Marcelo Figueiras: "Pudo haber falta de timing, pero no hubo una cuestión ideológica en el retraso con algunas vacunas"
—Un informe de Cilfa, la cámara que agrupa a la industria farmacéutica argentina desde el año 2018, indica que: “A diferencia del resto de los países de la región, más de la mitad del mercado de medicamentos está abastecido por empresas de capital nacional”. La semana pasada, el ministro Ginés González, en este mismo espacio de reportajes incluso avanzó más, dijo: “Nuestro compromiso es garantizar el acceso de medicamentos de calidad seguros y eficaces a precios accesibles a casi dos tercios del mercado de medicamentos”. ¿Por qué se pudo dar eso en la Argentina y no en países con mercados más grandes como México o como Brasil?
—Hace mucho, la industria farmacéutica argentina comenzó a trabajar y se unió a través de una cámara muy fuerte que se formó hace muchísimos años y luchó por los intereses de la accesibilidad de los pacientes a los tratamientos, de la fabricación local, de la exportación, y se internacionalizó. A los pioneros de esta industria los ves desde Canadá hasta Tierra del Fuego. Influyen incluso en México, Brasil. Lograron regionalizarse. Es lo que intentamos hacer los que venimos después. Es el único camino para hacer crecer a Argentina. El ejemplo de la industria farmacéutica nacional es incrementar la producción de materias primas, que no se logra por la escala. Hoy hasta la aspirina se produce en India. A veces nos es mucho más barato comprar la materia prima, hacer todos los procesos de desarrollo del producto aquí que crear la entidad química nueva o un proceso nuevo.
—Argentina tuvo premios Nobel de Química, de Física, en la primera mitad del siglo pasado. Los laboratorios son herederos de un país que había desarrollado la ciencia cuando era la séptima u octava economía del planeta en la primera mitad del siglo pasado y hoy cosecha lo que sembraron nuestros abuelos a principios del siglo pasado. Otra hipótesis es que el poder de lobby de los laboratorios es espectacular y que se mostró, por ejemplo, en la lucha con las patentes en los años 90. ¿Cómo describirías al mercado de los laboratorios?
—Hay mucho más de la herencia de todos estos premios Nobel. Los monoclonales fueron inventados por César Milstein. Hay una tradición académica. El poder de lobby es una suerte una leyenda urbana. En Argentina tenemos una muy buena ley de patentes, que difiere de la de otros países donde se patenta todo y después se discute y después se litiga. Nosotros podemos patentar productos que son verdaderas innovaciones, que tienen inventiva, capacidad de aplicación industrial. Se luchó para llegar a una verdadera buena ley de patentes que es básica para el desarrollo.
—Hay versiones sobre un lobby en contra de Pfizer a favor de Hugo Sigman y una decisión ideológica del gobierno argentino de no querer el ingreso de vacunas norteamericanas.
—Es ruido, ansiedad y angustia. Se mezcla todo eso en la desesperanza. De ninguna manera puedo pensar que alguien o el Gobierno no quiso esta vacuna y quiso la otra. Casi te puedo asegurar que quisieron que vengan todas las vacunas posibles. No digo que no se hayan cometido errores o que hubo una falta de timing que hizo que en función de la falta de producción se retrasaran unas y otras no. Pero de ninguna manera creo que pueda haber un componente ideológico en la venida de vacunas.
—¿México fue cooptado por sus vecinos de Estados Unidos? ¿Nos benefició estar más lejos?
—México tiene productos patentados que no fueron innovaciones.
—Que un laboratorio patente un producto que no es una innovación cierra el mercado de ese producto.
—Estoy de acuerdo con la protección de patentes para una verdadera innovación. El que inventa gasta su tiempo y su dinero para tener un producto nuevo. Cuando termina ese período, para seguir incentivando la investigación tiene que terminar con ese monopolio. Si no se transforma en un monopolio malo.
—¿Qué cosas están patentadas en México que en Argentina no?
—Se puede patentar un segundo uso. Se inventa un producto que servía para el dolor de cabeza. Terminan los veinte años de patente y luego descubro que sirve para otra cosa. En realidad, lo sabía de antes. En la Argentina hubo productos con protección de patentes de más de ochenta años Si no era una cosa, era la otra. Los jueces, cuando no se habían reglamentado bien estas directrices de patentamiento, daban cautelares por el color de la píldora del producto. Recuerdo que estaba en un juzgado por un producto de VIH y apareció Ginés González, en la gestión Kirchner, defendiendo ese producto que era viejísimo, pero que todavía había una protección de patente del color o de la forma de la píldora y no dejaban dárselo a pacientes que tenía VIH. Hablamos de vidas, y de gastos que ya no se pueden afrontar. Hay un caso muy puntual y concreto, un producto para la hepatitis C que hemos lanzado, que pasó de costar 120 mil dólares a 4 mil y con eso se pudieron salvar los primeros 3 mil pacientes. La hepatitis C era mortal y ahora se cura. Lo hicimos con desarrollo propio y respetando la patente. Pero esta lucha se da en Europa también. El evergreen, no dejar el monopolio constante. Había un monopolio bueno, que protege la investigación, y un monopolio malo que es el que se extiende. Para eso está la industria del genérico. Cuando vence la patente, sacar el producto para que el investigador siga investigando. Hoy esa línea está difusa porque el que era innovador hace genéricos. Los que hacíamos genéricos ahora también hacemos innovación. Nosotros estamos haciendo investigación básica con productos para tuberculosis con el Conicet.
Producción: Pablo Helman, y Debora Waizbrot.