Ecuador

Resaca electoral

Ecuador. Es un territorio asediado por el narcotráfico y corrupción. Foto: NA

El lunes 10 de febrero, Ecuador despertó con la misma resaca electoral de siempre: incredulidad, temor y una pizca de esa ironía cruel que la política ecuatoriana sabe ofrecer. Contra todo pronóstico, los resultados del 9 de febrero no dieron un claro vencedor en primera vuelta. Las encuestas, siempre tan erráticas como optimistas, daban a Daniel Noboa como favorito. Sin embargo, la realidad decidió burlarse de los números y dejó un escenario de virtual empate: Luisa González con el 43,98% y Daniel Noboa con el 44,16%. Ahora el país se encuentra en una encrucijada de la que nadie parece salir ileso.

Por un lado, está el correísmo, una sombra que durante una década gobernó con mano de hierro y que, ocho años después de haber sido derrotado, amenaza con regresar. Rafael Correa, aunque autoexiliado y con cuentas pendientes con la Justicia ecuatoriana, sigue moviendo los hilos de su movimiento con la maestría de quien nunca se resignó a ser un espectador. Su candidata, Luisa González, representa el regreso de la retórica del socialismo del siglo XXI, la añoranza de un pasado autoritario maquillado como estabilidad. Si el país decide elegirla, será un claro mensaje de que la memoria es un lujo que pocos pueden permitirse.

En la otra esquina del ring está Daniel Noboa, el joven presidente quien en su corto mandato ha demostrado que lo suyo es la improvisación con tintes de caudillismo moderno. Su discurso de renovación choca con su evidente inclinación por la mano dura y un desprecio nada sutil por las instituciones democráticas. El país lo eligió hace un año para llenar un vacío de liderazgo, pero su gestión ha estado marcada por decisiones unilaterales y una falta de dirección que deja más dudas que certezas.

Lo más preocupante no es solo la disyuntiva entre dos modelos políticos de liderazgo vertical, sino el contexto en el que estas elecciones se desarrollan. Ecuador ya no es solo un país atrapado en la corrupción y la ineptitud gubernamental, es un territorio asediado por el narcotráfico, donde el miedo se ha convertido en política de Estado y la violencia en el nuevo lenguaje del poder. La narcopolítica no es una amenaza lejana, sino una realidad tangible que ha logrado permear la Justicia, el Poder Legislativo y cada resquicio del aparato institucional. Gobernar Ecuador ya no es un juego de estrategias electorales; es un pulso contra la criminalidad organizada.

Así que la elección no es solo entre correísmo o noboísmo, entre autoritarismos viejos y nuevos. Es, en el fondo, una decisión entre dos opciones que no garantizan nada más allá de la incertidumbre. Quizás la única certeza en este laberinto electoral es que Ecuador sigue atrapado en un ciclo del que no logra escapar. Entre promesas recicladas y líderes que encarnan más el poder que la solución. De un lado, la nostalgia por un pasado que dejó cicatrices profundas; del otro, un presente que se construye sin planos ni brújula. La gran pregunta es: ¿sobrevivirá Ecuador a cualquiera de estas dos rutas? Y más importante aún, ¿queda alguna opción que no sea elegir entre el miedo y la desesperanza? ¿Habrá un futuro distinto o solo nos queda elegir el menor de dos males?

*Docente en la Universidad Casa Grande (Ecuador)
Miembro de la Red de Politólogas - #NoSinMujeres