Putin y “el colapso del Estado”
La rebelión armada de la compañía de mercenarios Wagner, más allá de cómo termine, confirma lo que ya sabíamos, aunque no todo el mundo lo comparta.
En primer lugar, ya sabíamos lo que confesó Eugenio Prigozhin, el jefe la rebelión, algo importante para un sector de la sociedad argentina que justifica o apoya la invasión rusa y contra los valores que defiende en Argentina, cierra los ojos ante la represión contra los opositores en Rusia misma, incluyendo tortura y asesinatos, la persecución por motivos “morales”, la proposición de despenalizar la agresión intramatrimonial contra la mujer, la detención y condena a largos años de prisión de adolescentes o de padres de niñes de la primaria que hacen dibujitos contra la guerra. Estoy hablando de la confesión pública que hizo ayer Prigozhin, exdelincuente con muchos años de prisión en su juventud, uno de los fundadores y jefe indiscutido de Wagner, que solo su proximidad con Putin y el apoyo personal de este permitieron pasar de vendedor callejero de panchos a multimillonario en dólares, Señor de guerra, patrón de un imponente ejército privado enviado por el Kremlin a varios países africanos, donde asegura la presencia rusa en los conflictos internos y no gratuitamente. Wagner fue repatriado para combatir en Ucrania, cuando el ejército ruso se reveló incompetente, o sea una semana después de lanzada la invasión. Desde hace varios meses, Prigozhin puso al descubierto sus ambiciones políticas. Su única carta es la guerra, envuelta en la bandera del nacionalismo más arcaico y agresivo. Para ello no se privó de criticar abiertamente a los responsables militares rusos, por la incapacidad del ejército, tanto en la logística como en el combate. Pero ayer dio un paso suplementario e irreversible: afirmó que “ni Ucrania ni la OTAN se aprestaban a atacar a Rusia o a las provincias de Lugansk y Donetsk antes de la invasión” y que se trata nada menos que de “historias inventadas” por los altos mandos militares, una banda de “bichos”, agregó, para engañar al público y al presidente y seguir así enriqueciéndose y ganando poder. Estimó que la corrupción y el caos organizado para ocultarla causó diez veces más víctimas en las tropas rusas que lo que tendría que haber sido y que el ministerio de Defensa miente sobre la cantidad de víctimas propias y los avances ucranianos. Más aún, ayer, y lo reiteró esta mañana: explicó que en lugar de combatir al ejército ucraniano, las tropas rusas bombardean columnas de civiles y saquean a la población en los territorios ocupados. Claro que no agrega que sus Wagners, varias decenas de miles de hombres, en gran parte peligrosos delincuentes condenados a largos años de prisión, pero amnistiados a condición de ir a la guerra, son tan culpables como los soldados del ejército regular de las peores barbaridades. Si Prigozhin reconoce que la causa de la guerra no era ni la necesidad de desnazificar a Ucrania ni el peligro de la OTAN es porque para el Kremlin se ha vuelto difícil sostener esa mentira y porque los sectores del ejército ajenos a la corrupción, pero que sufren la guerra en el terreno están desconformes con la conducción y han comprobado que, lejos de ser un país aterrorizado por los “nazis” de Kiev, Ucrania se plantó sin fallas alrededor de su gobierno contra el invasor. Las declaraciones de Putin como los comentarios en las redes y en medios de información legales, o sea a favor de la guerra, hoy, sábado 24, cayeron en la trampa: no refutan la confesión sobre las causas de la guerra, no niegan los informes mentirosos, sino que conscientes de la significación de lo sucedido ayer solo denuncian la “traición” y llaman a la unidad patriótica advirtiendo que está en juego “el colapso del Estado”. En efecto, el nacionalismo y el deseo de reconstruir el Imperio son hoy las únicas palancas con real capacidad de motivación colectiva para sostener la guerra.
En segundo lugar, y a menos de haber perdido la razón, Prigozhin “protege” a Putin en sus declaraciones, pero sabiendo que el Presidente no puede apoyarlo porque sería reconocer que sobre el estado de sus FFAA y la realidad ucraniana se dejó engañar por sus generales y espías (y muy probablemente así fue). Prigozhin está apostando a la generalización de la rebelión. Estoy escribiendo estas líneas a las 15 h del sábado 24. Me parece poco probable que las unidades militares se pasen de bando en una proporción suficiente para asegurar el triunfo del golpe y quizás todo finalice en un pedido de disculpas y perdón acordado con la bendición del Patriarca. Sin embargo, ya nada será como antes. El Zar quedó desnudo. No hay precedentes, desde hace un siglo de un levantamiento armado contra el gobierno (podemos excluir el intento de frenar las reformas en 1991 con el lastimoso estertor de los dinosaurios del buró político del partido comunista soviético contra Gorbachov). Putin dramatizó al extremo la situación: pocas horas después del pronunciamiento, apeló al recuerdo de 1917 cuando, según él, la “traición” –léase los bolcheviques y la revolución de Octubre– impidió que Rusia saliese victoriosa en la Primera Guerra Mundial y condujo a la Guerra Civil de 1917-1921. ¿Qué nos revela la dramatización presidencial con la rememoración de un episodio viejo de un siglo? Rusia está en guerra. En el terreno esta se sostiene por la alianza del ejército oficial con un ejército privado. Es decir, el gobierno permitió la formación de una banda de mercenarios y peligrosos delincuentes ya condenados, poderosamente armados y se asoció con ella, al punto de transferirle funciones estatales como las de impartir justicia en los territorios que ella controla. Ya no es entonces el Estado uno de los actores, porque el Estado supone el monopolio de la violencia legítima. Se trata de una asociación entre clanes disfrazados de estatalidad y mafias sin máscaras: ese es el Estado en peligro de colapso según Putin.
*Director de la Licenciatura en Historia de la Unsam. Exdirector de Investigaciones del Centro Nacional de Investigaciones Científicas de Francia. Autor de El dominio del amo. El Estado ruso. La guerra con Ucrania y el nuevo orden mundial.
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