Reflexión

Historia y futbol: en la búsqueda de quienes somos

El fútbol y la historia generan identidad nacional y dan sentido de pertenencia a la sociedad. La previa de los Juegos Olímpicos, cuando la cuerda se tensó al saltar del deporte a la historia, pasando por la política, dejó una enseñanza: el tiempo transforma la conciencia social.

Selección de Francia Foto: NA

La secuencia de eventos fue sorprendente. Unos cánticos de aroma discriminador por parte de los vencedores de un campeonato de fútbol, una contestación de la nación que había sido aludida y finalmente un apoyo explícito y entusiasta de la autoridad política local con aditamentos de héroes y heroínas del panteón nacional. ¿Cómo se llega del deporte a la historia, pasando por la política? Al decir, de Jorge Valdano, protagonista de eventos inolvidables, a la vez que uno de sus más lúcidos analistas, el fútbol es lo más importante, entre las cosas menos importantes. 

Lo que sucede es que a veces la línea entre lo sustancial y lo trivial es muy delgada. De hecho, tuvo que acudir a toda velocidad la hermana omnipresente para apagar el peligroso fuego que amenazaba con ensombrecer la visita presidencial a la patria de la grandeur. 

En las mismas jornadas, en España, la extrema derecha expresó su veto más rotundo e inmisericorde a la inmigración. Pero la vida te da sorpresas y a los pocos días el equipo nacional quedó campeón de Europa precisamente por los goles de jugadores de origen africano. Ironías de la pelota, y la voz de Vox enmudeció y finalmente quedó en off side. Digamos que no pudo responder a las preguntas del tipo, ¿interesa o no interesa la inmigración?  ¿O solo la que mete goles?

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Así, la historia y el fútbol se terminan hermanando porque ambos poseen un alto valor simbólico. Ambos juegan en dos ligas a la vez, la de la realidad y la de la representación de la realidad, vía la construcción de identidades. Del fútbol ya lo sabíamos hace tiempo. Hay una diferencia insalvable entre el “nosotros” que en la cancha le gana al equipo de un país rival -es decir, 11 personas de carne y hueso-  y el “nosotros” que vio el partido cómodamente en su casa. El primero es tan real como la vida misma. Está repleto de esfuerzo, carreras, sacrificio, errores y proezas. 

Por el contrario el segundo es una ilusión. No se pueden meter goles entre la cerveza y la picada a miles de kilómetros de distancia. Pero esa ilusión es tan eficaz y definitiva que llega a ser real y nos constituye como personas porque nos otorga una identidad, un lugar de pertenencia, sea un club o una nación. 

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En el momento único en que pronunciamos ese “nosotros” indeleble, se produjo el hechizo, y ya no hay vuelta a atrás. ¡Y pobre de aquel a quien se le ocurra cambiar de equipo! Será considerado traidor en el presente y en el pasado ¡Parece un acto lógico pero de lógico tiene muy poco! De hecho, la investigación social muestra que ese “nosotros” se comienza a usar a los 5-6 años, cuando todavía ni siquiera se comprende conceptualmente la diferencia conceptual entre país y provincia.

¿Pasa lo mismo con la historia? ¿Se da también esta operación cuasi mágica llamada identificación, que lleva al “nosotros” nacional? Por ejemplo, cuando decimos que “fuimos libres” nos estamos refiriendo a los criollos de 1810 o a los argentinos actuales? Entre ambos no solo hay 200 años de distancia sino otras muchas diferencias de tipo económico, social y político.

La investigación historiográfica por el contrario, en vez de mitificar el pasado trata de cuestionarlo haciéndole preguntas incómodas. Y esas preguntas generan a veces respuestas que también lo son"

Pareciera entonces que la transmisión del pasado, en la escuela y fuera de ella, está atrapada entre la tradición y el saber historiográfico y que ambos habitan en mundos paralelos e incomunicados. La tradición, que conlleva los actos patrios que vertebran tanto a la escuela como a la sociedad misma, suele estar repleta de personajes de cartón piedra (sean hombres o mujeres) que habitan en la eternidad al igual que las figuras religiosas sostenidas por la fe de los creyentes.

La investigación historiográfica por el contrario, en vez de mitificar el pasado trata de cuestionarlo haciéndole preguntas incómodas. Y esas preguntas generan a veces respuestas que también lo son. Y de esa tensión entre ambas surgen proyectos educativos generadores de nuevos sujetos colectivos. En realidad, esos sujetos siempre estuvieron pero la historia, o la tradición o las dos, no los reconocieron. 

Un buen ejemplo, es la iniciativa cultural Project 1619, promovida por el New York Times  y la Fundación Pulitzer, que parte de la idea de que para entender históricamente a Estados Unidos de América es imprescindible analizar todas las transformaciones económicas, culturales, religiosas y políticas que se dan al calor de la esclavitud, cuya andadura precisamente arranca en 1619 porque en ese año llegó a las costas de Virginia el primer barco negrero con esclavos y esclavas de origen afroamericano. 

Después les siguieron millones de negros en esas travesías, pero curiosamente ninguno está entre los héroes de la patria. A partir de ahí han surgido materiales educativos para el aula, productos culturales diversos e incluso un premio Emmy en 2023 a la mejor serie documental. Es solo un ejemplo de una iniciativa que trata de unir tradición e investigación y no dejar al pasado en manos de un “nosotros” inamovible, que cierre la entrada a las transformaciones inevitables que produce el tiempo. 

Las sociedades actuales, si pretenden ser democráticas e inclusivas necesitan de nuevos sujetos que estén representados en la historia, y por qué no en el futbol también. De lo contrario, perderemos el partido. Y no hay revancha posible.

*Catedrático de la Universidad Autónoma de Madrid e Investigador de la FLACSO-Argentina. Director del proyecto www.making-histories.eu. autor de "Histórica Mente. Claves para enseñar (y contar) otras versiones del pasado"