150 años

Ravel: el mundo, el genio y la época

Su pieza más famosa es un único tema repetido durante 15 minutos, mientras se van incorporando nuevos instrumentos. Para Stravinsky era “el relojero suizo de la música” y para sus biógrafos un solitario, neurótico y enfermizo, como todo revolucionario, difícil de etiquetar.

Maurice Ravel. Foto: wikipedia

En su novela que lleva por título el apellido del famoso compositor francés que, el 7 de marzo pasado, cumplió 150 años de su fecha de nacimiento, Jean Echenoz describe así Boléro, la más popular de las obras de Maurice Ravel (1875-1937): “Sabe perfectamente lo que quiere hacer, ni desarrollo ni modulación, tan solo ritmo y transposición. En última instancia, es algo que se destruye, una partitura sin música, una fábrica orquestal sin objeto, un suicidio cuya única arma es la ampliación del sonido. Frase repetida una y otra vez, cosa sin esperanza y de la que nada cabe esperar, he ahí, al menos, dice, una pieza que las orquestas del domingo no tendrían la osadía de incluir en sus programas” (“Ravel”, p. 45). 

Algo resulta innegable: la única melodía de Boléro es inevitablemente pegadiza. Con seguridad por la acertada combinación del atractivo de la misma pero también por el hecho de que a lo largo de los 15 minutos que dura la obra, su único tema se repite en forma permanente aunque con la incorporación sucesiva de los instrumentos hasta llegar a un clímax casi estruendoso protagonizado por el conjunto orquestal a pleno. 

El argentino Jorge Donn interpreta Boléro (Ravel) en Los unos y los otros (Claude Lelouche).

Reforzando el efecto buscado por el músico, también es cierto que Ravel -un gran conocedor de los recursos sonoros y un maestro de la orquestación- les impuso a los intérpretes una partitura en la que poco margen queda para innovaciones. En todo caso -aunque esto desde ya no es poca cosa- a instrumentistas y directores les queda reproducir de modo exacto el mecanismo de este curioso artefacto musical tal como fue concebido por el compositor. No por nada y aludiendo a la presencia suiza en su sangre, Igor Stravisnky -otro grande del siglo XX- lo llamó “el relojero suizo de la música”.

Alex Ross: 'durante gran parte del siglo XIX la música había sido teatro de la mente; ahora los compositores habrían de crear una música del cuerpo. Las melodías habrían de seguir los modelos del habla' "

Pero aún con toda su singularidad y su enorme proyección popular-la película Los unos y los otros de su compatriota Claude Lelouche estrenada en 1981 contribuirá decididamente a su fama en las últimas décadas del siglo XX- Boléro comparte con casi todas las obras del compositor francés algunos rasgos que permiten postularlas como singulares, tal como lo es la propia trayectoria creativa del compositor. 

En efecto y tal como lo afirma Alex Ross, “…durante gran parte del siglo XIX la música había sido teatro de la mente; ahora los compositores habrían de crear una música del cuerpo. Las melodías habrían de seguir los modelos del habla; los ritmos habrían de corresponderse con la energía de la danza; las formas musicales habrían de ser más concisas y claras; y las sonoridades habrían de tener la crudeza de la vida tal como se vive realmente” (El ruido eterno. Escuchar al siglo XX a través de su música, p. 106). 

Pero aun atendiendo las generales de su tiempo, Ravel logró siempre descalzarse de todos y cada uno de los “ismos” que en el tránsito entre el siglo XIX y el XX, buscaron protagonizar la ruptura con el peso de una larga y consolidada tradición en el mundo de la creación artística. 

Por el otro, por el modo en que varias de sus obras reflejan la huella marcada por los grandes acontecimientos del tiempo que le tocó vivir. 

Así, por ejemplo, Le tombeau de Couperin (compuesta en 1917 y estrenada en 1919), es una suite en la que cada uno de sus números está dedicado a un amigo muerto en la Gran Guerra. O La Valse, obra que ha sido analizada como metáfora del ritmo alocado y frenético que comenzaba a inundar los años veinte y que al tiempo de dar cuenta de una “bella época” comenzaba a preanunciar la que se avecinaba, no precisamente tan bella. 

Bolero en Nueva York

Pero, finalmente -y este es otro de los grandes aciertos de la ficción biográfica construida por Echenoz-, por los abundantes rasgos de la personalidad del compositor que drenan sobre muchas de sus partituras. 

En efecto, una personalidad solitaria, con escasos vínculos sociales, a quien no se lo conocieron parejas y en la que predominaron marcados rasgos obsesivo-compulsivos, tan presentes en obras como el ya mencionado Boléro. Sin lugar a dudas, contribuyeron de modo decidido a consolidar estas lecturas de sus creaciones, los años finales de su vida (a los que se dedica Echenoz), sacudidos por progresivos deterioros e impedimentos cognitivos.

Muchos se los atribuyen a los efectos de un accidente automovilístico sufrido por el compositor; otros, afirmando que eran preexistentes, sostienen que habrían obedecido a una enfermedad neurológica que nunca se le llegó a diagnosticar, pese a una osada operación de cráneo que lo llevaría a la muerte pocos días después. 

El Bolero de Ravel es de Ravel

Recrea así Echenoz el mal de los últimos tiempos de Ravel pero también su condición enfermiza y neurótica de buena parte de su vida: “En cualquier caso siempre ha sido frágil. De una peritonitis a una tuberculosis y de una gripe española a una bronquitis crónica, su cuerpo cansado nunca ha sido fuerte por más que vaya siempre recto como una escoba embutido en sus trajes perfectamente ajustados. Y tampoco su mente, sumida en la tristeza y el tedio aunque no lo deje traslucir, sin poder nunca evadirse sumergiéndose en un sueño vedado. Pero lo de ahora es distinto, no encuentra nunca su peine posado ante él en el tocador, no sabe ya hacerse el nudo de la corbata ni logra ponerse los gemelos sin ayuda” (p. 65). 

Sea por su particular modo de ver el mundo, por los rasgos de su personalidad o por cómo ambos aspectos se entrecruzaron para signar su biografía creativa, lo cierto es que Ravel nunca aceptó etiquetas (el siglo XX las tuvo y en exceso). Y su música jamás pudo ser etiquetada. Allí están sus dos conciertos para piano y orquesta que lo refrendan, tan distintos uno del otro habiendo sido concebidos en simultáneo: uno, exclusivamente compuesto para la mano izquierda del intérprete (un encargo de Paul Wittgenstein, hermano del filósofo, cuyo brazo derecho le fue amputado durante la Primera Guerra). Otro, el Concierto en sol mayor.

En todo caso y más allá de los particulares entrecruzamientos entre época y biografía, “Ravel -siguiendo una vez más a Ross- llevó a cabo una revolución de terciopelo, renovando el lenguaje de la música sin por ello perturbar la paz” (p. 116).Esa misma paz que nos sigue envolviendo al escuchar el segundo movimiento (Adagio) del Concierto en sol mayor. 

* Director del Museo Histórico Sarmiento, Sociólogo (UBA) especializado en temas culturales. Doctorando en Ciencias Humanas (UNSAM).