El Opus dei y los delirios nobiliarios de Monseñor Escrivá de Balaguer
De la vanidad a la falsificación podría haber un trecho muy corto. Según algunos documentos, tal podría haber sido el caso del prelado fundador del Opus Dei que, por sus influencias, logró emparentarse con nobles ricos cambiando una letra de su apellido. Su ambición de inventarse un marquesado llegó hasta el dictador Franco; y lo logró.
La Prelatura de la Santa Cruz y del Opus Dei, es conocida en el mundo entero por su labor religiosa, y la notoria relevancia dentro del catolicismo de su fundador José María Escrivá de Balaguer. Después de su muerte en el año 1975 se activaron los trámites para que se reconociera su santidad y con una notable rapidez fue incorporado al santoral de la iglesia católica, por obra y gracia del Papa Juan Pablo II.
Algunos supuestos milagros, habrían sido el fundamento para promover su canonización, aunque más lógico sería suponer que el dinero y la importancia política y social de los integrantes del Opus Dei fueron los que determinaron que se consagrara su santidad.
Aunque venerables y esforzados sacerdotes debieron esperar años para ser declarados beatos o santos como el cura Brochero, o laicas admirables, verdaderos ejemplos de Santidad como la Mama Antula, que debieron atravesar los largos procesos sustanciados en el Vaticano, con Escrivá de Balaguer pasó todo lo contrario, y alcanzó la santidad a pesar de muchas circunstancias que deberían haber pesado en su contra.
Quizás la más significativa, es haber usado un apellido que no le correspondía, haber participado en la falsificación de documentos para ostentar un apellido de reconocida nobleza, y a través de esas falsificaciones lograra que el dictador Franco rehabilitara a su favor el marquesado de Peralta, sin contar cantidad de testimonios que reflejan una vanidad que le costaba disimular.
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El fundador del Opus Dei nació en Barbastro, como José María Escribá, en 1902 y era miembro de una de las tantas familias hidalgas pobres de Huesca en el Reino de Aragón. Era hijo de José Escribá Corzán, un humilde comerciante y de María de los Dolores Albas Blanc, no apareciendo su segundo apellido por ningún lado, si exceptuamos que su bisabuelo paterno era originario del Municipio de Balaguer en la provincia de Lérida.
Pasó el tiempo y en 1915 ya era José María Escrivá. La v había sustituido a la B, y esto tenía un claro sentido, ya que la familia Escrivá tenía no solo linaje conocido, sino una importante cantidad de títulos de nobleza, muchos de ellos siendo grandes de España, como los Escrivá de Romaní.
En las partidas de matrimonio de sus padres, como la de sus hermanos que he consultado son Escribá con B larga, y en ningún caso se les añadió un apellido: “Balaguer” que de ninguna manera les correspondía. Nada lo emparentaba con los titulados españoles.
En las certificaciones bautismales de Monseñor Escribá y sus hermanos, hay notas marginales impuestas durante la década del 40 por decisión del Delegado Episcopal de Barbastro modificando el apellido y adicionando el “de Balaguer”. También La Dirección General de Registros y Notarías hizo lo suyo ordenando añadir un apellido que no correspondía por ningún lado. Fue así que el modesto José María Juián Escribá y Albás pasó a ser ya grande y con influencias, Josémaría Escrivá de Balaguer. Notable cambio de apellidos, y modificación de partidas añadiendo apellidos que nada tenían que ver con su familia.
Pero además de tratar de crearse orígenes distintos a los que tenía, a Monseñor Escrivá le pareció necesario emparentarse con la nobleza y para ello obtener un marquesado no era algo desdeñable, ya que sus ambiciones no se iban a detener ante ningún obstáculo. Al difundirse el Opus Dei por todas partes, el acercamiento a personas poderosas y tituladas, supongo habrá generado alguna suerte de complejo, y aunque a partir de 1940 firmaba ya como Escrivá de Balaguer, eso no le sumaba el prestigio social que sin duda quería alcanzar.
A través del hábiles y conocidos genealogistas como Adolfo Castillo Genzor, y la adulteración de documentos varios, Escrivá de Balaguer pidió la rehabilitación del Marquesado de Peralta, otorgado en 1738 por el emperador Carlos VI a Juan Tomás de Peralta y Franco de Medina, que supuestamente pertenecía a su familia, lo que era totalmente falso, ante la inexistencia de ningún parentesco.
A principios de enero de 1968 se efectuó la petición y con una celeridad inusitada el dictador Franco se lo concedió en julio del mismo año, mediante el Decreto 1851 y a partir de allí se incorporó al elenco de la nobleza española. Además de mover influencias no fue gratis la tramitación, ya que Monseñor Escrivá debió pagar cientos de miles de pesetas, además de los gastos de quien le armó el falso árbol genealógico.
Para que el expediente de rehabilitación no tuviera objeciones debe haber sido importante que varios numerarios del Opus Dei, fueran integrantes del gobierno de Franco.
No hubo investigaciones, ni pesquisas, ni nadie se tomó el trabajo de verificar los documentos apócrifos. Pasó a ser marqués de Peralta, justificándose que así cumplía con mandatos familiares para poner en el lugar que le correspondía a su linaje, aunque imagino que ello debe haber causado mucho ruido en su momento en aquellos miembros del Opus que ingresaran a la misma para realizar acciones acordes con la doctrina cristiana.
Mostrar una vanidad impropia de alguien que hacía gala de sencillez y promovía la humildad y santidad en la vida diaria, resultaba una contradicción imposible de disimular. Por otra parte importantes santos de la iglesia, habían dejado riquezas y títulos al abrazar el sacerdocio, siendo un ejemplo relevante el de San Francisco de Borja, III General de la Compañía de Jesús, IV duque de Gandía, I marqués de Lombay, Grande de España y Virrey de Cataluña, que a la muerte de su mujer entró en la orden, y hasta rechazó el título de cardenal que se le había ofrecido. Así procedían los verdaderos nobles cuando se hacían religiosos a través de sus profundas convicciones.
Escrivá de Balaguer no era de aquellos que dejarían poder y riquezas al entrar en una orden religiosa, y de esa manera pretendió afianzar su prestigio social, aunque ante muchos cuestionamientos, cuatro años después, debió cederle el título a su hermano menor.
Pero antes de eso, suponía que el marquesado le iba a permitir entrar en la Orden de Malta, lo que no lo logró, porque en este caso el título no era suficiente y había que presentar pruebas de nobleza que no tenía, lo que representó una frustración en su carrera hacía tales privilegios.
Como los humildes orígenes hidalgos no le bastaban era común que Monseñor Escrivá mencionara siempre sus parentescos con San José de Calasanz y con Miguel Servet, y convenció a todos los numerarios sobre el ilustre origen de su familia contando con la colaboración de su más íntimo colaborador Álvaro del Portillo.
Solo quedaba ver qué se hacía con la casa de Barbastro donde había nacido, que no era precisamente un lugar acorde con sus ambiciones nobiliarios, y la derribaron, construyendo un nuevo edificio, que pasó a ser el Centro Cultural Entrearcos, para promover la fe católica.
Lo notable del caso, es que el marquesado de Peralta, no le correspondía ni siquiera por un lejano parentesco, y además tal título había sido rehabilitado el 16 de octubre de 1883 por el rey Alfonso XII en favor de Manuel María de Peralta, Ministro Plenipotenciario de Costa Rica en España, con única sucesión en ese país, como consta en la copia de un documento que obra en mi archivo.
M.M.
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