¿Superar la grieta? No, gracias

Quiénes desean que se terminen las diferencias políticas.

Marcha en Plaza de mayo Dia de la Militancia. Foto: PABLO CUARTEROLO-MARCELO SILVESTRO.

Escuchamos repetidamente, sea en el debate por el presupuesto o en otras ocasiones, la idea de que estaría bien y sería útil dejar la “grieta” entre el kirchnerismo y la oposición de lado, incluso con la creación de una suerte de Pacto de la Moncloa. Hay dos componentes éticos en este argumento: el deontológico (por lo “bueno”) y el consecuencialista (por lo “útil”). Ambos pueden tener relación entre sí pero son analíticamente distintos, por lo que es correcto analizarlos separadamente.

La idea de que al país le sería útil terminar con la grieta depende en realidad de lo que eso quiera decir. Si terminar con la grieta significa establecer un “gobierno de técnicos” desideologizados, el intento probablemente se vea frustrado: los técnicos tienen que tomar decisiones difíciles ineludiblemente apoyadas en juicios morales y por lo tanto van a resultar más o menos liberales, progresistas o conservadores según cómo se los mire. Encomendar a técnicos la tarea de un ajuste en el gasto público, por ejemplo, implica previamente aceptar la idea misma del ajuste.

Si, por otro lado, terminar con la grieta supone la implementación de políticas de distinto tipo ideológico, entonces los resultados difícilmente sean satisfactorios porque siempre van a dejar disconformes, además de que seguramente sean inestables. Por ejemplo: si el “motor del desarrollo” nacional, para una de las posiciones, es el aumento y la creación de impuestos, es difícil imaginar un acuerdo que pueda funcionar en la práctica y contentar a todos mientras la otra mitad busca bajarlos o eliminarlos. Si, más fundamentalmente, un lado de la grieta no cree en la inviolabilidad de la propiedad privada y el otro sí, el rompecabezas parece insoluble.

La idea de que al país le sería útil terminar con la grieta depende en realidad de lo que eso quiera decir

Estos problemas consecuencialistas, al final, nos conducen al terreno deontológico. Y es que, en realidad, la “grieta” no se refiere tanto a los resultados que se busca conseguir con las políticas públicas sino que tiene que ver con principios ideológicos que están detrás de cada postura. Volvamos al ejemplo anterior: si uno no cree que aumentar la carga impositiva es bueno para el país, de todas maneras puede apoyar la creación de impuestos por ideales de “justicia social”, aunque sean debatibles. En el caso de la propiedad privada, está claro que más allá del argumento consecuencialista puede también pensarse en si está bien o no en sí mismo poder ser dueño de algo.

Agustín Salvia: "La grieta política se apoya en la pobreza"

Y aquí está el núcleo de esta breve reflexión: la grieta en Argentina es ideológica y es extraordinamente ancha. No se discute solamente sobre medios para llegar un mismo fin, como puede ocurrir en otros países, sino también sobre esos mismos fines; y lo grave es que uno de los dos lados de la grieta se muestra persistemente dispuesto a avanzar sobre el otro para conseguir los suyos.

En efecto, el kirchnerismo ha insistido una y otra vez en que las empresas, los medios de comunicación, el poder judicial y todo tipo de actores relevantes en la sociedad deben en mayor o menor medida someterse a sus designios para llevar a cabo el proyecto de país que se propone. Impuestos, expropiaciones, órdenes, prohibiciones, autorizaciones, remociones o creaciones de cargos con el fin de someter: prácticamente todas las decisiones y políticas públicas del kirchnerismo invariablemente llevan, desde el Estado, a la destrucción del otro lado de la grieta.

Es verdad que en el otro lado se ve indecisión o, como mucho, un mix de buenas y malas ideas de peligrosa similitud a las que tanto se critican. Sin embargo, en líneas generales la grieta no separa a dos ovejas que no saben hacia dónde ir sino más bien a una oveja de un lobo: buscar la superación de la grieta sin más conduce a que el kirchnerismo, en el mejor de los casos, solo se quede a mitad de camino en destruir lo que tiene enfrente pero sin detener esa destrucción. Por este motivo no hay que caer en la “neutralidad” o en la idea de una “Corea del Centro” superadora: esta analogía en particular es increíble, porque quienes la usan anteponen una democracia rica a una dictadura pobre y aún así son incapaces de distinguir no solo lo útil de lo inútil sino lo que está bien de lo que está mal. Definirse como “coreacentrista” debería ser inadmisible: que no lo sea muestra hasta qué punto lo que queda del país se encuentra en peligro.

No se puede hacer un “promedio” de principios, decía con razón Ayn Rand. Y en ese sentido la grieta, en Argentina, ayuda a diferenciar claramente quién está dispuesto a llevarse por delante al otro de quien no lo está. Por eso, aunque suene contraintuitivo y triste, lo mejor que puede pasarle al país es que esta diferencia continúe siendo clara: de otra manera, se habrá llegado a algún tipo de acuerdo que nos quite lo poco que nos han dejado.

*Magíster en Ciencias Sociales, Universidad de Chicago.