio faltante por el resto de su vida. Ausente y lejana, esa alma gemela era la mitad complementaria de su propio ser incompleto. Para esta explicación de la génesis amorosa, el punto de partida también era la carencia y la insatisfacción. Un comienzo de escasa autoestima.
“La idea de la media naranja y del amor ideal, perfecto, no solo daña la salud psicoemocional sino que también hace estragos en la posibilidad de armar y sostener vínculos reales y desde luego, al no alcanzarlo, genera mucha frustración”, opina Pablo Melicchio, psicólogo (UBA) y escritor.
“Sin ser media persona, sí somos seres incompletos, y siempre lo seremos, y lejos de ser una problemática, es la marca distintiva de nuestro ser humanos. Y es esa incompletud, esa falta, la que activa el deseo, el motor para vivir y amar, para ser mejores, para alcanzar un bienestar y defenderlo cada día ante las complicaciones y adversidades que trae el hecho de estar vivos e interactuar con los demás”, prosigue el psicoanalista.
Lejos de la utopía del amor ideal, Pablo Melicchio asegura que nadie alcanza la mejor versión mítica de sí mismo si se imagina que eso está fuera de sí.
“Nadie es completo ni se completa con el otro. El amor es aceptar e incorporar lo humano, con sus roces, con sus fisuras y con sus faltas. En un vínculo de pareja sano, amar es aceptar e incorporar lo imperfecto como parte del amor”, agrega.
“Lacan decía que el amor es dar lo que no se tiene a quien no lo es”, cita. Y aunque parezca un acertijo es una certeza en todas y cada una de sus palabras, sin interminables banquetes platónicos pletóricos de insatisfacciones.
¿Amor platónico o amor de medias naranjas? Ninguna de esas opciones parecería la mejor forma para el arte de amar. O al menos para rebobinar y pensarlo un 14 de febrero, sin reproches, con un baño de realidad.
“Los ideales, la media naranja y demás, son imperativos sociales que muchas veces terminan dañando la posibilidad de amar. El amor es lo que queda cuando pasa el enamoramiento. Con el paso del tiempo, cuando cae el enamoramiento, se empieza a construir el amor real, ofreciendo lo incompleto e incorporando al otro con su propia incompletud”, resume Pablo Melicchio.
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