Alex García López, el argentino detrás de la gran apuesta de Netflix: ‘Cien años de soledad’
Alex García López dirigió cinco de los ocho capítulos de la serie 'Cien años de soledad'; la chilena Laura Mora, los tres restantes. Así Gabriel García Márquez ingresa a Netflix.
Una tarde, Francisco “Paco” Ramos, director de Netflix Latinoamérica le soltó a Alex García López: “¿Te acordás de Cien años de soledad?”. Y este realizador argentino, director de episodios de The Witcher, Cowboy Bepop, Star Wars-The Acolyte, entre varias otros títulos, respondió: “Claro que me acuerdo”.
Lo que no esperaba, es que la pregunta no era inocente, y Ramos lo sorprendió: “Tengo los derechos de Cien años de soledad. ¿La querés hacer?”.
Palabras más, palabras menos, ese fue el diálogo que dio origen a una de las producciones audiovisuales latinoamericanas más grandes hasta la fecha, la adaptación de Cien años de soledad, la novela de Gabriel García Márquez que retrata la vida de la familia Buendía, en Macondo.
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La charla entre Paco Ramos y el director argentino venía hace tiempo. “Él me preguntaba cada tanto si tenía ganas de encarar alguna producción latinoamericana”, recapitula Alex García López, en diálogo con PERFIL. “Y yo le decía que sí, pero que no fuera sobre narcotráfico o dictaduras, que es un tipo de historias que se ve mucho. Pasaron unos años y justo antes de la pandemia apareció esta oportunidad”.
—¿Qué sentiste cuando viste que el tema iba en serio?
—Al principio fue un shock a todo mi sistema. Un honor acompañado de un incipiente miedo. Pero en la llamada me tiré al vacío, sin pensar en cómo iba a hacer.
Megaproducción. La adaptación de Cien años de soledad requirió una estructura faraónica: una finca de doce mil hectáreas, un equipo de construcción de trescientas personas, otras mil personas en preproducción de arte, y cien en el departamento de vestuario, quinientos en dirección y producción, y también, doscientos macondinos extras.
“Eran cuatro Macondo”, describe a PERFIL Alex García López. El primero, más humilde; luego el segundo y el tercero, que corresponden a etapas de desarrollo del territorio; y finalmente el gran Macondo. Yo trabajé en cosas grandes, pero el “Macondo Etapa Cuatro” es lo más grande que experimenté”. La novela de Gabriel “Gabo” García Márquez, publicada por primera vez en la editorial Sudamericana, bajo el mando de Paco Porrúa en 1967, fue uno de los bastiones de la explosión editorial conocida como boom latinoamericano. Cien años... fue un éxito de ventas: vendió más de cincuenta millones de ejemplares y fue traducida a cuarenta idiomas. Además de una obra que cosechó el respeto y la admiración del mundo de las letras, y habilitó que la literatura latinoamericana se difundiera en todo el mundo.
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Miedo superado. “Después de aceptar la propuesta fui a comprar el libro; hace mucho que no lo leía”, explica García López. “Y me pareció una obra tan auténtica, que es tantas cosas a la vez. Logra capturar la historia colombiana, y de América Latina, pero también de la humanidad. Y es bíblica y shakespiriana, y todo con el tamiz del realismo mágico. Bueno… ahí entré en pánico”.
—¿Qué te dio miedo?
—Lo primero fue la pregunta: ¿Cómo logro adaptar un libro con tan poco diálogo? En ese entonces el equipo era chico: Paco Ramos, José Rivera –el primer escritor–, Eugenia Caballero, encargada del diseño de producción y yo. Y cuando me llegó el guión, no podía abrirlo, no lo quería leer. Porque si no era bueno no sé qué íbamos a hacer. Pero cuando logré leer las primeras páginas me surgió una inspiración y unas ganas incontenibles.
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Cien años de soledad es una novela importante por varias razones. Además de exponente del realismo mágico, el tono que encontró su autor es una construcción decantada a lo largo de muchos años. Gabo rumió la historia desde el comienzo de su carrera como escritor, asentando las bases de su inventado Macondo –“más que un lugar, un estado de ánimo”, dijo alguna vez–, en cuentos y novelas breves. En un libro que es también una íntima conversación sobre el proceso creativo con su amigo Plinio Apuleyo Mendoza, titulado El olor de la guayaba, Gabo describe la importancia del tono de su abuela para encontrar el propio: “Narrar las historias más extraordinarias, inverosímiles y conmovedoras con la cara de palo con que las contaba ella”. En esa misma conversación, Gabo confiesa que cuando escribió la primera oración de la novela no tenía mucha idea de qué vendría después. Es decir que, más allá de la intención de contar la historia de una estirpe y de su pueblo, él solamente tenía un tono. Es lícito pensar que, quizá, ni siquiera él sabía exactamente quién era su narrador, develado hacia el final de la novela. Por eso, es importante la decisión que tomó el guionista José Rivera, de comenzar la historia con un narrador contándola.
“Desde ese entonces cambiamos muchas cosas, pero el prólogo quedó intacto”, cuenta García López. “La maniobra de José (Rivera) fue clave: dejar al narrador, que no es más que un personaje que se pone a leer ese gran libro escrito en sánscrito y que cuenta la historia de su familia. Y ahí me di cuenta de que teníamos oro”.
—¿Por qué?
—Porque también teníamos la voz de Gabo, su poesía, su prosa, su energía, su humor. Y eso nos dio un hilo conductor y un tono etéreo y divertido, con esa hermosa tonalidad caribeña que nos va guiando. Casi siempre en las películas y series, el narrador conoce el comienzo y el final de la historia que está contando. En este caso, el narrador va descubriendo la historia al mismo tiempo que la audiencia.
—¿Y eso cómo dialoga con el lenguaje audiovisual?
—Bueno, ahí se me ocurrió que cuando escuchamos al narrador, la cámara tiene que ir buscando la historia. Por eso, la cámara sobrevuela la casa de los Buendía. De repente busca a Úrsula Iguarán, pero ella sigue caminando y la perdemos, porque está hablando alguien en otro cuarto. Entonces la cámara, nuestra herramienta visual, busca a esa persona. Así logramos una fluidez y un sentido mágico que para nosotros era muy importante y que nos distancia de las formas más europeas.
Factoría Colombia. En la comunicación oficial, Rodrigo García, hijo de Gabo, sostiene que su padre “en vida, decía que, si se pudiera filmar Cien años... en muchas horas, en español y en Colombia, quizás lo consideraría”. “Fue muy bonito encontrarme con un equipo colombiano, concluye García López. “Le pusieron pasión, dedicación, sudor, orgullo nacional y cultural. Y estamos hablando de días de trabajo de 40° C . El equipo lo dio todo durante un año y medio; eso dice mucho de su talento. Y demuestra que Colombia es una cultura especial, rica, que merece ser mostrada y que va más allá del narcotráfico y la violencia.
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