Trump y su fantasía sobre Gaza
El presidente de EE.UU “sigue creyendo que la geopolítica funciona como una venta de torres en Manhattan” dice la autora y advierte sobre el peligro de creer que en Medio Oriente todo se compra con dinero y se resuelve con voluntarismo o por la fuerza.
Las recientes declaraciones de Donald Trump sobre un supuesto takeover de Estados Unidos sobre Gaza son un delirio geopolítico. Plantea hacerlo sin los palestinos, como si el país del Norte tuviera la potestad de reorganizar el enclave a su antojo, como un simple proyecto inmobiliario. Pero la realidad es otra: los Estados árabes hacia los que imagina enviar a los palestinos han rechazado de plano la posibilidad, al igual que la Unión Europea y otros aliados.
Lo más preocupante es el contexto. El cese del fuego es precario, las tensiones siguen escalando y familias israelíes aún esperan el regreso de 79 seres queridos secuestrados por Hamas. En este escenario, lanzar semejante propuesta resulta imprudente e irresponsable. Cuesta creer que esto pase de una simple bravuconada retórica, pero es una muestra más del tono que está dispuesto a adoptar el actual presidente de Estados Unidos desde su regreso a la Casa Blanca: palabras y acciones orientadas a hacer temblar el tablero internacional.
Y no es la primera vez. Trump sigue creyendo que la geopolítica funciona como una venta de torres en Manhattan. Apriete, toma y daca. Esta postura es coherente con su idea de comprar Groenlandia, las repentinas presiones a sus aliados del tratado de Libre Comercio NAFTA y, a la vez, principales socios comerciales, México y Canadá, con la suba de aranceles a sus productos, ahora diferida por un mes, o su reciente insistencia en revisar el control del Canal de Panamá, un tema cerrado hace casi medio siglo con el Tratado Internacional Carter-Torrijos de 1977. Es que cuando uno cree que ya vio todo, Trump siempre encuentra la manera de subir la apuesta.
Pero debemos tener en cuenta que con Medio Oriente Trump está jugando un juego peligroso. No parece comprender que en esa región no todo se compra con dinero, ni se resuelve con voluntarismo o con el uso de la fuerza. Hay profundos factores históricos, religiosos y culturales que permanecen subyacentes, más allá de los avatares de corto plazo, y que afloran constantemente en disruptivas y trágicas situaciones.
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Por eso, esos factores no pueden ser ignorados ni tomados a la ligera. Comprender la dinámica de la región siempre ha sido difícil para los líderes occidentales y sus asesores más entusiastas, pero más aún para quienes se sienten en la cima del mundo.
Habrá quienes celebren las declaraciones presidenciales. Nunca faltan los aplaudidores pro ideología o intereses propios. Pero mientras algunos juegan como en un reality show a ser dueños de esa gran corporación llamada mundo, otros actores están sacando cuentas y moviendo sus fichas.
Porque si bien Hamas ha hecho más daño a los propios palestinos que a Israel, la brutalidad con la que Trump aborda los conflictos geopolíticos puede terminar siendo definitivamente contraproducente. Los riesgos son muchos. Puede fortalecer el apoyo internacional a los palestinos —con los terroristas de Hamas en el combo— y también, por elevación, puede reforzar la posición de los rivales estratégicos de los Estados Unidos, como China, Irán y Rusia. Si la historia nos ha enseñado algo, es que por cosas por el estilo comienzan las grandes guerras.
En su primer mandato, la salida unilateral del acuerdo nuclear con Irán, imperfecto pero así y todo una contención real a las ambiciones nucleares no pacíficas de la República Islámica, dejó vía libre para que dicho régimen avanzara sin prisa y sin pausa en su programa para lograr su primera bomba. Hoy Irán está a pocos días de tenerla, si así lo decide.
Tampoco su acercamiento a Corea del Norte logró frenar el rol de la dictadura atroz de Pyongyang como traficante internacional de todo lo que puede ser traficado, ni la consolidación de su programa de armas nucleares, limitándose a reuniones protocolares sin consecuencias concretas.
Y hay más, como el retiro- luego de acusaciones mutuas con Rusia- del tratado bilateral llamado Intermediate Range Nuclear Forces (INF), que en su momento eliminó un importante número de misiles de rango intermedio, capaces de portar cabezas nucleares.
Ahora, ¿qué podemos esperar de este nuevo delirio, por ahora dialéctico? Quizás no pase a mayores y quede en el nivel de provocación verbal, pero incluso las palabras tienen consecuencias: debilitan la credibilidad de Estados Unidos y siembran incertidumbre entre sus aliados.
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En este contexto, y en términos locales, es clara la poca conveniencia para nuestro país de avanzar en una política de alineación automática, en vez de actuar en todo momento bajo la brújula de los verdaderos intereses nacionales. Siempre hemos dicho que lo más importante para los gobernantes de cualquier signo es tener claridad sobre dichos intereses y, del mismo modo, tener registro del impacto de las decisiones de gobierno, que podrían terminar favoreciéndolos o traicionándolos. En un ámbito complejo como es el de la política argentina, en gran medida no sucede.
La decisión de retirar a Argentina de la Organización Mundial de la Salud, en una mímica casi perfecta de lo hecho por Trump, sin tener en cuenta las realidades en extremo diferentes de ambos países, puede ser una alerta en este sentido. Las consecuencias, más allá del escándalo del momento, emergerán en el mediano y largo plazo y, como siempre, afectarán a toda la población y en particular al sector más vulnerable.
Volviendo al caso de las fantasías geopolíticas de la nueva administración de Estados Unidos, la gran pregunta es: ¿con cuatro años por delante cómo reaccionarán las instituciones de ese país, a las que muchas veces hemos tomado como ejemplo, para contener estos arrebatos?
Es muy evidente que este Trump 2.0 se ha propuesto hacer temblar el mundo. Pero con la historia como espejo, la pregunta adecuada no es si lo logrará, sino cuán alto será el costo y quiénes lo pagarán.
*Presidente de Iniciativa Republicana
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