Rechazo a las SAD

Los campeones nacen en los clubes

La campaña para convertir a los clubes sociales en Sociedades Anónimas sigue adelante, pero olvida la esencia de los clubes: la construcción de comunidad, la contención de niños y jóvenes, y la promoción del deporte como herramienta para el bienestar social ¿Qué pasará si perdemos la identidad y el alma de estas instituciones?

Foto: CEDOC

Pocas cosas son tan efímeras como las noticias falsas y, al mismo tiempo, pocas cosas generan tanto daño potencial porque los datos de la realidad parecen volverse poco importantes. Eso es lo que ocurre con la campaña furiosa para instalar a las Sociedades Anónimas Deportivas (SAD) y convertir a los clubes sociales en una máquina de facturar, que incluye la expulsión de socias y socios y el cambio de sus objetivos fundacionales.

Ya no importa ni la construcción de comunidad, ni la contención de niños y jóvenes, ni la posibilidad de que cientos de miles de personas puedan practicar un deporte, con todos los beneficios para la salud y la sociabilidad que ello trae. Lo único que importa es la fantasía de hacer un buen negocio, que sólo beneficia a unos pocos.

Esa campaña volvió con el cuento de que los integrantes de la selección nacional, que acaba de conquistar la Copa América número 16, jugaban en equipos de clubes que están en poder de alguna SAD. La construcción tiene patitas muy cortas porque todos ellos se formaron en clubes sociales. Sólo basta recordar la historia que Ángel Di María contó, hasta el cansancio y con lágrimas en sus ojos, sobre su madre llevándolo en bicicleta hasta el Club Atlético El Torito y después a Rosario Central, donde se formó como jugador profesional.

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Lionel Messi, nuestro capitán, empezó en el Club Abanderado Grandoli, para después pasar a las inferiores de Newell's Old Boys y más tarde terminar de crecer en el Barcelona, que es uno de esos clubes que puede mirar a los ojos a sus socios. Misma suerte tuvieron Emiliano "el Dibu" Martínez formado en el Club Urquiza y San Isidro, de Mar del Plata; o con Rodrigo De Paul, criado en el Club Belgrano, en Sarandí, Avellaneda.

Podría seguir enumerando a los jugadores que nos hicieron felices otra vez. Todos ellos salieron de clubes de barrio y pasaron después por clubes más grandes, pero todos -con sus más y sus menos- con una mirada social del deporte, con una decisión de crear comunidad y hacerla latir.

Para terminar de comprender cómo funcionan los clubes sociales, que son asociaciones civiles sin fines de lucro, hay que recordar qué hicieron durante la pandemia del Covid-19.

Muchos de estos clubes en la Argentina, fueron lugar de cuidado de sus propias comunidades porque es parte del ADN de esos clubes. Eso es lo que hicimos, por ejemplo, con el vacunatorio que funcionó durante dos años en San Lorenzo de Almagro, tanto en el predio de Av. La Plata, nuestra “Tierra Santa” en Boedo, como en nuestra querida Ciudad Deportiva del Bajo Flores Porteño, con 54 gabinetes de atención en casi 5.000 metros cuadrados.

Fuimos uno más de los tantos clubes que se convirtieron en comedores y en vacunatorios. Estuvieron, todos ellos, a la altura de lo que su comunidad necesitaba para poder vivir o para hacerlo mejor, con condiciones más dignas. Eso son los clubes, que viven para y por sus asociados y no a coste de ellas y ellos.

* Abogado especializado en derecho deportivo y miembro de la Cámara Nacional de Resolución de Disputas (CNRD) de la AFA

AM CP