Ley Bases y represión

La protesta como terrorismo

El escritor y periodista Gonzalo Santos es, además, docente del profesorado al que asiste Brian Ortiz, uno de los detenidos el martes por la noche en la Plaza del Congreso. En esta crónica, relata desde adentro las acciones emprendidas por la comunidad educativa para reclamar por su liberación.

Brian Ortiz, al momento de ser detenido en la Plaza del Congreso. Foto: X

Nunca corté una calle. El viernes fue mi primera vez. Llego al profesorado para participar de una jornada, pero resulta que hay un tema más urgente: tenemos que hacer algo por Brian Ortiz.

La directora entiende —todos entendemos— que no se pueden discutir temas académicos cuando hay un alumno encarcelado por participar de una protesta. Hay momentos en que no se puede —no se debe— mirar para otro lado. La situación exige algo más que un comunicado o una carta abierta que circule por redes. Hay que poner el cuerpo.

La Avenida Pavón —el profesorado está en Avellaneda— tiene un tráfico intenso. Esperamos a que el semáforo esté en rojo y ocupamos la calle. Pronto se percibe el malestar. Algunos automovilistas sacan la mano por la ventanilla y nos hacen el gesto de “fuck you”; otros nos gritan que vayamos a laburar. Las bocinas suenan de dos maneras diferentes. Entiendo que el sonido largo, continuo, implica rechazo y que el intermitente, apoyo. Desde una Toyota Hilux, alguien —seguro un “argentino de bien”— nos dice que somos todos unos “negros de mierda”.

Por supuesto, los insultos robustecen los ánimos. Cuando un conductor insulta se empieza a cantar más fuerte. El desprecio une tanto como el espanto.

Poco antes del corte, una compañera de curso rememora el momento en que detienen a Brian, el martes pasado, durante la protesta contra la Ley Bases. “Estuvimos cantando un rato y más o menos nueve menos cinco fuimos a comer un pancho. Después salimos, estábamos por llegar a la esquina de Callao y Rivadavia y la policía nos empieza a tirar gas en la cara. A mí prácticamente me dejaron sin visión. Lo último que recuerdo es que lo veo a Brian delante de un policía y trato de agarrarlo de la campera. En eso la policía dice “detenidos” y suben a la vereda a agarrar gente, entre esas personas a Brian”, dice.

Después la escena recuerda a los personajes de Cruz y Fierro. Brian Ortiz intenta que los policías que lo están aprehendiendo —o quizás habría que decir “chupando”—, comprendan que su lugar está en el otro bando. “Algún día puedo ser el docente de sus hijos”, les dice.

No estaba tirando piedras ni incendiando nada. Nadie lo vio provocar ningún desmán. Como defensa, se le ocurrió hacer lo que suele hacer un docente: persuadir. Es cierto que quizás procedió con un poco de ingenuidad, pero se sabe que un docente también debe ser un poco ingenuo. Las batallas perdidas también hay que darlas. La toalla no se tira nunca, sean cuales fueran las consecuencias. Tanto dar clase como bailar rap en los trenes —se gana la vida así— es a veces una pelea contra molinos de viento. ¿Y qué otras peleas tienen más sentido que ésas?

Los testigos dicen que a Brian lo agarraron entre cuatro o cinco policías —nadie tuvo la dignidad del sargento Cruz, como era de esperar— y la primera maniobra, una maniobra de manual, fue deshumanizarlo: lo cargaron como a una bolsa de papas, a pesar de que no opuso mucha resistencia. Una de sus compañeras de curso, que estaba ahí con él, les preguntó por qué se estaban llevando a su amigo y dónde. La respuesta fue una risa sarcástica. Después le hicieron una pregunta “espeluznante”, en el sentido de Mark Fisher: “¿Quién se está llevando a tu amigo?“.

—¿Cómo quién?

Esa negación del hecho es tan oscura que cuesta digerirla. La compañera de Brian se quiebra y a varios de los que estamos ahí se nos hace un nudo en la garganta. Después dicen que en las fuerzas actuales no quedan detritos de la última dictadura. Como si haber nacido en democracia fuera lo mismo que haber nacido de un repollo.

El corte de calle termina una hora después y los alumnos —futuros docentes— hacen una asamblea. Todos tienen claro que el objetivo del gobierno es amedrentarlos para que de acá en más piensen dos veces antes de ir a una marcha. También, y por suerte, tienen claro que no se van a dejar amedrentar. Las detenciones arbitrarias, brutales, podrán generar temor en esos otros países a los que Milei se quiere parecer, pero no en Argentina.

Argentina —que es un país que el gobierno no comprende y tal vez nunca va a comprender— tiene una tradición de lucha que se fortalece ante este tipo de atropellos institucionales. No es difícil aventurar que en la próxima marcha habrá más gente —yo, por ejemplo— y más bronca. Tampoco es difícil imaginar que Brian —lo acaban de liberar, después de tres largos días—, va a estar ahí, como siempre, luchando de manera pacífica por los derechos de todos, de todas y de todes. Incluso por los de ese tipo de la Toyota Hilux que nos considera unos “negros de mierda”.