Los funerales de la Reina Victoria cuando ya era la señora Brown
La “abuela de Europa” se casó enamorada de su primo Alberto y de su desconsolada viudez prematura sólo logró rescatarla su caballerizo, John Brown. Un reverendo dijo que los había unido en matrimonio secreto y que ella, al morir en 1901, fue enterrada con un mechón de sus cabellos y un retrato de su segundo esposo.
Cuando, el 25 de enero de 1901, el aún no ungido rey Eduardo VII, el káiser Guillermo ll de Alemania y el príncipe Alberto llevaron el ataúd de Alexandrina Victoria Sajonia-Coburgo-Saalfeld, de la Casa Hannover, a su sepulcro en la capilla de San Jorge en el Palacio de Windsor, era un secreto a voces en el Imperio Británico que estaban enterrando a “Mrs. Brown”, la supuesta esposa de un caballerizo escocés que había servido lealmente a su monarca.
Cuando Victoria nació, era la quinta en la línea de sucesión al trono y, sin embargo, se convirtió en la reina que gobernó por 64 años al Reino Unido –el reinado más largo hasta entonces de la historia de su país, solo superado por la recientemente desaparición de Isabel ll –.
Fue un período en el que Gran Bretaña se convirtió en el imperio que dominó los mares y el comercio; años de esplendor, gloria y también de hipocresía y discriminación.
Consciente de su función reproductiva, Victoria le dio nueve hijos a la corona, aunque odiaba estar embarazada. De hecho, fue la primera reina en tener un parto bajo anestesia –técnica llamada “a la reina” en su honor –, aunque la condena bíblica promoviese el “parirás con dolor”. A sus hijos e hijas los casó con lo más granado de la nobleza europea, y a través de sus mujeres transmitió la hemofilia que afectó a las casas reales de Rusia, España y Alemania. Veintiséis de sus cuarenta y dos nietos se casaron con miembros de la realeza, lo que le valió el apodo de la “Abuela de Europa”.
Marcha nupcial: una melodía eterna repleta de internas de sangre azul
A través de su hija Beatriz, introdujo la hemofilia en la familia real española por su nieta Victoria Eugenia Battenberg, casada con Alfonso XIII. De los seis hijos de esta pareja, dos fueron víctimas de la enfermedad: Alfonso, príncipe de Austrias, muerto a los 31 años, y Gonzalo, el menor, fallecido en un accidente automovilístico.
Victoria, a diferencia de otras reinas que ascendieron al trono comprometidas con monarcas y príncipes que no eran de sus afectos, se casó muy enamorada de su primo, el príncipe Alberto, quien la asistió en los primeros años de gobierno hasta su muerte repentina, en diciembre de 1861, por fiebre tifoidea. Sin embargo, Victoria achacó esta pérdida a su hijo Eduardo, por el disgusto que le había dado a su padre por un sonado romance con una actriz irlandesa y por su poca inclinación al trabajo.
Veintiséis de sus cuarenta y dos nietos se casaron con miembros de la realeza, lo que le valió el apodo de la “Abuela de Europa”"
Victoria vistió de luto el resto de su vida por esta irreparable pérdida y se refugió en su palacio de Balmoral, Escocia, alejándose del público británico y delegando sus deberes. Esta circunstancia disminuyó su popularidad, ya resentida por un rechazo visceral a los adelantos tecnológicos y un conservadurismo a ultranza que la llevó a rechazar el voto femenino. Su tío Leopoldo I de Bélgica le aconsejó volver a ponerse en contacto con el público, porque en esos años recorría Europa un furor antimonárquico y su ausencia alentaba esta tendencia.
A lo largo de su reinado, sufrió siete atentados. El último fue efectuado por Arthur O'Connor –sobrino nieto de un diputado irlandés–, pero John Brown, el más que leal caballerizo, lo atrapó. Como el arma estaba descargada, el frustrado magnicida solo fue condenado a un año de prisión.
Victoria buscó consuelo en John como amigo. ¿Fueron amantes? ¿Se casaron en secreto? ¿Llegaron a tener un hijo? Todo se presta a especulaciones, fomentadas por los periódicos que comenzaron a llamarla “Mrs Brown”. John murió en 1883, dejando a Victoria en el mayor desconsuelo. La reina le pidió a Lord Tennyson que escribiera su epitafio, y en un libro que le dedicó (pero no fue publicado por consejo de sus ministros), lo describió como “uno de los hombres más destacados…. que estableció una fuerte, cálida y amable amistad entre un monarca y su sirviente”.
Cuando el capellán de la reina, el reverendo Norman Macleod, murió, confesó que había casado a John y Victoria en Corthie Kirk, Escocia. ¿Fue real este matrimonio? Lo cierto es que, hasta el final de sus días, John y Victoria dormían en cuartos contiguos, lo que irritaba al ministro de Relaciones Exteriores, el conde de Derby, quien consideraba esta relación “contraria a la etiqueta y hasta la decencia”.
El 22 de enero de 1901 murió la Reina Victoria de Inglaterra
En sus últimos años, Victoria tuvo cataratas que afectaron su capacidad de lectura, debía moverse en una silla de ruedas por su artritis, padecía insomnio y finalmente murió de un accidente vascular el 22 de enero de 1901.
Su cuerpo fue enterrado junto a su marido Alberto, en el Mausoleo Real de Frogmore, dentro del Home Park de Windsor (apellido que tomarían sus descendientes durante la Primera Guerra Mundial para diferenciarse de sus primos alemanes).
Bajo un severo protocolo que ella había escrito años antes, fue enterrada luciendo el anillo de matrimonio de la madre de John. Gracias a los oficios de su médico, Sir James Reid, se introdujo en el ataúd una foto de Brown y un mechón de sus cabellos. La reina, que hasta su muerte usó luto, fue sepultada vestida de blanco y con un velo de novia. También pidió ser enterrada como “hija de un soldado”, y su ataúd fue transportado sobre un carro de armas (costumbre que se utilizó de allí en más, incluida Isabel II).
Con su muerte llegó el fin de una época de Gran Bretaña, para algunos la más brillante, para otros el apogeo de una sociedad pacata, rígida y moralista en la superficie, pero que alojaba ambiciones imperiales y una sociedad empobrecida, con miles de prostitutas que trataban de sobrevivir vendiendo su cuerpo en los bajos fondos de las ciudades inglesas.Autores como Dickens y pintores Luke Fildes reflejaron esa marginalidad en sus novelas y en sus cuadros. La era victoriana fue el imperio de la doble moral.
La gran hambruna de Irlanda, la guerra de Crimea que glorificó la ridícula carga de la caballería ligera, las guerras del opio y la crueldad de la guerra anglo bóer –que estrenó el concepto del campo de concentración para aplacar la belicosidad de los campesinos de origen holandés– son solo algunos hitos del reinado de Victoria que Rudyard Kipling alabó como “la reina que coronó rey a su pueblo”. Una ironía hipócrita más entre las lisonjas y distorsiones de esta época, porque Victoria no fue consagrada por el voto, sino por la azarosa herencia.
Rudyard Kipling alabó a Victoria como “la reina que coronó rey a su pueblo”.
Su perseverancia en el trono, incluso después de estar incapacitada para actuar, creó la expresión de “el síndrome de la reina Victoria”, fenómeno que se da cuando los individuos no creen prudente retirarse para dar paso a las nuevas generaciones. En el caso de Victoria, las dudas sobre la capacidad de su hijo Eduardo, al que le reprochaba su vida ociosa y licenciosa, empujaron a la reina a permanecer en el poder más tiempo del que hubiese sido recomendable.
Quizás sea válido concluir con el inicio de A Tale of Two Cities de Charles Dickens, el escritor más representativo de la era victoriana:
“Fue el mejor de los tiempos y la peor de las épocas; la era de la sabiduría y también de la estupidez; fue la era de la luz y la oscuridad, la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación…”. Todo esto y mucho más quedó sepultado cuando se cerró para siempre el ataúd de la reina con los retratos de sus dos amores.
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