opinión

Mejorar, no derogar

Cualquier situación parece buena para que los retrógrados de siempre la utilicen para llevar agua para su molino. Así actúan frente al triste caso de Fabiola Yañez, quien fuera pareja del ex presidente Alberto Fernández.

Alberto Fernández Foto: NA

Cualquier situación parece buena para que los retrógrados de siempre la utilicen para llevar agua para su molino. Incluso, en el colmo, cuando precisamente ella nos sugiere lo contrario de lo que estos sujetos concluyen y proclaman.  

Así actúan frente al triste caso de Fabiola Yañez, quien fuera pareja del ex presidente Alberto Fernández. Esta mujer sufrió todo tipo de violencia por parte de Fernández, incluso la de la agresión física y en varias oportunidades. 

Los retrógrados extraen la conclusión contraria a la que el más simple sentido común nos indicaría: ellos han salido a manifestar que este caso deja al descubierto la inutilidad de las instituciones y leyes que buscan proteger a las mujeres -y a los más débiles, en general- de la violencia y opresión de los más fuertes. Así aprovechan la ocasión para celebrar la disolución del Ministerio de la Mujer y del I.N.A.D.I., y hasta critican la ley de cuotas en la representación política, que ha permitido avanzar hacia la merecida igualdad de género. 

Pero si algo deja en claro lo que padeció Fabiola es el machismo y el abuso de poder. En este caso, abuso de poder extremo, porque fue ejercido nada más y nada menos que por el mismísimo trabajo presidente de la Nación. 

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Los advenedizos intentan interpretar este condenable hecho desde una perspectiva política y no institucional. Alegan que el hecho de que haya sucedido en un gobierno que estableció el ministerio de la mujer e impulsó la IVE, y encabezado por un presidente que se engalanaba con la causa que el movimiento feminista impulsó en soledad tanto tiempo, anulan la importancia del avance de los derechos de la mujer.

Pero es exactamente al revés. ¿Cuántas mujeres padecieron y aún padecen acoso y abuso de poder? Acá y en el mundo. ¿Cuántas mujeres, en el pasado pero también hoy, siguen siendo víctimas de alguien que puede determinar el curso de su vida laboral? ¿Quién con mayor poder político que un presidente? ¿Cuántas habrán sido o seguirán siendo violentadas, acá y en otros países, por alguien con ese tipo de poder y aura de impunidad?  

Si hoy una mujer se atreve a denunciar a un expresidente que acaba de dejar el sillón de Rivadavia, si la sociedad hoy se pone inmediatamente de su lado, es porque algo más profundo cambio culturalmente. Ese es el único logro colectivo en medio de esta horrenda historia. Y eso es, precisamente, lo que hay que preservar. 

Las instituciones y las leyes están para terminar con la barbarie de los abusos de los más fuertes. Aun cuando, como nos enseña la historia, siempre haya cínicos que abusan de su poder personal para ignorarlas y hacer lo contrario de lo que desvergonzadamente pregonan. 

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Sin embargo, son las instituciones, en su evolución, las nos brindan la esperanza de un continuo mejoramiento, aun con vaivenes. Por ellas, los derechos y garantías concretas de millones de mujeres han avanzado de modo importante en las últimas décadas. Y resta muchísimo por avanzar todavía.

No naturalicemos los discursos del conservadurismo retrógrado. No caigamos en la trampa. Condenemos el accionar de todos aquellos que violan las normas que avalan el progreso de los derechos, tanto como de quienes con la excusa de comportamientos individuales pretenden lesionar esos mismos derechos.

 

*Vicerrector de la Universidad de Buenos Aires, referente de la Unión Cívica Radical (UCR)