Redescubrir la curiosidad en la aventura de aprender
Contra la homogeneidad cultural dominante, la educación es un reto a internarse en lo desconocido. Crecer intelectual y emocionalmente requiere esfuerzo, animarse a encontrar la luz en zonas oscuras.
La educación plantea una paradoja singular: el mayor regalo que puede ofrecerse a un individuo es la oportunidad de explorar lo desconocido. Umberto Eco, gran filósofo, nos ha dejado en ese sentido una reflexión inmejorable: “el valor de lo desconocido es un reto a la imaginación, una invitación a expandir los límites de nuestro propio entendimiento”. Ciertamente, no hay nada más emocionante que intentar descifrar el menú del día en un restaurante exótico.
Este proceso, intrínseco al aprendizaje, se ve cada vez más amenazado por la ostensible homogeneidad que puede observarse en la cultura y el arte masivos. En su afán por maximizar el consumo, parecen decididos a obliterar las experiencias que desafían la curiosidad. Esta verdadera fábrica, en su empeño por satisfacer al público promedio, solo despacha productos familiares y fácilmente digeribles: el viaje del héroe que enfrenta desafíos y regresa transformado, los buenos o malos sin matices, el beso bajo la lluvia, el villano que se redime, el epílogo de felicidad, etc. Se empobrece la oferta y desincentiva el esfuerzo que requiere crecer intelectual y emocionalmente.
En un contexto donde se privilegia lo recreativo sobre el aprendizaje profundo, la valentía de enfrentar lo desconocido se convierte en una práctica extraña. La experiencia de leer un libro – ejemplo de rigor - se presenta como una actividad laboriosa que exige tiempo, dedicación y, sobre todo, una disposición para sumergirse en el universo de lo desconocido. En contraste, la cultura del “consumo inmediato” que caracteriza nuestra era ofrece alternativas que no requieren esfuerzo, como ver videos de gatos haciendo cosas absurdas, y refuerza un ciclo vicioso de desinterés y pasividad.
Este fenómeno no es anecdótico; como advirtiera Nicholas Penny, ex-director de la National Gallery de Londres, “asistimos a un peligroso ocaso de la curiosidad, a la anestesia de ese rasgo esencialmente humano que nos ha permitido crear el mundo”.
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Dicho de otra manera, el mundo se vuelve un poco más aburrido cada vez que alguien decide no preguntarse por qué hay un cuadro de un perro con un sombrero.
El desafío que enfrentamos, entonces, es doble: por un lado, rescatar el valor de la curiosidad y el descubrimiento en el ámbito educativo. Por otro, necesitamos reactivar nuestras capacidades para tomar una posición crítica sobre los contenidos basados en ideas ciento por ciento reconocibles y de fácil consumición.
La educación, en su forma más pura, es un espacio donde se fomenta la indagación y la exploración, donde se invita a los individuos a confrontar sus propios límites y a cultivar su singularidad. Cada uno de nosotros es una obra maestra en proceso de ser pintada. Al fin y al cabo, ¿quién no aspira a ser un intrépido explorador en lugar de un mero espectador?
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