poder judicial

Pequeñas desigualdades

Lo judicial. Es “una puesta de representaciones ritualizadas”. Foto: cedoc

En su fascinante libro Desconfiar de las imágenes, el cineasta Harun Farocki ofrece una figura demoledora sobre el mundo penitenciario: “En el siglo XVII, en la región de los Países Bajos, había cárceles con celdas que se inundaban y los prisioneros debían sacar el agua con unos baldes para no ahogarse. Así se pretendía mostrar que se debe trabajar para vivir”. Hay en esta frase una didáctica carcelaria que Farocki nos comparte con algo de sarcasmo. Como veremos a continuación, no es el único aprendizaje que las personas detenidas están obligadas a incorporar.

Nuestro escenario, distinto al que recién apuntamos, es el de un juicio por jurado. Hacia el fondo de la sala, ubicada en un estrado que está 30 centímetros por encima del resto, la jueza. Frente a ella, a su izquierda, el fiscal. Y a su derecha, el defensor. Al lado de este último, el imputado. Los miembros del jurado aún no ingresaron. Todos los actores judiciales tienen su respectivo vaso de agua, el imputado también. Parece confirmarse el proverbio que asegura que un vaso de agua no se le niega a nadie.

Sin embargo, al prestar atención, advertimos que dentro de tribunales un vaso de agua no siempre es el mismo vaso de agua. O dicho más concretamente, que en la Justicia un vaso de agua puede tener más de un significado. La jueza, el fiscal y el defensor tienen vasos de vidrio. El acusado, uno de plástico. Aplicando una pedagogía penetrante, el Poder Judicial consigue consumar la desigualdad, una desigualdad pequeña, anónima. En definitiva, una desigualdad que no se puede calificar de catastrófica. Con esto queremos decir que el vaso de plástico en cuestión es, en términos comparativos, un detalle menor respecto de otros agravios más dañinos que experimentan las personas encarceladas. Pero aunque sea banal, casi imperceptible, esta desigualdad no deja de ser significativa dado que el ámbito judicial es, ante todo, escenográfico. De nuevo, lo judicial es, antes que nada, una puesta en escena de representaciones ritualizadas.  

No siempre las desigualdades profundas, como por ejemplo aquellas vinculadas a la clase social, al género o la raza, nos ayudan a explicar desigualdades triviales como la que señalamos recién. Esas pequeñas desigualdades que no nos llaman la atención, que se naturalizan, que forman parte del orden natural de las cosas. Esas desigualdades que no están planificadas con astucia por alguien en particular, sino que simplemente suceden sin provocar demasiados reproches. Es frente a estas desigualdades triviales que resulta importante detenerse y analizarlas, no porque necesariamente nos ayuden a revelar lo que ocultan las desigualdades profundas mencionadas, sino para poder complejizar estas desigualdades profundas en el marco de las interacciones cotidianas.

Siguiendo al inolvidable Erving Goffman, podemos sugerir que situaciones como aquella a la que hicimos referencia tal vez sirvan para ampliar los sentidos que tienen las interacciones entre las personas, y cómo a partir de estas interacciones las personas –y las instituciones– intentan construir algún tipo de identidad. En las interacciones que se desarrollan dentro de la Justicia penal, como ya lo dijimos, un vaso de agua no se le niega a nadie. Uno de vidrio, al acusado.

*Investigador del Conicet / UNLP / Instituto de Cultura Jurídica.