No me etiquetes más (por ahora)
“La tecnología prometió hacernos más productivos, pero logró lo contrario. Nos llenó de pequeñas tareas que compiten por nuestra atención” dice el autor y reflexiona que cuando todas las demandas son urgentes, lo importante desaparece; pero nosotros también.
Esta semana, algo se rompió. No fue un vaso, no fue un cable, fui yo. Me saltó un tornillo y, con el poco aire mental que tenía, escribí en un grupo de trabajo: “Por favor, no me etiqueten más en los mensajes”. Suena exagerado, pero créanme, no lo es. Vivimos en un mundo donde todo es urgente, donde cada notificación parece un llamado de auxilio, y donde plataformas como Slack, Microsoft Teams y WhatsApp han convertido nuestras vidas en un teatro continuo de interrupciones.
La tecnología prometió hacernos más productivos, pero logró lo contrario. Nos llenó de pequeñas tareas que compiten por nuestra atención como si estuvieran en un reality show. Cada “@Joan” que aparece en un grupo es un recordatorio de que alguien, en algún lugar, necesita algo de vos. Ahora mismo. Y si no respondés rápido, sentís que estás fallando. ¿A quién? No importa. Pero estás fallando.
El problema no es solo la cantidad de notificaciones, sino su tono. Todo llega con un aire de emergencia. La etiqueta digital tiene una energía casi performática: "Mirá, te estoy llamando a escena, tu turno". Pero, ¿qué pasa cuando todo es urgente? Lo urgente pierde sentido. Lo importante desaparece. Y nosotros, en el proceso, también.
Esta semana, pedí un respiro. Necesitaba silencio. Porque las etiquetas no solo te roban tiempo, te roban algo más valioso: la capacidad de concentrarte, de pensar en profundidad, de entrar en ese estado mental donde realmente resolvés cosas. Cada interrupción es un microinfarto de atención. Y cuando el día termina, te das cuenta de que trabajaste mucho, pero no hiciste nada.
Es una señal de época, sin dudas. El siglo XXI nos entrenó para estar disponibles las 24 horas, como si fuéramos centros de atención al cliente. No importa si estás en una reunión, cocinando o tratando de no pensar en nada. La notificación llega y sentís la obligación de mirar. Porque vivimos con una culpa digital que nos dice: “Si no respondés, algo grave va a pasar”. Pero, ¿saben qué? Nunca pasa nada. El mundo no se cae si tardás media o una hora más en responder.
Las plataformas como Slack y WhatsApp no son neutrales en esto. Están diseñadas para generar ansiedad. Colores, sonidos, la vibración del teléfono. Todo está pensado para activar nuestro cerebro y hacernos reaccionar. Es la lógica del casino aplicada al trabajo: que no podamos dejar de mirar. Que vivamos en un estado de alerta permanente.
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Pero hay algo más profundo detrás de todo esto. Pedir que no me etiqueten fue, en cierto sentido, un acto de rebeldía, pero también un grito de ayuda. Porque vivimos en una sociedad donde pedir ayuda no siempre es fácil. Nos entrenaron para estar disponibles, productivos, eficientes, como si ser humano fuera una tarea que nunca termina. Y en el fondo, todos estamos un poco rotos. A veces lo decimos de formas obvias, otras, con un “no me etiquetes más” que parece inofensivo pero carga todo un universo emocional detrás.
El espejismo de la conexión perpetua
¿Es solo tecnología o es una señal de algo más grande? La ansiedad de los grupos, las notificaciones, la hiperproductividad no son solo problemas digitales. Son síntomas de un tiempo que no nos da permiso para detenernos. Estamos todos en modo respuesta inmediata, y en el proceso, nos estamos quedando sin tiempo para nosotros mismos.
Al final, no fue un berrinche (o quizás un poquito). Fue un intento de recuperar el control. Porque, si dejamos que la tecnología decida por nosotros, vamos a terminar como operadores de nuestras propias vidas, siempre apagando incendios. Y créanme, no hay nada más agotador que eso.
Ah, y chicas, si están leyendo esto, ya saben quiénes son. Ya me pueden etiquetar de nuevo. Solo que esta vez, tratemos de que no todo sea urgente. O al menos hagamos de cuenta que no lo es.
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