Futuro nacional: entre Castillo, De la Rua, Macri o algo nuevo

El verdadero cambio cultural que encauce a la Argentina no se logrará combatiendo al capital, los pobres o la clase media, sino construyendo consensos, una transformación social que Milei rechaza visceralmente. Aunque le fastidie la gestión, no podrá reemplazarla por la I.A. ni por una tecnocracia financiera internacional.

Deterioro. Argentina no es el único país del mundo que atraviesa un período de neodecadencia. Foto: Pablo Temes

Asistimos al recurrente debate entre aquellos que acusan a un sector de poner trabas al plan del gobierno y “despilfarrar” recursos, fomentando el aumento del déficit, la emisión monetaria y la inflación y éstos que rechazan dicho plan por considerarlo de extrema injusticia, o por otros motivos políticos. 

Hace años que venimos debatiendo siempre lo mismo, más o menos gasto, pero siempre mayor pobreza e indigencia. Los medios favorables al gobierno se escandalizan, no tanto por 0,5% del PBI del gasto propuesto, sino por “el riesgo que la oposición se una en bloque para subir el gasto público”. Vaya franqueza poco democrática; aconsejan que el debate no sería apropiado porque “debilita al gobierno”. 

Habría que poner en la balanza si la debilidad gubernamental es por ese gasto o porque el gobierno se debilita a sí mismo, con una geopolítica irracional, con extravagantes declaraciones e insensatas agresiones presidenciales (“degenerados fiscales”, “casta inmunda”), con su manifiesta falta de profesionalidad para gestionar, con feroces internas y auto-denuncias penales incluidas, con renuncias permanentes de funcionarios (inclusive los más amigos), o poniendo en cargos sensibles a personas sin antecedentes ni idoneidad, y además por la injustificada demora en reemplazar a  funcionarios del “ancien régime”. Todo eso reiteradamente descripto, inclusive en esos mismos medios “oficialistas”.

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También debo dejar claro la irresponsabilidad de los gobiernos anteriores haciendo gestiones oportunistas y demagógicas para ganar elecciones y provocando inflaciones que perjudican siempre a “los de abajo” y que tampoco tienen la mínima honestidad de reconocer errores y pedir disculpas. 

El sabotaje mutuo a la política del contrario es parte de la hipocresía de muchas oligarquías políticas. Es un juego que viene ocurriendo desde hace décadas y los nefastos resultados están a la vista. La trampa de la polarización extrema desgasta a todos, pero no soluciona nada.

El Estado, más grande o más chico, más o menos eficiente, existe porque es una necesidad de todos los gobiernos del mundo. Resulta insólito que Milei diga que es un “topo” para destruirlo desde adentro; ¿querrá cogobernar con Google y usando robots para dirigir los destinos del país? Es visible que a nivel global hay un proceso de deshumanización en el cual se inscribe el “insensible” Milei. 

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Su desprecio hacia la engorrosa gestión gubernamental, pretendiendo reemplazarla por la I.A. o por una tecnocracia financiera internacional, no tiene antecedentes a nivel mundial. El ajuste del gasto público no involucra el recorte de los beneficios impositivos de “los de arriba”, como ser los de Tierra de Fuego o de aquellas grandes empresas, inscriptas en promociones de “modernizaciones tecnológicas”, pero que luego trasladan sus sedes a países con menores impuestos, como Uruguay. 

Tal vez el modelo de Milei sea la actual estructura social de los países andinos: 20% de élite y 80% de sectores humildes, que deben resolver individualmente su pobreza. Claramente es un ataque a la clase media argentina, cuya ideología básica es el “ascenso o movilidad social”, heredado de nuestros ancestros"

El reiterado argumento de que no se pueden modificar los “derechos adquiridos” para modificar beneficios impositivos corre para ellos, pero no para los jubilados o para otros sectores populares. Como los impuestos municipales que se aumentan sin límites de acuerdo a la inflación, para seguir pagando gastos extravagantes, mientras sus habitantes se les congela parcialmente sus ingresos. Para estos no hay “derechos adquiridos”.

Milei tiene un rechazo visceral al consenso como método de transformación social. Reitera el mismo esquema de polarización del pasado, con él como lo nuevo y el futuro, utilizando al cristi-kirchnerismo como representante del pasado. Se apropia de la “batalla cultural” gramsciana para seguir confrontando. No es que no haya que modificar y corregir comportamientos políticos, sociales y personales anteriores. El tema es como hacerlo. 

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Se dirá que el consenso con la casta no es posible, porque te arruinan cualquier plan, para mantener el statu quo. Pero hasta el FMI transmite la idea que hay que lograr un respaldo por acuerdos, donde la protección social es una variable imprescindible, porque observa que el plan de ajuste está sostenido por “los de abajo” y no por la casta, como aseguró Milei en campaña.

La momentánea falta de alternativas políticas facilita el mantenimiento de una imagen estable de Milei, pero puede durar poco. Esta catarata de acciones comunicacionales de LLA en medios y redes no puede ser la única base para construir poder político. 

Diferenciarse con capital simbólico del proceso anterior no implica que tu propuesta socioeconómica sea viable. Más aún cuando son escasos los resultados que pueden mostrar en términos de políticas públicas.

La propuesta a mediano plazo de Milei en el terreno social es volver a la Argentina de inicios del siglo XX, o a la actual estructura social de los países andinos: 20% de élite y 80% de sectores humildes, los que deben resolver individualmente su relativo estado de pobreza; claramente es un ataque a la clase media argentina, cuya ideología básica es el “ascenso o movilidad social”, heredado de nuestros ancestros. 

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Milei pretende quitarle de encima al Estado la pesada carga de que se haga cargo y facilite esa creencia cultural generalizada. Inclusive en términos económicos, el plan Caputo-Milei es discutible y existen otras opciones, inclusive desde el campo liberal (Carlos Rodriguez, Carlos Melconian).

Las trasformaciones perdurables para lograr estabilidad se producen construyendo consensos. Es inútil seguir con décadas de peleas internas que debilitan al país y favorecen los intereses externos. El verdadero cambio cultural necesario para encauzar a la Argentina no se logrará combatiendo ni al capital, ni a los pobres o a la clase media. Se logrará por un consenso o no se logrará. Ninguna parte vencerá a la otra. Los inversores reales, internos y externos, no los especuladores financieros, deberían ayudar en lograr dicho consenso, porque es beneficioso para todos. Para ellos en primer lugar y después para el resto de los argentinos.

Muchos hablan de que el futuro nacional se presentará entre lo sucedido al presidente peruano Castillo, o a De La Rúa. Difícil opinar con seriedad, porque podría llegar al final, como Macri. Imposible un regreso del pasado kirchnerista. Algo nuevo parece asomarse en el horizonte. Pero todo es aún incierto y nada podemos predecir por ahora.

*Consultor de riesgo geopolítico, Lic. Cs. Químicas FCEN UBA, Consultor Análisis Geopolítico, ex profesor de Escuela Superior de Guerra, ex miembro de Centro de Estudios Estratégicos de Ejército FFAA