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Lo que el “meme” te oculta

La imagen es impulsiva, la palabra es reflexiva y, si se escucha con cuidado, nos permite poder interpretar la intencionalidad de quien habla. Por eso, los memes ofrecen más opinión que información, mientras las palabras alumbran aquello que se quiere ocultar.

Memes Foto: CEDOC

La imagen muestra lo que hay. Sin embargo, la palabra hace ver lo que se quiere ocultar. En los tiempos sin tiempo, el meme se convirtió en un atajo comunicativo. El meme diseñado por IA es el microrrelato político por excelencia del presidente Javier Milei para responder a las cuestiones de la coyuntura política diaria del país. 

Una imagen se comprende 600 veces más rápido que una palabra leída. Por ello, el 80% de las decisiones que tomamos las hacemos en relación a lo que vemos. La frase “un amor a primera vista” parece encontrar su razón en ello. Creemos en lo que nuestros ojos ven, y sabemos bien que las personas pueden ser manipuladoras, “chamuyeras”. Somos escépticos verbalmente y crédulos visualmente. No obstante, la palabra hablada de un político permite escuchar lo que este “no quiere” decir. 

El meme es el discurso político que llega a la comunidad no politizada, y por su simplicidad y “simpatía”, se viraliza"

La eficacia del meme como discurso político radica en que tiene un efecto emocional muy fuerte, porque, como todo estimulo visual, impacta en el “cerebro reptiliano”. Este es el responsable de las funciones más básicas y primitivas, aquellas que se manifiestan en conductas impulsivas. 

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El psicólogo Daniel Kahneman, autor de Pensar rápido, pensar despacio, lo asocia al “Sistema 1” de nuestro cerebro, el sistema que resuelve problemas utilizando el mínimo esfuerzo cognitivo. Es la “pereza cognitiva” de nuestros tiempos. La imagen es impulsiva, la palabra es reflexiva. 

El meme le ganó a la metáfora

Dos imágenes son comunes a los memes presidenciales creados por IA: “el león” y “las ratas”. El primero infunde miedo; las segundas, asco. El león nos obliga a temerle. Las ratas nos repugnan. Son dos de las seis emociones básicas descriptas por el psicólogo Paul Ekman, emociones propias del instinto de supervivencia desarrollado a lo largo de la historia de nuestra especie.  Vemos un león, y reaccionamos con temor. Vemos ratas, y las relacionamos con “suciedad” que nos puede contaminar. 

Estas imágenes modulan nuestro comportamiento y están en nuestro sistema de creencias, por eso se activan en el mismo sentido cada vez que la veamos. Las asociaciones son inconscientes, automáticas, arrebatadas. En cambio, la palabra, escuchada con cuidado, nos permite poder interpretar la intencionalidad de quien habla

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El registro visual tiene la capacidad de concentrar la atención, al tiempo que genera en nosotros la “ceguera inatencional”, por la cual no vemos lo que está detrás del “meme”. Y una vez que la imagen se consolidó en nuestro pensamiento, buscaremos afirmar nuestra opinión sobre ella, más que buscar información al respecto. Aquí es donde el meme esconde la palabra del presidente. La palabra alumbra aquello se quiere ocultar, aquello que se quiere disimular.  

El acto de compartir el meme vía reposteo o mensaje de WhatsApp no solo confirma nuestra opinión, sino que también nos involucra y nos limita. Con ello, formamos parte del mensaje y nos creemos incluidos en algo más grande: nos pensamos protagonistas, pero no lo somos. No queremos que otros hablen por nosotros, pero reenviamos el mensaje del otro. El meme es unidireccional y vertical, no admite participación, solo reposteo. 

El meme es el discurso político que llega a la comunidad no politizada, y por su simplicidad y “simpatía”, se viraliza en la vida privada de todos nosotros. Es una vía de comunicación directa y horizontal con aquellos de menor interés en las cuestiones políticas. 

Esta franja de la sociedad cada vez más amplia, caracterizada por la desafección, la indiferencia y la desilusión, encuentra respuestas fáciles a preguntas políticas complejas y disputadas. Al llegar directamente a nuestros smartphones, el meme solo es interpretado por nosotros: nadie más que nosotros le dará significación a esa imagen. De aquí la efectividad del meme presidencial.   

No queremos que otros hablen por nosotros, pero reenviamos el mensaje del otro. El meme es unidireccional y vertical, no admite participación, solo reposteo"

Mientras el meme es el protagonista, la palabra queda disimulada. El meme habla, para evitar que quien debe hablar se enmarañe en discursos mesiánicos que están totalmente disociados de la delicada situación del país.  

El uso del meme como respuestas a cuestiones complejas de la política nacional es el instrumento preferido del presidente Milei en sus primeros 6 meses de gobierno. El meme entretiene, distrae, nos toca a través de la “atracción que la imagen dibujada nos genera”. De esta manera, se banaliza el diálogo y se promueve la polarización de las actitudes políticas.

Sin argumentación lógica alguna, las posturas tienden a los extremos. Esta es la estrategia ulterior del uso del meme: ocultar, esconder, dividir y polarizar. Es la única gestión política que se ha visto hasta ahora. 

El meme es el “minimalismo retórico” sustentado en la simplicidad que no admite respuesta. El meme es solo emisión del mensaje que busca la reacción del receptor. Es la orden de quien manda. La democracia necesita de la disponibilidad al diálogo sincero. Solo la responsabilidad en dicha actitud permitirá alcanzar los consensos necesarios para el desarrollo.