Maldita Cecilia
Hace un año, el gobierno retiró el retrato de Cecilia Grierson del salón de las Mujeres Argentinas, que pasó a denominarse “de los Próceres”. Como la extrema derecha internacional que aplaude, el presidente reemplaza las políticas de género por “el (des)equilibrio, reivindicando los privilegios de una masculinidad tradicionalmente violenta”, dice el autor.
El 2 de julio de 1889, Cecilia Grierson se convierte en la primera mujer médica de nuestro país, al graduarse de la Facultad de Ciencias Médicas de la UBA. Para ello, debió mudarse de Entre Ríos a Buenos Aires. Para ello, debió aprender latín, requisito excluyente para poder estudiar medicina. Para ello, primero debió inscribirse en el Colegio Nacional de Buenos Aires, una institución educativa que, hasta ese entonces, solo admitía varones. Para ello, debió armarse de fortaleza, convicción y tenacidad, atributos propios de la meritocracia. Maldita Cecilia.
En 1894, concursó para ser docente de la Catedra de Obstetricia para parteras. El concurso académico se declaro “vacante”. Los responsables académicos del mismo no tomaron en cuenta su participación. El ser mujer se le había hecho pesar una vez más. Bien hecho para Cecilia.
La Dra. Cecilia Grierson tenía su retrato en el Salón de las Mujeres Argentinas. El mismo fue retirado el 8 de marzo de 2024. El salón que acobijaba su imagen, y el de otras referentes y patriotas mujeres argentinas, como María Elena Walsh o Juana Azurduy, pasó a llamarse “Salón de los Próceres”. En esta habitación ahora destaca un cuadro del ex presidente Carlos Menem. El acto de provocación fue el mensaje político del presidente en la conmemoración del día internacional de la Mujer.
La lógica de la revancha responde a la pretensión por el restablecimiento de la igualdad o del equilibrio, luego de una derrota o pérdida previa. En efecto, la revancha se asocia con la idea de justicia de quien perdió algo; una justicia entendida a partir de la reafirmación subjetiva ante un hecho que se considera injusto.
La revancha y el desquite adquieren una connotación aún más violenta cuando se evidencia el goce en el acto de ensañamiento contra el oprimido. Eso es crueldad. Así, la burla, el desprecio y la ridiculización se muestran con gestos de disfrute: la sonrisa despunta del rostro del presidente cuando dice “Lali Depósito” o “María BCRA”.
Todo nuevo gobierno arma su identidad política a partir de un relato que lo diferencia de sus antecesores. El presidente Milei transitó su campaña electoral presentándose como quien venía a dar la pelea contra el estatismo corrupto. Este era el eje principal de la batalla cultural fundacional del credo libertario, donde la casta política era el verdadero enemigo. El Estado es algo “inmoral”.
Sin embargo, y ante la necesidad de “integrar” a esa casta política a la gestión diaria de la administración pública y la demora en el acuerdo con el FMI, la administración Milei priorizó un nuevo enemigo. En efecto, la cruzada política viró hacia las políticas de igualdad de género: una cuestión que le genera afinidad y simpatías dentro de la extrema derecha internacional. Como diría Simone de Beauvoir “bastará una crisis política, económica o religiosa para que los derechos de las mujeres vuelvan a ser cuestionados”.
La batalla cultural tiene el objetivo de abatir el orgullo por los derechos adquiridos, someter, doblegar y volver a su lugar histórico de exclusión al otro. Con ello se reestablecerá el (des)equilibrio, reivindicando los privilegios de una masculinidad tradicionalmente violenta, misoginia y homofóbica, que desprecia lo femenino por considerarlo débil, ergo inservible. Lo débil no es funcional a la renta. Lo débil no es exitoso. Lo débil no se condice con la esencia anarco-capitalista y el credo libertario.
La batalla cultural operar en un espacio abstracto de palabras y discursos, pero tiene su proyección fáctica en la creación de una conciencia absoluta de “lo que está bien”, condicionando con ello las relaciones interpersonales. En efecto, con el estandarte de la moral punitiva en alto, el gobierno apunta a las mujeres por sus derechos adquiridos -considerados privilegios inmorales-, y emprende el revisionismo conservador. El discurso en el foro de Davos, los ataques a mujeres artistas, los proyectos de derogación de la figura jurídica del femicidio, ilustran el modus operandi de esta batalla cultural.
La Dra. Cecilia Grierson eligió estudiar medicina con el propósito de ayudar a su amiga que se encontraba muy enferma. Pudo haber tenido múltiples razones para actuar con resentimiento, pero nunca se dejó llevar por la necesidad de la revancha. Se dedicó a la docencia, ejerció la medicina e impulso diversas asociaciones profesionales.
Maldita Cecilia, que tuviste la fuerza necesaria para romper los límites que la “cultura de época” te impuso, y enseñaste, con el ejemplo, que la solidaridad y la empatía son los verdaderos valores morales que toda batalla cultural debe promover.
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