MUERTE DE BEATRIZ SARLO

Sarlo, pasando revista(s)

Con la muerte de Beatriz Sarlo, la época en que existían cuadriláteros de boxeo, o campos de batalla, hechos de papel y tinta, que se llamaban revistas, comienza a desvanecerse.

Beatriz Sarlo fue, entre otras muchas cosas, una gran impulsora de revistas de cultura crítica decisivas para la sociedad argentina. Foto: Cedoc Perfil

Con Beatriz Sarlo se empieza a ir toda una época. Como ella era lectora de Borges, aclaramos que nadie debe rebajar a lágrima o reproche –aunque sí se la puede elevar a crítica- esta declaración que acabamos de hacer: es la mera constatación de un cambio histórico (que también es social, cultural, político, etcétera). Hablamos de una época en que existían unos cuadriláteros de boxeo, o unos campos de batalla, hechos de papel y tinta, que se llamaban revistas. Eran muchas, y Beatriz, que había bebido en la fuente de Contorno, fue motor incansable de dos de las más importantes, junto a los/las colegas que supo reunir.

Esas revistas tenían diferentes posiciones ante la cultura, la literatura, la historia o la política, y polemizaban entre ellas. Beatriz nunca dejó de hacerlo, y por cierto era una polemista temible, aunque no siempre tuviera razón, como nos pasa a todos/as. Algunos de los que escribimos aquí lo sabemos bien, porque también hacíamos revistas de papel (todavía las hacemos, entre los pocos) y alguna vez nos tocó polemizar con ella. En todo caso, era de las que sabía que casi desde la fundación de nuestro país, esos caminos kilométricos de papel y tinta de aparición periódica o esporádica habían conformado la cultura nacional tanto como las novelas, los grandes poemarios, los libros de historia o de filosofía.

Crítica sobre todo, ensayista, polémica, formadora: Beatriz Sarlo, la intelectual argentina del siglo XX

La tradición narrativa, poética y ensayística de las revistas gráficas argentinas es de las más impresionantes del mundo. Hoy no hay muchos/as que lo sepan o lo recuerden, y por eso con Beatriz se está yendo una época (por suerte existe en internet ese sitio llamado Ahira). Por supuesto, Beatriz no fue solo una hacedora de revistas. Fue también una importante ensayista (no me atrevo a decir la más importante, como se ha dicho, en una generación que también tuvo a Josefina Ludmer o a Silvia Molloy), que a veces supo captar con olfato fino los aromas, o los hedores, de ciertas culturas subterráneas. Y fue, quizá sobre todo, una maestra de lecturas, en plural. Una de esas “profes” que cualquiera que haya pasado por Puán y se haya asomado a sus clases magistrales certificará que era para quedarse pegado a la silla. También una periodista aguda, si bien más errática e incluso (auto)contradictoria. Pero, en fin, buenas ensayistas, docentes y periodistas siguen existiendo.

Grandes impulsoras de revistas de cultura crítica decisivas para la sociedad argentina, muy pocas o pocos. Me parecía, pues, que esta ocasión triste valía como argumento para homenajear a aquella tradición de la que fue una portadora de primera línea. Claro que no siempre estuvimos de acuerdo. Pocas veces, a decir verdad: aunque compartíamos algunos amores teóricos, literarios o cinéfilos, teníamos posiciones políticas diferentes. Pero, no habiendo sido amigos cercanos, me consta el mutuo respeto e interés por nuestro trabajo. Y me consta, en especial, esa pasión por los campos de batalla de tinta y papel.