La maquinaria política: el autómata y la comprensión
“Los humanos se caracterizan por comprender lo que hacen” recuerda el autor y señala que ese campo de acción no se compone solamente de reglas sintácticas sino, sobre todo de significados; es un universo semántico. En un año electoral, cabe preguntarse si los votantes emiten votos o intentan comprender.
Las últimas semanas me ocurrieron dos sucesos independientes entre sí; sin embargo, no fue hasta hace poco que se me ocurrió vincularlos.
El primero tiene que ver con una conversación mantenida con un colega y amigo mexicano. El segundo, con una rememoración. Los presentaré y luego mostraré por qué los vinculé. Advierto, desde ya, que dicho proceso mental me ha dejado un amargo sabor de boca.
Hablando sobre la densa bruma política que recae sobre la política mexicana, mi amigo hace una pausa y me pregunta: “¿El presidente Milei sabe lo que está haciendo?” Antes de que articulara una respuesta, de forma punzante vuelve a la carga y exclama: “¡¿Es consciente de lo que hace?!” Mientras comienzo a balbucear, remata elegantemente con una inquietante pregunta: “¿Comprende, pues, lo que hace?” La pregunta quedó flotando, pero el verbo comprender quedó fijo en mi mente, es decir, en mis pensamientos.
El segundo suceso tiene que ver con la guerra industrial/comercial sino-estadounidense por el predominio y control de la industria de la inteligencia artificial.
Dado que estas dos últimas semanas dicho asunto acaparó la atención de diferentes públicos, me asaltó el recuerdo de un experimento mental confeccionado por el filósofo John Searle, y que es mundialmente conocido como el “cuarto chino”.
Searle, en el texto Minds, Brains and Programs, de 1980, afirmaba que manejar eficazmente una enorme cantidad de símbolos no hace seres pensantes a las máquinas. En definitiva, las máquinas no comprenden lo que hacen. Demás está decir que la tesis de Searle marcó una profunda división al interior de los estudios de la inteligencia artificial.
No importa si la tesis de Searle se sostiene (o no) en la actualidad; lo relevante sigue siendo que los humanos se caracterizan por comprender lo que hacen. El mundo de los humanos no es, solamente, de reglas sintácticas: es, fundamentalmente, pletórico de significados (semántico). Así, el sentido, la comprensión, la apertura y el horizonte no solo caracterizan —según cierta tradición filosófica— “el estar en el mundo”, sino que también conforman nuestros pensamientos.
Ya usted, estimada persona lectora, se habrá percatado de que lo que vincula ambos sucesos es el asunto de comprender. Y comprender, irremediablemente, remite al otro, siendo este proceso la base o materia prima para la vida en común.
El experimento mental del “cuarto chino” se puede resumir así: supongamos que hay una persona encerrada en un cuarto y que desconoce el idioma mandarín. La única forma de entrar en contacto con el exterior es mediante tarjetas que recibe o emite desde una pequeña ranura. Sin embargo, está provisto de dos acervos: en primer lugar, cuenta con un rudimentario manual que, mediante ciertas reglas sintácticas, asocia secuencias de símbolos; en segundo lugar, un conjunto de tarjetas.
En ese contexto, puede recibir una tarjeta del exterior que pregunta acerca del sistema de crédito social chino (Shehui xinyong tixi). Él no sabe mandarín, pero responde—luego de haber leído el rudimentario manual— con una tarjeta con el símbolo xinyong, que en ese idioma significa la integridad y la confianza en general.
El habitante del cuarto respondió (interactuó) pero no es capaz de comprender lo que ha respondido. Sigue una regla y su proceder resultará eficaz mientras los que están fuera no se den cuenta del engaño.
Y sí, estar abierto al otro es estarlo, también, al engaño; aunque el otro no comprenda la dimensión de ese engaño.
Este experimento del “cuarto chino” me permite esbozar una respuesta a la pregunta de mi amigo. Antes de ser presidente, Milei sostuvo que todos los gobiernos ante un problema siempre proponían una misma e idéntica solución: más Estado. Pues es lo mismo que decir que no importa el contenido de la tarjeta que entra a la habitación, porque la que sale siempre tiene una leyenda que dice “más Estado”.
Ahora, ya en el gobierno, su conducta es similar, pero de signo contrario: menos Estado. Haciendo un paralelismo con la vivencia del “cuarto chino”, parece que los gobiernos anteriores y el actual actúan movidos por una regla, aunque sin comprender muy bien lo que están haciendo.
Cabe la posibilidad, también, que la persona encerrada en el cuarto simule no comprender, y esto es algo que no necesitó tomar en cuenta Searle, pero suponerlo en política resulta muy útil.
Finalmente, un experimento similar suele usarse profusamente en los modelos de análisis de conducta electoral. Aquí, el que está encerrado y, prácticamente, sin contacto suele ser el votante. Cuando llega el momento electoral, emite al exterior una tarjeta y, en esos casos, conviene preguntarse: ¿sigue reglas o comprende?
Como es de esperar, este asunto desvela a más de un estudioso. Al final, lo único que cuenta es lo que se cuenta: los votos. Por esa razón, este año electoral están quienes quieren abrazarse a las reglas y otros que quieren incentivar la comprensión. El juego está abierto y la democracia, por fortuna, viva.
*Investigador del Conicet; Licenciado en Economía; Doctor en Filosofía
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