Robert Kaplan: "Cambie o no el gobierno de EE.UU., será imposible volver a una era anterior a Trump"
La revista Foreign Policy lo nombró dos veces uno de los “cien mejores pensadores globales del mundo”. Es autor de casi veinte libros sobre política internacional y la voz más consultada para comprender la geoestrategia global. Considera que China emergerá mejor que Estados Unidos después de la crisis sanitaria. A partir de allí se abre la real disputa del siglo XXI, entre un capitalismo de sociedad abierta y otro autoritario. En ese contexto, Argentina tiene dos desafíos: entender su inserción en el mundo y ser creíble para los mercados financieros internacionales.
—Sobre su libro “Venganza de la geografía” (2012), Henry Kissinger escribió: “El fascinante, prodigiosamente investigado e importante libro nuevo de Robert Kaplan arroja luz sobre una antigua verdad: la geografía ha sido el factor predominante en la determinación del destino de las naciones, desde el Egipto faraónico hasta la Primavera Árabe”. ¿Por qué es tan determinante?
—La geografía es algo tan básico para nuestras situaciones y nuestra identidad que ni siquiera le prestamos atención. Se da por sentada. Pensemos en Taiwán y China. Taiwán está a 180 km de China. Si Taiwán estuviera a 30 km de China, que es el ancho del Canal de la Mancha, China habría conquistado Taiwán hace muchas décadas. Pero el hecho de que esté a aquella distancia significa que hay nuevos problemas logísticos militares involucrados en la alternativa de la conquista. Pensemos en el poder americano. Estados Unidos llegó a ser una nación grande y poderosa. Pero eso sucedió no por sus habitantes, sino por su ubicación. El país ocupa la zona templada entre el Ártico canadiense al Norte y los subtrópicos en México al Sur. Una zona templada que tiene océanos a ambos lados de ella, que la protegieron durante siglos de invasiones extranjeras. Al final de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos fue la única potencia importante cuya infraestructura no había sido destruida ni dañada gravemente durante la guerra. Los océanos contribuyeron a eso. Estados Unidos también tiene uno de los sistemas fluviales más grandes del mundo, que unió el continente de Este a Oeste en los siglos XVIII y XIX. Los ríos, el clima templado, los dos océanos: esa es la base del poderío. Por supuesto, los estadounidenses no se dan cuenta y no admiten esta ventaja. Piensan que son superiores a los demás. Pero es solamente donde viven. Los ejemplos se suceden en el mundo. Egipto es un regalo del río Nilo. Es la civilización del Valle del Nilo, que cuenta con miles de años de historia. Egipto no se hundió en la anarquía, como Siria, Libia y Yemen, durante la Primavera Árabe. Túnez, Egipto y Marruecos son cuna de la civilización. A partir de allí se expandieron los racimos de la cultura. Pese a los vaivenes políticos, el Estado en sí mismo siempre fue firme. Como le decía, los ejemplos se suceden en el globo.
—Durante la Guerra de Malvinas, Kissinger les dijo a los militares argentinos que en toda la historia de la humanidad nunca nada importante había sucedido en el hemisferio sur porque el 70% es agua. ¿La tecnología cambiará esta realidad?
—Creo que sí. El desarrollo tecnológico lleva siglos. Pero en las últimas décadas, se intensificó. Avanzó tanto que los océanos ya no son una diferencia tan grande. Henry Kissinger tenía razón en algún sentido. Si nos fijamos en un mapa desde el Polo Norte, se ve principalmente tierra. En cambio, si nos fijamos en un mapa del Polo Sur, vemos principalmente agua. Los grandes acontecimientos de la historia mundial sucedieron esencialmente en las tierras templadas del hemisferio norte. Pero en un mundo interconectado por la tecnología, nos enfrentamos a un gran cambio. Puede parecer que las cosas no varían tanto, pero el cambio es incesante. Y en un mundo interconectado por la tecnología cibernética digital y por los mercados financieros, el hemisferio sur está casi tan conectado con el resto del mundo como la zona templada del hemisferio norte. Por eso una crisis de deuda argentina, por ejemplo, repercute en todo el sistema financiero mundial. Algo imposible décadas atrás. La tecnología no derrota a la dimensión geográfica, pero hace que el mundo sea cada vez más pequeño y más claustrofóbico y ansioso.
“Hay demasiado en juego como para que Estados Unidos y China entren en una guerra fría.”
—Escribió: “En un mundo tan neomalthusiano, en lugar de los principales instigadores del desorden mundial, las rivalidades de grandes poderes entre Estados Unidos y China y entre Estados Unidos y Rusia serán elementos constituyentes. La naturaleza es ahora un factor, como no sucedió durante la Guerra Fría”. ¿Cuál es la relación entre ese mundo neomalthusiano y la irrupción del coronavirus?
—Hay una conexión directa entre el mundo neomalthusiano y el coronavirus. Primero: ¿qué es el mundo neomalthusiano? Se remonta a Thomas Robert Malthus, una gran figura de la Ilustración en Gran Bretaña. Fue el primer filósofo de la Ilustración que creía que el hombre es una criatura en la naturaleza. La humanidad es parte de un ecosistema. Está inserta en un contexto en el que incide su relación con el entorno. Elementos como la población, la fertilidad de los suelos, la disponibilidad de recursos hídricos, inciden en el desarrollo político humano. Esto parece obvio hoy, pero Malthus fue el primero que realmente escribió sobre ello en profundidad. Cuando hablamos de un mundo neomalthusiano, nos referimos a las verdades que Malthus describió sobre ese mundo determinado por la naturaleza. El coronavirus es una pandemia. Por definición es una enfermedad que afectó al mundo entero. Nos recuerda que la humanidad es una especie que existe en la naturaleza, en el mundo natural. Toda la tecnología en el mundo no nos permitirá escapar del hecho de que somos una especie en la naturaleza y estamos sujetos a cosas que suceden en la naturaleza, ya sean inundaciones, huracanes o enfermedades, pandemias o bacterias. El verdadero mensaje de esto es que debemos ser humildes, no podemos resolver todos los problemas, y que hay una raza con ingenio humano, tecnológico y médico, luchando contra el hecho de que los hombres y las mujeres están sujetos a enfermedades. Y eso, a su vez, puede afectar la evolución financiera, tal como hizo, y la política, como seguramente veremos. Y todo nace de un elemento natural.
—Otro de sus libros es “El retorno del mundo de Marco Polo” (2019). ¿El camino de la seda vuelve a tener importancia estratégica?
—La Ruta de la Seda fue establecida por los chinos en la Edad Media. Conectó a través de rutas comerciales desde China a través de Asia central y Oriente Medio a Europa. Antes de que existiera la Ruta de la Seda, hubo dos historias separadas en el hemisferio norte. Por un lado, estaba el mundo clásico que deviene de Grecia y Roma. Y por el otro, estaba China. Tenían muy poco que ver uno con otro. La Ruta de la Seda los unificó en una misma historia. Lo que estamos viendo ahora con la iniciativa de cinturón económico y la carretera de China es una nueva y posmoderna Ruta de la Seda, que una carretera, ferrocarril de alta velocidad, naves, tuberías de energía y conexiones digitales y cibernéticas. La carrera estará en quién controle estas carreteras y redes ferroviarias. Y China está construyendo rápidamente una red de transporte de barcos. Es la Ruta Marítima de la Seda, que cruza el océano Índico, hasta el Mar Rojo y el Mediterráneo. Y la pregunta sería quién controlará estas rutas y quién será capaz de aprovecharlas más. ¿Los chinos, los Estados Unidos o alguien más? Esta Ruta de la Seda está muy en el espíritu de nuestro regreso al mundo de Marco Polo.
“La tecnología hace que el mundo sea más pequeño y, por tanto, un lugar más claustrofóbico.”
—También escribió “Monzón. Un viaje por el futuro del océano Índico” (2012). Los océanos Atlántico y Pacífico parecen los únicos importantes porque allí se libraron las dos grandes guerras mundiales, pero el océano Índico crecerá en importancia por la transformación de India en potencia mundial. ¿Las inversiones de multinacionales norteamericanas en China, sumadas a las importaciones norteamericanas de productos chinos, pasarán a orientarse hacia India, el otro gigante con más de mil millones de habitantes?
—Mi mensaje fue esencialmente para los estadounidenses, que lucharon en dos guerras mundiales y se involucraron en la Guerra Fría. Allí la cuestión involucraba especialmente al Atlántico y el Pacífico, los dos más observados y estudiados. El XXI será el siglo del océano Índico mayor, que va desde el Mar del Sur de China a través de la Bahía de Bengala, el mar Arábigo hasta el mar Rojo y de allí al Mediterráneo. Y ahí es donde vive la mayoría de los habitantes del mundo. Es una zona geográfica que no incluye una superpotencia, como sucede con el Atlántico o el Pacífico. Y eso es una señal de cómo el siglo XXI será menos controlado por las superpotencias. El océano Índico no determinará quién es el poderoso del mundo. Pero será un registro, un barómetro, qué poderes suben y cuáles caen. Y así se ve a China construyendo o ayudando a construir puertos a lo largo del océano Índico en Sri Lanka, en Myanmar, en Pakistán y Tanzania, en Djibouti. Será el centro estratégico del mundo en el siglo XXI en la medida en que cambien los protagonismos. En un mundo digital conectado, financieramente conectado, verdaderamente global, cada lugar va a ser cada vez más importante.
—En su libro “La revancha de la geografía”, el capítulo final se titula “Braudel, México y la gran estrategia”. Allí escribió que “el destino de Estados Unidos se escribirá en sentido Norte-Sur, no en sentido Este-Oeste”. ¿Está Centroamérica destinada a anexarse geopolíticamente más a Estados Unidos que a Latinoamérica? ¿Sudamérica será una zona geopolítica?
—Sí. Hace cien años, la población de origen centroamericano era solo una pequeña fracción de la de los Estados Unidos. Hoy en día, la población combinada de México y Centroamérica es mucho más de un tercio de la de los Estados Unidos. Y tiende a crecer. Es una población más joven, lo que establece también otras condiciones en la frontera entre México y los Estados Unidos. En última instancia, Estados Unidos tendrá un destino que abarcará México y Centroamérica. Esto no parece ser parte de la realidad actual de los Estados Unidos. El presidente Trump erigió una frontera cada vez más dura entre los Estados Unidos y México. Pero con el tiempo, a lo largo de las décadas, con nuevos presidentes estadounidenses y nuevas ideas de política exterior, verán la creación de lo que yo llamo un Mexs América del Norte de México y luego los Estados Suroccidentales de los Estados Unidos en una zona económica y lingüística donde la frontera importará cada vez menos, a medida que nos adentremos en el siglo XXI, para que México y Centroamérica puedan influir en los Estados Unidos.
“Todavía no tuvimos un cíber Hiroshima, un cíber Pearl Harbor, como para evaluar el peligro real.”
—Desde los acuerdos de Bretton Woods de 1944, el Fondo Monetario Internacional fue presidido por un europeo y el Banco Mundial por un norteamericano, mientras que el Banco Interamericano de Desarrollo estaba a cargo de un latinoamericano. Donald Trump rompió ese balance proponiendo un norteamericano para presidir el Banco Interamericano de Desarrollo, Mauricio Claver-Carone, diciendo que se precisa equilibrar la influencia crediticia China en Latinoamérica. ¿Vuelve a ser el patio trasero norteamericano el territorio de otra forma de guerra fría?
—En realidad creo que se da un fenómeno más profundo. Hay cada vez más chinos e incluso más japoneses ejerciendo su influencia económica en toda América Latina, particularmente en Brasil y en Argentina. Esto es probable que crezca, especialmente si Estados Unidos no entiende y no es sensible a las necesidades y deseos e intereses de América Latina. Estados Unidos corre el riesgo de perder influencia ante China e incluso ante Japón. Estados Unidos fue el poder dominante en el hemisferio occidental, al ejercer dominio sobre la cuenca del Gran Caribe a finales del siglo XIX. Un predominio que se extendió hasta el norte de Brasil. Ese dominio fue factible porque China, Japón y Europa estaban subdesarrollados de alguna manera; además estaban lejos. Muy lejos. La situación ahora varió. Pasada la recuperación posterior a la Segunda Guerra Mundial, son competidores de los Estados Unidos. Además, las distancias importan menos. Como dije al principio, la geografía sigue siendo importante, pero estamos frente a un mundo más claustrofóbico y conectado. Para que Estados Unidos siga siendo la principal potencia de América Latina, tendrá que esforzarse cada vez más y ser comprensivo.
—¿Cambiaría la visión de los Estados Unidos sobre el peligro chino en su patio trasero si el presidente en 2021 fuera Joe Biden en vez de Donald Trump?
—Existirá un cambio. En primer lugar, hay que decir que incluso si Joseph Biden es elegido presidente en noviembre, no vamos a volver al mundo anterior a Donald Trump, en el que las relaciones entre Estados Unidos y China eran completamente predecibles, con muy pocas amenazas. Era más una rivalidad que una verdadera competencia. No podemos volver a esa era. Lo que muy probablemente haga Joe Biden es intentar estabilizar las relaciones de los los EE.UU. con China: generaría reuniones cumbre más regulares, un mayor contacto de la burocracia estadounidense y la china. Se establecerá una línea directa. Aquel esquema que hizo que la Guerra Fría fuera más predecible y menos mortal después de la crisis de los misiles cubanos. La parte más peligrosa de la Guerra Fría fue antes de la crisis de los misiles cubanos. A partir de la crisis de los misiles, norteamericanos y soviéticos vieron el abismo y no les gustó la imagen. Se encontraron ante el espectro de la aniquilación nuclear. Por eso establecieron una amplia área de cumbres para estabilizar la relación. Creo que es el sentido de lo que hará Biden. El criterio será que EE.UU. y China no pueden resolver todos sus problemas, pero van a cumplir y establecer límites a su competencia para que sus problemas no sean mortales.
“El poder de China y de Japón crecerá en Sudamérica si Estados Unidos no es sensible.”
—El presidente brasileño, Jair Bolsonaro, se alinea automáticamente apoyando el pedido de Donald Trump de que un norteamericano presida el Banco Interamericano de Desarrollo. ¿Nuevamente es Brasil el aliado estratégico de los Estados Unidos en Latinoamérica, tal como sucedió luego de la Segunda Guerra Mundial?
—Brasil eligió a una figura populista, como Trump. Se produce una especie de unidad de dos populistas: uno en Brasilia, otro en Washington. No significa que sea algo permanente. Bolsonaro se enfrenta a una tremenda presión política, debido a la forma mala en que manejó el coronavirus. No está claro su futuro político, tampoco el de Trump. Brasil es un gran Estado, muy orgulloso, una especie de poder de nivel medio debajo de potencias como China, EE.UU. o Rusia. Podría cambiar la dirección de su política exterior y enfriar su vínculo con los Estados Unidos. Y a su vez, Estados Unidos no deberían dar por sentado a Brasil. Ambos presidentes tienen un control problemático. Sería un error suponer que es algo que seguirá los próximos cuatro años.
—Hace una década, en casi toda Sudamérica había gobiernos antagónicos respecto a los Estados Unidos: Hugo Chávez en Venezuela; Rafael Correa en Ecuador; Lula en Brasil, los Kirchner en Argentina. Tanto en Chile como en Uruguay gobernaba la centroizquierda. Hoy ese balance se alteró. ¿Tuvo Estados Unidos algo que ver en ese cambio de ciclo político sudamericano?
—No lo creo. América Latina está más influenciada por sí misma, por los componentes de su sociedad. Es probable que si un izquierdista es elegido en una parte de América Latina, ayude a otros. Lo mismo ocurre con los derechistas. Fue una etapa histórica en que las izquierdas ganaron las elecciones a través de las urnas y asumieron el poder. Gobernaron durante un buen número de años, pero por diversas razones no pudieron producir cambios en las situaciones de su población. Es la causa por la que perdieron el poder en los diversos países. Lo mismo pasó en Argentina. Pero han vuelto al poder, ahora en una situación mucho más difícil respecto a los organismos financieros internacionales. No creo que nada de esto fuera orquestado por los Estados Unidos. En este punto, deberíamos mirar los procesos históricos y el nivel de desarrollo adquirido por América Latina en este punto. Fracasaron las izquierdas. Y fueron reemplazadas o moderaron su política. Todavía no hemos visto un castrismo en Cuba, a pesar de que Fidel murió hace tiempo. Puede haber un cambio importante en la dirección de Cuba, relacionado con la dirección que tome Venezuela. Los próximos años pueden ser dramáticos en cuanto al desarrollo político en la América Latina cubana. Cuba y Venezuela están unidas por la energía. Cuba necesita energía barata y Venezuela tiene dificultades presupuestarias propias. Un mundo de precios muy bajos de la energía pone más presión sobre el gobierno de Nicolás Maduro.
“Si gana Biden, Estados Unidos y China buscarán que sus diferencias no resulten mortales.”
—El presidente argentino, Alberto Fernández, sabe que es el único representante de la centroizquierda en Sudamérica. Por eso, considera que su aliado natural es México, con el gobierno de Andrés Manuel López Obrador. Pero se lo vio tan cómodo a AMLO junto a Trump que los analistas argentinos se preguntan: ¿el presidente mexicano tendrá una posición independiente de Estados Unidos en los asuntos regionales?
—Es muy difícil para cualquier líder en México ser completamente independiente de los Estados Unidos. El comercio recíproco es muy alto y ambas economías están muy imbrincadas: una y otra se influyen dramáticamente. La mayor influencia de México es Estados Unidos, y especialmente Texas. Especialmente, por el aspecto energético. Un presidente de izquierda en México tiene el problema de que debe llevarse bien incluso con un populista de derecha en los Estados Unidos. No puede divorciarse completamente. Debe ser realista. Nuevamente, las elecciones de noviembre en los Estados Unidos van a ser determinantes en cuanto a los niveles de independencia de México. Si Trump es derrotado, tanto AMLO como muchos líderes de todo el mundo enfrentarán una nueva realidad. Entiendo que será una situación mejor. Aquí también cabe decir que no hay vuelta a una era anterior a Trump en los Estados Unidos. Pasaron demasiadas cosas. Trump fue elegido debido a la increíble presión sobre la clase media en los Estados Unidos. Y la situación de ese sector empeoró mucho con el coronavirus. Una América post Trump, con Biden presidente, se enfrentará a fuertes presiones populistas, a las que el mismo Biden tendrá que adaptase.
“Con Bolsonaro, Brasil eligió una postura populista parecida a la de Donald Trump.”
—En Brasil y Argentina se insiste en que Estados Unidos promovió los juicios por corrupción contra los líderes populistas sudamericanos, como Lula o la familia Kirchner en Argentina, a través del lawfare y de golpes blandos. ¿Existe el lawfare? ¿Hay alguna responsabilidad de los Estados Unidos en los procesos judiciales?
—Es peligroso para el desarrollo de la democracia que vayan a la cárcel los ex presidentes derrotados en elecciones. También, que se les presenten muchos juicios. En las décadas de los 60 y 70 era muy común pasar del palacio de gobierno a la cárcel. Usted va y viene esencialmente, y eso es un mal desarrollo. Hay mucho que decir y perdonar a las personas que estuvieron en el poder, para darles cierto nivel de inmunidad para que después no sean procesadas. Sé que es polémico lo que digo, porque cada situación es diferente. Pero puede percibirse que, una vez que alguien pierde, se desatan mecanismos legales. Es algo que debe limitarse. Es un límite para la democracia.
“Trump y Bolsonaro son líderes con un ejercicio problemático del poder.”
—Estados Unidos presiona a los gobiernos latinoamericanos para que no utilicen el 5G de China, porque aquel país conocería todas las comunicaciones de nuestros ciudadanos. El argumento es que las empresas chinas son estatales mientras que las norteamericanas son privadas y no brindan sus datos al Estado. ¿Son realmente independientes las empresas privadas?
—Seguro son mucho más independientes que las chinas. Basta ver qué sucede entre Washington y Silicon Valley. Entre Washington y Amazon y Apple y Facebook. Es propio del sistema estadounidense que estas grandes empresas tengan sus propios intereses internacionales separados de los de Washington. A veces se superponen y a veces no. Las empresas chinas son esencialmente armas o brazos del Estado chino (N de R: la palabra inglesa “arms” puede ser traducida como armas o brazos). Siguen las directrices del Estado. Sus intereses estratégicos tienen que alinearse, algo que no sucede en los Estados Unidos. Sillicon Valley no tiene la obligación de cooperar con Washington. China está construyendo varios Silicon Valley, leales a la dirección estratégica del Estado. Es un desafío, porque China no es comunista, pero tampoco es puramente capitalista, sino que es un híbrido. Es un capitalismo dirigido por el Estado. En los últimos años los Estados Unidos pasaron de pensar que cuanto más se desarrolle China más avanzará hacia la libertad a creer que ese desarrollo es peligroso para los intereses de Washington. Ahora se demoniza a China. Aun si fuera una democracia total, China seguiría siendo un competidor de los Estados Unidos debido a su tamaño. Incluso, podría ser un competidor más fuerte, porque sería atractivo. La gente se sentiría más atraída por el modelo chino si fuera menos represivo, más democrático, más abierto; si estuviera más dentro del esquema de Deng Xiaoping que del de Xi Jinping. Que China se vuelva cada vez más represiva es casi como un beneficio para los Estados Unidos. Permite establecer una diferencia ideológica. Así como no deberíamos haber idealizado a China hace una década, no deberíamos demonizarla hoy. Hay demasiado en juego en el sistema mundial para que los Estados Unidos y China estén en una situación de guerra fría.
“Es peligroso para el desarrollo de la democracia que vayan a la cárcel los ex presidentes.”
—¿La salida de Inglaterra de Europa hace al Commonwealth nuevamente la mayor alianza transcontinental juntando a Estados Unidos, Canadá, Inglaterra, India y Australia, las viejas colonias el imperio británico?
—Naturalmente, el lenguaje común importa, especialmente en la inteligencia compartida. Los Estados Unidos comparten conocimiento con los canadienses, con los británicos, con los australianos e incluso con los neozelandeses. Influyen el lenguaje y la identidad anglosajona. Pero no lo veo en términos de traducirlo en una alianza comercial de estos países. Naciones que están lejos en el mapa global. Requiere de trabajo, habilidades de los políticos, del negociador. Es una tarea pendiente, porque la salida de Inglaterra de la Unión Europea no termina de concretarse. Es un fenómeno nuevo, que dependerá del nuevo presidente, ya sea Trump reelegido o Biden. Deberán ver qué pueden negociar con Gran Bretaña y mejorar o reparar las relaciones con Canadá y Australia para ver si es factible. Por el momento, la anglosfera, como me gusta llamarla, es un mecanismo de intercambio de conocimiento muy eficaz. Pero aún no existen mecanismos de comercio económico.
—¿El Brexit modifica la situación geopolítica del Atlántico sur y la posibilidad de que Argentina obtenga apoyo europeo en el reclamo por las islas Malvinas?
—Hace 38 veranos desde que tuvimos la Guerra de Malvinas. Eso es mucho tiempo. Dada la cercanía de Malvinas a Argentina y la gran distancia de Gran Bretaña, es natural que exista un movimiento. Hace 38 años era inevitable que Gran Bretaña ganara una guerra. Pero no creo que sea una situación permanente. Será un proceso inevitable. Pero el problema para Argentina es poner en orden sus cuentas, salir de la crisis de la deuda. Por encima de Estados Unidos está el sistema económico mundial. Se puede prestar dinero a Argentina, pero sin pensar que será una situación permanente. Porque quién sabe lo que va a pasar con la economía de Estados Unidos, por su misma situación económica. La propia deuda crece y es algo peligroso a largo plazo. Lo mismo sucede en Europa. Europa del norte va a gastar efectivamente 750 mil millones de dólares para subvencionar el sur de Europa, para permanecer en la Unión Europea y para que sigan comprando heladeras alemanas, refrigeradores alemanes y productos electrónicos dentro de la Eurozona. Así como el mundo entra en una situación mucho más problemática que involucra deuda, Argentina no debe dar por sentado que la comunidad internacional siempre le prestará dinero.
“El gran desafío de Argentina en el futuro es volver nuevamente al sistema financiero mundial.”
—¿Cómo evolucionará la globalización después del coronavirus?
—Esa es una pregunta muy profunda. A corto plazo, habrá un empeoramiento. La crisis generó un mayor antagonismo entre los EE.UU. y China, entre los EE.UU. e Irán. Basta con mirar la cara de la humanidad alrededor de la Tierra. Se usa una máscara esencialmente dondequiera que vaya en el mundo. Eso desparecerá, tarde o temprano, cuando haya habido una vacuna. El coronavirus demuestra que hay un destino común para la humanidad como nunca antes. Una necesidad creciente, a medida que la población aumente, a medida que pasemos de siete a nueve o diez u once mil millones de personas en la Tierra, a finales del siglo XXI. El mundo está más lleno y más interconectado. Más seres humanos viven en ciudades que son cada vez más iguales. Chicago, Hong Kong, Singapur, Dubai no se ven iguales, son estructuralmente cada vez más similares. Las distinciones arquitectónicas están cambiando lentamente. Todos estamos expuestos a este virus. Y también lo estaremos a otras pandemias porque cuanto más llena esté la Tierra, más aumentarán las enfermedades. Los patógenos afectan a toda la humanidad y las vacunas aparecen de a poco. Por eso, todos estamos en la misma humanidad.
—¿Cambiará el balance de poder futuro entre China y Estados Unidos?
—Ya cambió. Y favoreció a China. Hizo daño a los Estados Unidos. El sistema autoritario y el nivel de organización de China permitieron contener el virus y tomar medidas draconianas, que el sistema estadounidense no pudo asumir debido a nuestra división en cincuenta estados semisoberanos, cada uno de los cuales tuvo una política diferente frente al coronavirus. A eso se suma la falta de organización dentro de la Casa Blanca de Donald Trump. China está comparativamente más fuerte a la salida del coronavirus. ¿Puede haber un resurgimiento del dinamismo organizacional estadounidense de la Casa Blanca en el próximo año o el siguiente? Es posible. Las elecciones presidenciales en los Estados Unidos importan mucho. Puede haber un cambio dramático de personalidades en el Salón Oval.
—¿Se repite nuevamente un mundo G2, donde ahora Estados Unidos se enfrenta con China en lugar de con la ex Unión Soviética?
—El problema con la antigua Unión Soviética, especialmente Rusia, es que Rusia no tiene mucha economía además del petróleo y del gas natural. No produce el nivel, la cantidad y la calidad de los bienes de consumo que produce China. Se discute la cuestión del 5G de China. Pero el hecho es que Huawei es una gran compañía que desarrolla grandes productos de consumo. El 5G de China está realmente desarrollado. No creo que se replique el G2 asimismo con los EE.UU. y Rusia por los desniveles económicos. Rusia es un poder militar y energético. Pero no es un poder económico impulsado por el consumidor.
—La historia demuestra que en el pasado, en 16 de los 20 ejemplos, cada vez que surgió una potencia emergente terminó en guerra con la que era dominante previamente. ¿La crisis del coronavirus aumenta las posibilidades de que la guerra comercial entre Estados Unidos y China escale a una guerra real?
—Aumenta las posibilidades. Pero aún son relativamente pequeñas porque los EE.UU. y China son muy conscientes de ello. Son conscientes de la manera en que el ascenso de una potencia creciente puede desestabilizar el sistema político del mundo de una manera desconocida. E incluso una guerra corta y aguda entre los Estados Unidos y China en el Mar del Sur de China alteraría drásticamente los mercados internacionales. Hemos tenido guerras en Irak y Libia, en Siria, que produjeron relativamente poco o ningún efecto en los mercados financieros. Pero si tuvieras un conflicto militar en los mares del Sur o del Este de China con el número uno y el dos del mundo, en términos del Mar de China Oriental, y a la economía número tres del mundo, Japón, tendrías dramáticas conmociones financieras. Beijing y Washington lo saben. Ambos buscarán evitarlo. Ninguno de los dos está interesado en una guerra verdadera con disparos.
“El coronavirus demuestra que se necesita un destino común para la humanidad.”
—A fines de los 80 el comunismo colapsó económicamente. ¿En el siglo XXI, ya con capitalismo, un Partido Comunista, en este caso el de China, podrá vencer a los Estados Unidos?
—No es tan relevante que China sea comunista. Es más significativo su autoritarismo leninista tradicional. No tiene el control sobre la economía como la Unión Soviética. La verdadera pregunta sería si puede un Estado autoritario con un sistema de tendencia capitalista derrotar a una democracia con un sistema totalmente capitalista. Mi respuesta es que es posible. Winston Churchill dijo de la democracia que es el peor sistema, excepto todos los demás. Esto también será probado en el siglo XXI. En última instancia, los seres humanos desean un orden predecible y un nivel mínimo de prosperidad. Si un sistema semiautoritario o autoritario con una economía de tendencia capitalista puede entregar eso más que un sistema democrático caótico, puede llegar a la cima. Por tanto, los Estados democráticos en Occidente no deberían ser arrogantes. No se debería dar por sentada la superioridad del sistema.
—En el siglo XX, la batalla fue por el sistema económico. En el siglo XXI la batalla es política.
—Son las dos cosas. El siglo XX fue realmente una lucha entre ideologías utópicas, fascismo, nazismo, comunismo. Esos utopismos desaparecieron. El Partido Comunista de China existe solo nominalmente. Ya no es comunista. Y Corea del Norte es un Estado muy pequeño y una aberración. El siglo XX fue una batalla de ideologías en ese sentido. El siglo XXI será más complejo. Será una batalla entre sistemas económicos y políticos en la que se produce una gran lucha por el poder en un contexto global de cambio climático, de enfermedades pandémicas, que producen ciertos niveles de anarquía en un escenario de tecnología de consumo. Es un entorno mucho más complicado. La Guerra Fría era más fácil de entender que la realidad actual.
“Rusia es un poder militar y energético. Pero no es un poder económico impulsado por los consumidores.”
—Tras una decisión tomada por el Consejo de Seguridad Nacional, en el Reino Unido se prohibió la tecnología de Huawei en su red 5G. ¿El 5G podría transformarse en un arma como en el siglo XX era tener o no bombas atómicas?
—No conocemos los límites del poder cibernético. Todavía no tuvimos un cíber Hiroshima, un cíber Pearl Harbor. Los ataques cibernéticos que experimentaron muchas empresas, municipios e individuos tuvieron un alcance relativamente pequeño. No sabemos los efectos de un ciberataque estratégico. Si consiguiera derribar los mercados mundiales por 72 o 96 horas, ¿qué pasaría en el momento de reabrir? ¿Se puede derribar redes eléctricas enteras? El poder en la era ciberdigital es tan infinito como el de las armas nucleares, aunque no sea tan violento.
“La anglosfera en la actualidad es un conjunto más cultural que económico.”
—Los argentinos suelen creer que tienen un territorio tan grande, el octavo del mundo, con todos los recursos naturales, que la geografía modificará hasta transformarlo en un gran poder. A principios del siglo pasado, Argentina competía con los Estados Unidos. ¿Es el ejemplo de Argentina una demostración de que la geografía tiene una importancia relativa? ¿No es lo mismo contar con recursos naturales en el hemisferio sur que en el hemisferio norte?
—Argentina demuestra que la geografía puede proporcionar oportunidades, pero en última instancia depende de los seres humanos utilizarlas inteligentemente. Se puede tener riqueza, pero no importa tanto si no se administra bien. A principios del siglo XXI todavía tiene grandes posibilidades geográficas. Pero tiene que gobernarse mejor que en el siglo XX. El anterior fue un siglo trágico en términos políticos para Argentina.