analisis

La única apuesta deportiva que sirve: invertir en la comunidad

En un contexto de aumento de la ludopatía adolescente y de preocupación generalizada por las apuestas online –legales e ilegales–, los Gobiernos debemos facilitar mejores instancias de esparcimiento.

CUIDADOS. Una nueva campaña de prevención del juego online. Foto: Cedoc Perfil

Hablar del deporte es tocar una fibra sensible de la cultura nacional y sus más preciados símbolos. Si uno abriera el cajón de los recuerdos de la década pasada, probablemente se tope con más pasiones tristes que alegres: la pandemia, la crisis económica, la inflación y las consecuencias de todas ellas sobre los individuos y la sociedad en su conjunto. El deporte ha sido, muchas veces −con la obtención de la Copa del Mundo 2022 como hito bisagra−, una bocanada de aire fresco para una sociedad que, en los últimos años, no la ha pasado bien. Cuando hablamos del deporte nacional, quizá el primer reflejo nos remita a Messi, Maradona o Manu Ginóbili, un tridente denso que expresa bien la melodía de lo que somos; pero debajo del éxito universal de cada uno de ellos reposa un coro polifónico más amplio, que se estructura en cada rincón del país a través de cientos de disciplinas y millones de pibas, pibes y adultos que reservan horas de sus días para la práctica deportiva. ¿Qué podemos hacer con ello quienes, circunstancialmente, ocupamos cargos públicos y tenemos responsabilidades sobre estas áreas? Me gustaría hacer foco en aquellas externalidades positivas que noto cuando recorro clubes, asisto a competencias y converso con deportistas federados, y que todos y todas conocemos: el deporte es una excusa para el encuentro con otros y, en definitiva, un pilar de la convivencia social.

Nadie en este país ignora el pésimo momento económico que vive la Argentina y la profundidad del impacto de la crisis en las generaciones más jóvenes. El descrédito de la política y la objeción por lo estatal son moneda corriente en pibes y pibas que tienen solo incertidumbre respecto a su futuro: deben hacerse lugar en un mercado laboral heterogéneo y fragmentado que les ofrece malos trabajos; deben mudarse entre varios para poder alquilar cuando desean independizarse; tienen desordenada su trayectoria universitaria por dificultades económicas; y gastan una porción muy grande de sus ingresos en transporte. El Estado nacional no resolvió prácticamente ninguno de sus problemas en los últimos años, razón por la cual resulta lógica la apatía que tienen respecto al sistema político; e igual de lógico resulta el retraimiento en las redes sociales de aquellos adolescentes que transcurrieron buena parte de su educación secundaria relacionándose con otros por medios virtuales. No hay que moralizar esta conducta, hay que ofrecer alternativas para el desarrollo de la comunidad. Hacerlo en este contexto de crisis representa un desafío aún mayor.

Quiénes son los 16 famosos e influencers denunciados por Jorge Macri por promocionar apuestas ilegales

En la Provincia de Buenos Aires apostamos al desarrollo deportivo y, para ello, desplegamos amplias capacidades estatales, expresadas en recursos humanos, logísticos y presupuestarios. Tal es el caso de los Juegos Bonaerenses, un evento que edición tras edición supera sus propios récords de participación. En el 2023, la cifra de inscriptos marcó un hito con 455.000 personas. Este año, los Juegos Bonaerenses volvieron a superar su récord con 470.000 participantes, reflejando el creciente compromiso y entusiasmo de las comunidades de los 135 municipios que componen nuestra Provincia por este evento tan especial que refuerza el principio de pertenencia y consolida la identidad de los habitantes.

Por ediciones anteriores de los Juegos Bonaerenses han pasado cientos de casos exitosos que −de 1992 a la fecha−, fruto del esfuerzo y compromiso, se han convertido en medallistas olímpicos y grandes profesionales. Debemos admitir, sin embargo, que no es este el objetivo que nos planteamos cuando planificamos este gran certamen. Los Juegos Bonaerenses no se diseñan con el propósito único de generar deportistas de élite, se organizan en torno a la importancia comunitaria invaluable de que jóvenes y adultos, a lo largo y ancho de una provincia con la extensión territorial y la diversidad cultural de Buenos Aires, sostengan a través del deporte un proyecto colectivo en el que durante todo un año socializan, hacen amigos, se divierten y cuidan su salud.

El valor radica, fundamentalmente, en la mezcla. Instancias virtuosas de estatalidad son aquellas que nos inducen al encuentro con gente distinta. En una región tan desigual como lo es −estructuralmente− América Latina, las personas que nacen en un hospital malo, por lo general, se mueren en un hospital malo; y quienes crecen en barrios vulnerables sin acceso regular a servicios, en la mayoría de los casos, no logran comprarse una casa sin mediación estatal que nivele las oportunidades. Esa fractura social en algún lugar tiene que matizarse, pues de otro modo no hay convivencia posible. En ese sentido es que el deporte ofrece un contexto de socialización exitoso: una comunidad que te espera, vengas de donde vengas, y con quien podés construir una identidad que atraviese las diferencias de origen.

Apuestas y la metáfora de la rana

Hace unos meses escuché en boca de un cura villero el pedido de sostener, ante la aguda crisis económica, aquellas cosas que son colectivas por naturaleza −en su caso particular, se refería a la fe−. Rápidamente ensayé en mi cabeza el paralelismo con la actividad deportiva, y mientras pensaba en eso, el mismo cura habló de la triple C: club, colegio y capilla, como barrera comunitaria contra las 3C dañinas: calle, cárcel y cementerio. Me pareció ilustrativo de la dimensión del deporte en el entramado social argentino, en general, y de los Juegos Bonaerenses, en particular. Pero al círculo virtuoso de la triple C que hace a la comunidad, desde la política pública deportiva tenemos la obligación de añadirle valor, acompañarla y potenciarla. Es responsabilidad de los Estados la inversión en infraestructura para ampliar el nivel de actividad deportiva desde temprana edad; es importante hacerlo desde una perspectiva de inclusión integral a personas de distintas clases sociales, capacidades físicas, y edades; y es necesario cumplir esta tarea consagrando una institucionalidad robusta que la vuelva sostenible en el tiempo para que aquellos deportistas que eligen una disciplina como proyecto de vida, cuando se esfuerzan y sostienen un compromiso representando a nuestra bandera, puedan triunfar porque un Estado eficiente y ordenado los acompañó en su desarrollo profesional.

Por último, creo que los clubes son lugares seguros que compiten con el principal espacio –y el más hostil incluso– en el que se mueven los pibes y pibas hoy: las redes sociales. Hostiles porque los contenidos ya ni siquiera están hegemonizados por el entretenimiento, sino por la autoexplotación. En un contexto de aumento de la ludopatía adolescente y de preocupación generalizada por las apuestas online –legales e ilegales–, los Gobiernos debemos facilitar mejores instancias de esparcimiento. La ausencia de políticas de desarrollo comunitario atenta, también, contra las familias, que producto de la crisis económica y la caída de los ingresos, tienen que tomar más horas de laburo o conseguir una changa extra. Son los padres y madres quienes necesitan, más que nunca, de instituciones seguras y confiables en las cuales dejar a sus hijos. Y son los chicos quienes necesitan del bienestar y la convivencia que los espacios deportivos ofrecen.

 

*Subsecretario de Deportes de la Provincia de Buenos Aires.