tarea pendiente

La vejez tiene una historia

Un recorrido por los cambios en la experiencia y los modos de entender, valorar, vivir socialmente esa categoría de edad.

Danza. En nuestra sociedad juvenilizada, donde todo gira en torno al joven, la reflexión sobre los últimos años de la vida es casi un tabú. Foto: cedoc

Dos hermanas conversan sobre la vida. Vuelven sobre sus padecimientos. Pero, también, disfrutan del cotilleo sobre los fracasos amorosos de las vecinas. Y, al pensar en los dilemas ajenos, se imaginan las escenas “picantes”, recuerdan su vida y, al hacerlo, las inunda el deseo. Las risas recorren la sala de teatro. Cae la noche tropical, esa obra de un Puig maduro, que fue puesta en cartel, unos meses atrás, en una de las ventanas que permitió la pandemia. 

Esa escena conmueve los lugares comunes: las dos hermanas son viejas. ¿O debería decir ancianas? ¿Personas grandes? Son muchos los eufemismos con los que velamos la dificultad de hablar, de pensar, sobre la vejez. En nuestras sociedades juvenilizadas, esas que asociaron el cambio con los jóvenes y los colocaron en el centro de las promesas de futuro, la reflexión sobre los últimos años de la vida es casi una zona tabú. 

Hace unos años, José Mujica, siendo presidente, abría el Congreso Latinoamericano de Demografía, reclamando investigaciones sobre la vejez. Y tenía razón. La problemática es clave no sólo para un país envejecido como el Uruguay sino para el conjunto de los países latinoamericanos y del Cono Sur.  Esa deuda ha comenzado a dejar de ser un pendiente. 

Investigación y tabúes. Hernán Otero, rara avis que combina la historia social y la demografía y que, como Puig, nos entrega un libro maduro e inevitable. No elijo al azar los adjetivos. Historia de la vejez en la Argentina no sólo abre un campo de investigación, sino que nos permite pensar sobre ese tema tabú en toda su profundidad. ¿Cómo se ha modificado la vejez en el largo siglo XX en Argentina? ¿Cómo han cambiado nuestras ideas sobre quién es viejo y el estatus mismo de la vejez? Estas preguntas son la puerta de entrada a una historia a fondo que nos permite comprender no sólo el pasado sino, también, preguntarnos sobre nosotros mismos. 

En el auge de la moda del estudio de las emociones, este libro hilvana con enorme solidez una historia sobre una etapa de la vida concibiéndola en el cruce mismo de lo biológico y las construcciones socioculturales. La edad es una categoría con la que organizamos socialmente nuestra percepción de los diferentes momentos de una vida humana. En forma diferente a otras edades, la vejez está asociada con la proximidad de la muerte (aunque, obviamente, ésta trasciende ese momento de la vida) y con un sujeto, los viejos que sólo tardíamente se han vuelto un actor social (en forma diferente a los jóvenes cuya centralidad tiene larga data y alcanzó su cénit en los años sesenta y setenta), en función de la crisis de los sistemas jubilatorios se ha vuelto un actor social. 

Otero propone que existió una relación directa entre los cambios en la mortalidad y la percepción social y propia de la vejez. Esta mutó de sentido a medida que las sociedades alargaron la expectativa de vida. Nos dice Otero, investigador del Conicet y del IEHS de la Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires, que Miguel Cané escribió sus memorias a los treinta años. Es decir, lo hizo a una edad en la que hoy muchos jóvenes de clase media todavía no han tenido hijos, que aún pueden concebirse “adultos jóvenes”, cuando no jóvenes directamente. 

No sólo la percepción de la edad era diferente en el pasado, también, las muertes de personas con edades semejantes eran más frecuentes. Cané, a los 30 años, recordaba que muchos de sus compañeros habían muerto, incluso a edades tempranas. La muerte de los congéneres era una experiencia normal y, al contrario, llegar a tener muchos años, infrecuente. 

Mutaciones. Las mutaciones en la mortalidad fueron notables. Entre 1969 y 1995, solo una cuarta parte de quienes nacían, llegaban a tener 60 años. Dado que esta proporción está afectada por la altísima mortalidad infantil, Otero calculó qué sucedía con quienes llegaban a 15 años: sólo algo más de la mitad de esa población alcanzaba a ser sexagenarios. Todo cambió en las décadas siguientes. La reducción a la mitad de quienes sobrevivían luego de los 15 años se extiende a los 65 años en 1913-1915 y a 70 años en 1946-1948 y a 80 años en 2008-2010. Es decir, a esa edad estarán vivos la mitad de quienes habían llegado a la adolescencia para entonces.

Estas transformaciones demográficas sostienen la pregunta por sus efectos. Podemos notar, con este libro, que los “derechos de la ancianidad” sancionados con el primer peronismo operaron sobre una zona de fortísimas mutaciones. El número de personas que habían llegado a los 60 años se había triplicado en las tres décadas previas y alcanzó a más del millón de personas. Era una sociedad en la que una misma generación estaba enfrentando condiciones inéditas. Y ello, como estudia Otero, hizo emerger a la vejez como una cuestión. 

El envejecimiento fue abordado por los estudios de población y movió fortísimas ansiedades. Y, en simultáneo, el sistema de retiro, la asistencia y los cuidados de los ancianos emergieron en la agenda intelectual, política y del Estado. 

Otero se detiene en las tasas de actividad que se reduce en forma correlativa al fortalecimiento del sistema de la jubilación. Explica que en 1904 el informe de Juan Bialet Massé sobre las condiciones de vida de la clase obrera -exhaustiva fuente todavía invaluable para la historia social- no registró la edad como una variable de interés, sin embargo, llamó la atención sobre el envejecimiento prematuro de los trabajadores en los bosques del noreste. 

Será en las décadas siguientes que surgirá el sistema de jubilación -pieza nodal de las políticas jubilatorias- que modifica de raíz el ciclo vital y la percepción de la vejez. La consolidación del sistema jubilatorio, con su universalización luego de 1940 y la multiplicación de medidas tomadas por el primer peronismo, además de los derechos de la ancianidad, como pensiones asistenciales, ayudas de la fundación Eva Perón, creación de nuevas cajas y reglamentaciones. Es un proceso que continúa en los años sesenta. 

Desigualdad. El libro va a fondo con cada cuestión y Otero nos muestra todas sus cartas. Comparte los puntos de partida. Sus dilemas para reconstruir los indicadores. Nos señala sus límites. El análisis de las letras de tango es un contrapunto exquisito de los finos análisis demográficos.  El autor coloca desde el comienzo en el centro del problema la heterogeneidad unida a las desigualdades sociales, cuando diferencia entre el envejecimiento precoz -con los trabajadores extenuantes- del seudo envejecimiento de los grupos de élites con mejores condiciones de vida y trabajos menos exigentes a comienzos del siglo XX. Nos recuerda, también, al analizar los cambios en la permanencia en la actividad laboral para varones y mujeres, que las estadísticas -las preguntas de un cuestionario y los intervalos hasta los cruces de variables- están marcadas por lo ideológico. De allí que las tasas de actividad femenina resulten especialmente delicadas para aventurar diferencias que, no obstante, resultan indudables al observar la expectativa de vida. Las mujeres viven más y, también, están sujetas a experiencias únicas. La menopausia, como advierte Otero, es un fenómeno escasamente tematizado. Quizás, porque refiere a un doble tabú en sociedades que han colocado a los cuerpos jóvenes en el centro de la hipersexualización de las sociedades de consumo y mediáticas. 

A medida que se envejece, la mortalidad, nos dice Otero, reduce el círculo social propio. Nuestro círculo social no se restringe a los coetáneos, pero estos ocupan un lugar muy singular en nuestros vínculos de amistad, rivalidades, afectos, amor. Además, al alagarse el número de personas con más edad, es decir, a medida que se redujeron los índices de mortalidad y se extendió la cantidad de años promedio de vida, se modificó el estatus, la significación, que tenía en las sociedades antiguas, llegar a viejo. Cuando era más difícil, más infrecuente, llegar a tener muchos años, la vejez podía ser fuente de prestigio y, a la vez, hacía más solitaria la experiencia.

Simone de Beauvoir, en un estudio pionero sobre la vejez, la concibió como una experiencia “transhistórica” por lo cual no prestó atención a las mutaciones en el tiempo. No desconocía que existían cambios, sin duda, pero stos parecían escasamente relevantes ante la cuestión filosófica. Leyendo esta historia resulta evidente lo contrario. Nos sorprendemos al notar esas transformaciones, lentas, discontinuas, ubicuas, pero indudables en la experiencia y en los modos de entender, valorar, vivir socialmente esa categoría de edad -como es la vejez- y al mismo tiempo las instituciones sociales, políticas y culturales destinadas a quienes la atraviesan. 

Pandemia. La Historia de la vejez en Argentina salió en medio de la pandemia. Cuando la muerte golpeó con especial fuerza a las personas de más edad, algunas que se sentirían viejas y otras que estaban activos, plenos. No es posible dejar de leer este libro sin pensar en ese horizonte. Hemos vuelto a tener la muerte en el horizonte de nuestra cotidianeidad con una incertidumbre que desconocíamos. Nunca sabemos qué historia escribirán los historiadores del futuro. Pero, en nuestro contexto, hoy, parece indudable que el envejecimiento, la mortalidad y los modos sociales de lidiar con el dolor por las pérdidas y el temor a la muerte durante la pandemia, nos reclaman.

 

Un gran especialista

I.C.

Hernán Otero es Doctor en Demografía por la École des Hautes Études en Sciences Sociales (Ehess), de París e investigador del Conicet en el Instituto de Estudios Históricos y Sociales de la Universidad Nacional del Centro, de Tandil. Además, se desempeña como director del Anuario del IEHS y como profesor asociado del Centre d´Études Nord-américaines de la Ehess. Ha enseñado en universidades nacionales y extranjeras y ha sido presidente de la Asociación de Estudios de Población de la Argentina. Es autor de numerosos artículos en revistas especializadas del país y del exterior; entre sus libros más recientes se encuentran El mosaico argentino. Modelos y representaciones del espacio y de la población, siglos XIX-XX (director), 2004, y Estadística y nación. Una historia conceptual del pensamiento censal de la Argentina moderna, 1869-1914, Buenos Aires, 2006.

 

*Historiadora, investigadora de Conicet/Unsam. Entre sus libros se cuentan Mafalda: historia social y política; Pareja, sexualidad y familia en los años sesenta y Estigmas de Nacimiento.